PCE y al PSUC, siglas igualmente periclitadas, Gregorio Peces-Barba, que aportó las ideas del PSOE, ya pertenecen ambos a ese tiempo amarillo de las fotografías, que decía el verso de Miguel Hernández; ya no pueden aportar su venerable opinión a las alocadas juventudes que apenas recuerdan las circunstancias del tiempo y el país que habitaron los muertos, y juzgan apresuradamente lo que no vivieron y pretenden reescribir los renglones de la historia a su acomodo
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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL
Cada cuarenta años los Padres Fundadores de nuestro sistema constitucional, híbridos de cachalotes y profetas del Antiguo Testamento, emergen de las profundidades abisales del tiempo y el silencio.
Veinte años no es nada, dice el tango, pero cuarenta ya va siendo una cifra respetable. Algunos han muerto: Jordi Solé Tura, que representó al PCE y al PSUC, siglas igualmente periclitadas, Gregorio Peces-Barba, que aportó las ideas del PSOE, ya pertenecen ambos a ese tiempo amarillo de las fotografías, que decía el verso de Miguel Hernández; ya no pueden aportar su venerable opinión a las alocadas juventudes que apenas recuerdan las circunstancias del tiempo y el país que habitaron los muertos, y juzgan apresuradamente lo que no vivieron y pretenden reescribir los renglones de la historia a su acomodo.
Pedro Sánchez quiere reformar la Constitución para que todos los pueblos de España nos encontremos cómodos en nuestros trajes multicolores y dancemos en alegre corro de la patata, para celebrar el santo grial del federalismo. «Federalismo» es, en la expresión de este político simple y afortunado, un ensalmo o letanía que, repetido mil veces, dará respuesta, a lo que parece, a nuestros problemas de igualdad y solidaridad. Ya no nos pelearemos por los ataúdes policromados de unas monjas medievales, ni discutiremos cada año los trasvases, la financiación autonómica o las líneas de AVE, como hemos venido haciendo estos cuarenta años de convivencia imperfecta, soportando esta constitución que no es federal.
Para esta puesta al día de la Constitución, se ha creado una Comisión en el Congreso de los Diputados y, como primera providencia se ha llamado a los ponentes que todavía quedan vivos: Miguel Herrero de Miñón que representó a Alianza Popular, entonces minoría trufada de franquistas nostálgicos pero mansos, Miquel Roca i Junyent que representase a esa coalición, irreconocible hoy , Convergencia y Unió y José Pedro Pérez Llorca, redactor designado por la mayoría gubernamental Unión de Centro Democrático.
«Comisión para la Evaluación y Modernización del Estado Autonómico» se llama. Las primeras manifestaciones de los viejos redactores del texto del 78 en el seno de esa Comisión dudo que hayan hecho albergar nuevas esperanzas a los profetas del Nuevo Testamento en su cansina reclamación de una reforma federal del estado. Entre otras cosas, como ha manifestado el sanedrín, porque federalismos no hay uno solo, sino que, por el contrario son bastante diferentes unos de otros. Sería buenísimo y clarificador que se nos propusiese un modelo federal existente y no un experimento inconcluso como fue el estado autonómico, incesante reivindicación de derechos y agravios de las partes hacia el todo.
Cuando, en el fondo, de lo que se habla no es más que de dinero, y ,como dijo Miguel Herrero: «El sistema de financiación no requiere cambios constitucionales para reformarlo. Es una ley orgánica. Puede acometerse sin tocar la Constitución». Lo demás es poesía.
Los inoportunos ponentes, libres ya de las servidumbres de la corrección política, eso sí, han recordado, y creo que como orgullosa reivindicación de sus logros, , el consenso que alcanzó aquel texto, lanzando el guante de un desafío difícil de repetir en la actualidad, en estos tiempos de exhumación del franquismo, guerra civilismo y Memoria Histórica: un 88,5% de los españoles la votaron afirmativamente , y el 91,5 % en aquella Cataluña, que se conformaba con la libertad, la amnistía y el Estatut de Autonomía.
¿Sería posible batir el record de ese acuerdo hoy día?
Veinte años no es nada, dice el tango, pero cuarenta ya va siendo una cifra respetable. Algunos han muerto: Jordi Solé Tura, que representó al PCE y al PSUC, siglas igualmente periclitadas, Gregorio Peces-Barba, que aportó las ideas del PSOE, ya pertenecen ambos a ese tiempo amarillo de las fotografías, que decía el verso de Miguel Hernández; ya no pueden aportar su venerable opinión a las alocadas juventudes que apenas recuerdan las circunstancias del tiempo y el país que habitaron los muertos, y juzgan apresuradamente lo que no vivieron y pretenden reescribir los renglones de la historia a su acomodo.
Pedro Sánchez quiere reformar la Constitución para que todos los pueblos de España nos encontremos cómodos en nuestros trajes multicolores y dancemos en alegre corro de la patata, para celebrar el santo grial del federalismo. «Federalismo» es, en la expresión de este político simple y afortunado, un ensalmo o letanía que, repetido mil veces, dará respuesta, a lo que parece, a nuestros problemas de igualdad y solidaridad. Ya no nos pelearemos por los ataúdes policromados de unas monjas medievales, ni discutiremos cada año los trasvases, la financiación autonómica o las líneas de AVE, como hemos venido haciendo estos cuarenta años de convivencia imperfecta, soportando esta constitución que no es federal.
Para esta puesta al día de la Constitución, se ha creado una Comisión en el Congreso de los Diputados y, como primera providencia se ha llamado a los ponentes que todavía quedan vivos: Miguel Herrero de Miñón que representó a Alianza Popular, entonces minoría trufada de franquistas nostálgicos pero mansos, Miquel Roca i Junyent que representase a esa coalición, irreconocible hoy , Convergencia y Unió y José Pedro Pérez Llorca, redactor designado por la mayoría gubernamental Unión de Centro Democrático.
«Comisión para la Evaluación y Modernización del Estado Autonómico» se llama. Las primeras manifestaciones de los viejos redactores del texto del 78 en el seno de esa Comisión dudo que hayan hecho albergar nuevas esperanzas a los profetas del Nuevo Testamento en su cansina reclamación de una reforma federal del estado. Entre otras cosas, como ha manifestado el sanedrín, porque federalismos no hay uno solo, sino que, por el contrario son bastante diferentes unos de otros. Sería buenísimo y clarificador que se nos propusiese un modelo federal existente y no un experimento inconcluso como fue el estado autonómico, incesante reivindicación de derechos y agravios de las partes hacia el todo.
Cuando, en el fondo, de lo que se habla no es más que de dinero, y ,como dijo Miguel Herrero: «El sistema de financiación no requiere cambios constitucionales para reformarlo. Es una ley orgánica. Puede acometerse sin tocar la Constitución». Lo demás es poesía.
Los inoportunos ponentes, libres ya de las servidumbres de la corrección política, eso sí, han recordado, y creo que como orgullosa reivindicación de sus logros, , el consenso que alcanzó aquel texto, lanzando el guante de un desafío difícil de repetir en la actualidad, en estos tiempos de exhumación del franquismo, guerra civilismo y Memoria Histórica: un 88,5% de los españoles la votaron afirmativamente , y el 91,5 % en aquella Cataluña, que se conformaba con la libertad, la amnistía y el Estatut de Autonomía.
¿Sería posible batir el record de ese acuerdo hoy día?
