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SAVONAROLA
Tras haber compartido el pan con Jesús, sus discípulos descendieron al mar para dirigirse en barca a Cafarnaún. Estaba ya oscuro, y el Maestro no había venido. Cuando habían remado treinta estadios, le vieron caminando sobre las aguas y tuvieron miedo. Mas él les dijo: Yo soy; no temáis. Entonces le recibieron a bordo y llegaron enseguida a la tierra adonde iban.
Al día siguiente, la gente que estaba en la otra orilla vio que no había allí más que una sola barca, y que Jesús no había entrado en ella con sus discípulos, sino que estos se habían ido solos. Pero otros botes habían arribado desde Tiberias. Cuando vieron que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, fueron a Cafarnaún buscando al Maestro.
Y hallándole al otro lado del mar, le dijeron: Rabí, ¿cuándo llegaste acá? Respondió Jesús y les dijo: En verdad, en verdad os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis. Trabajad, no por la comida que perece, sino por la que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a este señaló Dios el Padre. Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en quien Él ha enviado. Le dijeron entonces: ¿Qué señal, pues, haces Tú, para que veamos, y te creamos? ¿Qué obra haces? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Pan del cielo les dio a comer. Y Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo: No os dio Moisés el pan del cielo, mas mi Padre sí os lo dará. Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo. Le dijeron: Señor, danos siempre este pan.
Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás. Mas os he dicho, que aunque me habéis visto, no creéis. Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en Él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.
Aquí, mis caros hermanos en Cristo, nos cuenta el más amado de los apóstoles cómo nuestro Señor fue enviado a la Tierra para acabar con el temor de los hombres a aquello que desconocen. Mostró a sus discípulos que, de ser necesario navegar, cuando faltan barcas es preciso aprender a andar sobre las aguas.
Y su testimonió germinó en muchos de nuestros semejantes. Hoy os voy a hablar de uno de ellos. Pepe Alonso tiene por gracia, y a fe que salero no le falta. A sus cuasi 87 años, la experiencia vivida le ha convertido en hombre de todas las edades.
Del mismo modo que Jesús, él se vio obligado a navegar en ese océano seco, que no árido, por más nombre Internet. Lo hizo paso a paso. Los primeros, tal vez algo titubeantes, empero supo hacerse con el timón de una nave que le ha proporcionado, entre otros alicientes, miles y miles de amigos, además de, sobre todo, vida.
Porque existir es acción mucho más consistente que contemplar caer las hojas del calendario como en un otoño inexorable hasta el postrer ocaso. Significa compartir el máximo de latidos y sonrisas posibles por minuto, pues la felicidad, caros míos, no es una ataraxia continua, por demás inexistente, sino esa colección de momentos, tal vez fugaces, empero cosidos, trenzan la liana que nos guía sobre la tierra.
Mientras, al otro lado, hieráticos y silentes, acaso con la boina calada y los ojos entornados en mirada perdida hacia el infinito, cual maestros zen de una aldea cualquiera, pongamos que de Andalucía, los de la quinta de Alonso le reprochan vivir como lo hacen quienes vinieron al siglo hace muchos menos años.
Reprueban que prefiera mover las caderas con otras más jóvenes y turgentes antes que cambiar impresiones sobre el tiempo y otros asuntos de no menor interés con la gente de su edad aguardando el momento en que arribe la parca.
Afean esa manía de usar herramientas de tiempos que no consideran suyos, como si no estuvieran en ellos, y le apuntan que, a ciertas edades, es más propio surcar las aguas de la Estigia, a bordo de la nave de Caronte, antes que cualquier mar etéreo.
Mas, mis queridos hermanos en Cristo, a medida que le conozco, cada vez estoy más convencido de que Pepe Alonso es uno de esos hombres que comieron el verdadero pan del cielo enviado por el Padre. Es un ejemplo a seguir. El que aprende a caminar sobre las aguas en ausencia de barcas adaptándose a la circunstancia que le toca vivir en cada segundo. Porque siempre es mucho más conveniente adecuarse a los tiempos contingentes que empeñarse en cambiarlos. Él sabe que, en medio de la oscuridad, lo práctico es encender una cerilla. Quejarse no sirve de nada.
Lo importante es la actitud. Vivir pegado al tiempo que toca y deslizarnos por la vida como Pepe, al compás de ritmos contemporáneos. Y mirar el siglo a mirada descubierta. O guiñando un ojo al porvenir mientras inmortaliza instantes a golpes de un dedo. Del mismo modo que el Padre. Vale.