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PASEO ABAJO/ Juan Torrijos
Les cuento, trabajó en el hospital de Poniente y cuando lo cesaron, le pusieron un despacho en el Toyo. No sé lo que hacía en el hospital de El Ejido, no viene al caso, tampoco sé lo que llegó a hacer en El Toyo (aquel hospital de alta resolución que nos vendió en su tiempos el sexólogo que estaba al frente del SAS en Almería), y que tampoco me importa.
Don Daniel estuvo en aquellos años en el que los EREs (aquel tren de alta velocidad, no el AVE que algún día nos llegará a Almería) corrían a velocidad los ciento de millones desaparecidos de la Junta de Sevilla. Y creo que digo bien, porque, si alguien se benefició de aquel caballo de hierro lleno de millones fue Sevilla y en gran parte los sevillanos.
Cuando cesaron a don Daniel, y le pusieron un despacho en el hospital de la alta resolución del Toyo, un compañero, Miguel Cabrera, lo publicó en la prensa, como era su obligación. Y saben lo que hizo el caballero, lo denunció en el juzgado. Miguel sigue publicando idas y venidas de los políticos, pero no se olvida de aquel tiempo que tuvo que pasar ante una denuncia en la que al final los jueces los absolvieron. Recuerdo que Nicasio Marín, por aquellos tiempos presidente del Sindicato Médico, estuvo como testigo, así como otros trabajadores que reconocieron que en la puerta de un despacho había un letrero con el nombre de don Daniel Alberto Rivera, letrero que desapareció cuando Miguel publicó la noticia y el susodicho Alberto decidió poner la demanda contra el compañero.
Siéntate en la puerta y verás pasar el cadáver, en este caso político, del amigo en cuestión, Daniel Alberto Rivera. Y es lo que estamos haciendo algunos colegas, amigos y compañeros de Miguel, ante las noticias de que un juez de Sevilla ha manifestado en alguna providencia, que don Daniel tiene abiertas tantas causas como para ubicar letreros en todos los despachos del Toyo y del hospital del Poniente con su nombre. Y después que los vaya quitando.
No tengo mayor ilusión porque alguien acabe con sus huesos en el Acebuche, no se lo deseo a nadie, pero a esos políticos que se han dedicado durante el tiempo en que tenían poder a perseguir y acosar a periodistas que solo estaba contando la verdad, no le llevaría ni un paquete de Caldos de Gallina a la prisión. Que se fume su poder, su orgullos perdido y su mendaz comportamiento mientras se dedicaba a censurar, con la fuerza de la justicia, a los que estaban contando la verdad.
Hoy Miguel sigue siendo libre de escribir sobre las idas y las venidas que ocurren en esta provincia, y supongo que feliz como somos todos los que seguimos en aquellos años sus peripecias judiciales. Hoy tomaré una copa con Nicasio Marín y bridaremos porque a veces la ciega justicia llega a cumplir con lo que se espera de ella, que no son demasiadas las veces que podemos hacerlo. Por cierto.
¿Sustituyó Daniel Alberto Rivera a Manolo Recio en el Poniente?
¿No me diga? lo sustituyó. Si es que al final Dios los cría y ellos se juntan. ¿Qué habrán tenido esos Eres?
Don Daniel estuvo en aquellos años en el que los EREs (aquel tren de alta velocidad, no el AVE que algún día nos llegará a Almería) corrían a velocidad los ciento de millones desaparecidos de la Junta de Sevilla. Y creo que digo bien, porque, si alguien se benefició de aquel caballo de hierro lleno de millones fue Sevilla y en gran parte los sevillanos.
Cuando cesaron a don Daniel, y le pusieron un despacho en el hospital de la alta resolución del Toyo, un compañero, Miguel Cabrera, lo publicó en la prensa, como era su obligación. Y saben lo que hizo el caballero, lo denunció en el juzgado. Miguel sigue publicando idas y venidas de los políticos, pero no se olvida de aquel tiempo que tuvo que pasar ante una denuncia en la que al final los jueces los absolvieron. Recuerdo que Nicasio Marín, por aquellos tiempos presidente del Sindicato Médico, estuvo como testigo, así como otros trabajadores que reconocieron que en la puerta de un despacho había un letrero con el nombre de don Daniel Alberto Rivera, letrero que desapareció cuando Miguel publicó la noticia y el susodicho Alberto decidió poner la demanda contra el compañero.
Siéntate en la puerta y verás pasar el cadáver, en este caso político, del amigo en cuestión, Daniel Alberto Rivera. Y es lo que estamos haciendo algunos colegas, amigos y compañeros de Miguel, ante las noticias de que un juez de Sevilla ha manifestado en alguna providencia, que don Daniel tiene abiertas tantas causas como para ubicar letreros en todos los despachos del Toyo y del hospital del Poniente con su nombre. Y después que los vaya quitando.
No tengo mayor ilusión porque alguien acabe con sus huesos en el Acebuche, no se lo deseo a nadie, pero a esos políticos que se han dedicado durante el tiempo en que tenían poder a perseguir y acosar a periodistas que solo estaba contando la verdad, no le llevaría ni un paquete de Caldos de Gallina a la prisión. Que se fume su poder, su orgullos perdido y su mendaz comportamiento mientras se dedicaba a censurar, con la fuerza de la justicia, a los que estaban contando la verdad.
Hoy Miguel sigue siendo libre de escribir sobre las idas y las venidas que ocurren en esta provincia, y supongo que feliz como somos todos los que seguimos en aquellos años sus peripecias judiciales. Hoy tomaré una copa con Nicasio Marín y bridaremos porque a veces la ciega justicia llega a cumplir con lo que se espera de ella, que no son demasiadas las veces que podemos hacerlo. Por cierto.
¿Sustituyó Daniel Alberto Rivera a Manolo Recio en el Poniente?
¿No me diga? lo sustituyó. Si es que al final Dios los cría y ellos se juntan. ¿Qué habrán tenido esos Eres?