La historia de Carboneras y Mesa Roldán contada a tres voces

Cuentan que Roldán, el legendario héroe francés, de un solo tajo, rebanó la montera del cabezo de Mesa Roldán, que quedó varada, asomando su cima frente a la playa de Carboneras


Torre de Mesa Roldán, en Carboneras

JAVIER IRIGARAY / 27·10·2014

Sí, Carboneras es divina y enamora, sobre todo cuando se conoce, como hicieron quienes se acercaron a ella de la mano de las asociaciones Levantisca, La Legua, Destellos-Artefacto, Overa Viva y Argaria, de la mano de Salvador Alarcón, Francisco Hernández Benzal y Mario Sanz Cruz, un geólogo, un historiador y un farero, en suma, tres carboneros que la conocen y aman como pocos.

La formación de la Mesa Roldán, ese volcán submarino que emergió del Mediterráneo, coronado por una montera formada durante millones de años a base de los restos de los habitantes marinos de entonces que dejaron una impronta aún visible, fue magistralmente expuesta por Alarcón.

Francisco Hernández Benzal aproximó a los asistentes a la historia del pueblo que, durante un tiempo, sus nativos eludían nombrar. Desde la Edad del Cobre hasta nuestros días, la epopeya de un pueblo y de unas gentes que siempre vivieron con el mar de cara, viviendo de él y sufriendo, también, lo que con él, a veces, venía. Imposible un aula mejor que la Torre de Mesa Roldán, un espacio cerrado durante décadas que, en palabras del historiador, debía ser restaurado y albergar un museo de la piratería. Mientras tanto, la torre propició una perspectiva insólita.

Y el faro. Sobre su historia y significado iluminó Mario Sanz, el último farero, a la concurrencia que visitó el coqueto museo de objetos acopiados con tanto amor como paciencia, y la subida hasta la linterna, sita en un pequeño habitáculo para proporcionar seguridad en el mar y un nuevo punto de vista desde el que contemplar el mundo a quienes hasta allí se acercaron.

Sanz recordó, también, a los numerosos artistas que, como Asís, Le Parc, Soto o Pedalino, han frecuentado y frecuentan Carboneras, y no pierde la esperanza de ver cumplido un sueño: un museo en el pueblo para albergar sus obras.

Una mañana singular, una aproximación hasta la montaña cercenada por la espada de Roldán posible gracias a la generosidad y amabilidad extrema de un geólogo, un historiador y un farero.