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PASEO ABAJO/ Juan Torrijos
La otra mañana me levanté con la decisión de cambiar de sexo. Me venía ocurriendo desde que Pedro Sánchez nombró a la señora Montero ministra de la cosa del género y de la igualdad. Con la nueva ley en marcha, me dije, es el momento de darle un cambio a mi vida. Llevo muchos años meando de pie, y quiero hacerlo sentado. Años creyendo que era yo el que mandaba en mi casa, y lo único que me dejaban era tener el mando de la tele, pero había que poner la telenovela de turno, y si era turca mejor. Esto no era vida, me decía, pero callaba, soportaba. No me rebelaba.
Si se me ocurría mirar a alguna amiga, me llevaba una bronca y si me pasaba un pelín, si se me iba una mano camino de algún montículo femenino una denuncia y pasar la noche en el calabozo de la comisaría, con el consiguiente cartel de mirón, tocón y maltratador. No podía aguantar más. Había que coger la oportunidad. Sé que me van a decir que a mi edad…pero como los años los lleva uno en el corazón, y el mío lo viene cuidando con esmero el doctor Marín y una cardióloga por la que ando algo colado, lo mejor era aprovechar que la chica de Pablo Iglesias había aprobado, ante los inútiles del Psoe actual, el cambio de sexo sin tener que pedir permiso.
No se lo pedí a mi señora, como pueden ustedes comprender, la sorpresa que le iba a dar la dejaría patidifusa. Le dije que tenía que bajar a la capital a hacer unos “recaos”, y me encaminé al registro del palacio de justicia. Yo creía que iba a ser el único que se había decidido a solicitar el cambio de sexo aquella mañana, pero la sorpresa fue mayúscula. Allí estaba haciendo cola mi amigo Nono, político importante en otros tiempos, y hoy me imagino que tan cansado como yo de seguir siendo hombre.
–Esteban, ¿qué haces en esta cola?
–Me creo, querido Juan, que lo mismo que tú.
Allí estaba Antonio Felipe, compañero de luchas contra políticas y políticos.
–Antonio ¿le has dicho a tu Paca a lo que has venido al juzgao?
–¿Se los ha dicho tú a Isolina?
–Estoy cansado, Antonio, con lo bien que viven nuestra mujeres, y me he dicho que quiero cambiar de sexo. Que deseo ser mujer. En la cola vi a Alfredo, exrector de la Ual, a mi querido Ignacio Flores, a Paco Andrés, Antonio Torres, más conocido en su vida política como Tt. Jorge Molina era otro de los que llegó a lo largo del tiempo que duró la cola. Antonio Hernández, al que le pedimos los amigos que hablara con su hija, y nos echara una mano, que por algo es juez. Alguien preguntó por Benito, y creo que fue Esteban el que comentó que estaba en Córdoba, y que era allí donde iba a solicitar el cambio. Paco Gómez vino desde Pechina, llegó con un poco retraso, tenemos un alcalde que está haciendo imposible el tráfico por la ciudad, le dijimos algunos. Al que no me esperaba aquella mañana en los juzgaos era a Rafael Lázaro, pero allí estaba.
Era sorprendente el número de hombres que se habían reunido en los juzgaos buscando un cambio de sexo. En un momento dado nos miramos los que nos conocíamos desde hace años y nos dijimos. ¿Qué coño nos está pasando? Algo muy sencillo, dijo Alfredo.
–Estamos hasta los cataplines de soportar los insultos que nos llegan cada día desde el gobierno solo por ser hombres. Queremos ser mujeres.
Y a coro gritamos los demás ¡queremos ser mujeres, queremos ser mujeres!
Oigo la voz de Isolina.
–Juan, el desayuno está preparado en la mesa. Vamos que se enfría el café, hoy se te han pegado las sábanas.
Qué es lo que me pasa, si yo estaba en la cola del “juzgao” con los amigos para cambiar de sexo.
¡Perra vida esta!
Si se me ocurría mirar a alguna amiga, me llevaba una bronca y si me pasaba un pelín, si se me iba una mano camino de algún montículo femenino una denuncia y pasar la noche en el calabozo de la comisaría, con el consiguiente cartel de mirón, tocón y maltratador. No podía aguantar más. Había que coger la oportunidad. Sé que me van a decir que a mi edad…pero como los años los lleva uno en el corazón, y el mío lo viene cuidando con esmero el doctor Marín y una cardióloga por la que ando algo colado, lo mejor era aprovechar que la chica de Pablo Iglesias había aprobado, ante los inútiles del Psoe actual, el cambio de sexo sin tener que pedir permiso.
No se lo pedí a mi señora, como pueden ustedes comprender, la sorpresa que le iba a dar la dejaría patidifusa. Le dije que tenía que bajar a la capital a hacer unos “recaos”, y me encaminé al registro del palacio de justicia. Yo creía que iba a ser el único que se había decidido a solicitar el cambio de sexo aquella mañana, pero la sorpresa fue mayúscula. Allí estaba haciendo cola mi amigo Nono, político importante en otros tiempos, y hoy me imagino que tan cansado como yo de seguir siendo hombre.
–Esteban, ¿qué haces en esta cola?
–Me creo, querido Juan, que lo mismo que tú.
Allí estaba Antonio Felipe, compañero de luchas contra políticas y políticos.
–Antonio ¿le has dicho a tu Paca a lo que has venido al juzgao?
–¿Se los ha dicho tú a Isolina?
–Estoy cansado, Antonio, con lo bien que viven nuestra mujeres, y me he dicho que quiero cambiar de sexo. Que deseo ser mujer. En la cola vi a Alfredo, exrector de la Ual, a mi querido Ignacio Flores, a Paco Andrés, Antonio Torres, más conocido en su vida política como Tt. Jorge Molina era otro de los que llegó a lo largo del tiempo que duró la cola. Antonio Hernández, al que le pedimos los amigos que hablara con su hija, y nos echara una mano, que por algo es juez. Alguien preguntó por Benito, y creo que fue Esteban el que comentó que estaba en Córdoba, y que era allí donde iba a solicitar el cambio. Paco Gómez vino desde Pechina, llegó con un poco retraso, tenemos un alcalde que está haciendo imposible el tráfico por la ciudad, le dijimos algunos. Al que no me esperaba aquella mañana en los juzgaos era a Rafael Lázaro, pero allí estaba.
Era sorprendente el número de hombres que se habían reunido en los juzgaos buscando un cambio de sexo. En un momento dado nos miramos los que nos conocíamos desde hace años y nos dijimos. ¿Qué coño nos está pasando? Algo muy sencillo, dijo Alfredo.
–Estamos hasta los cataplines de soportar los insultos que nos llegan cada día desde el gobierno solo por ser hombres. Queremos ser mujeres.
Y a coro gritamos los demás ¡queremos ser mujeres, queremos ser mujeres!
Oigo la voz de Isolina.
–Juan, el desayuno está preparado en la mesa. Vamos que se enfría el café, hoy se te han pegado las sábanas.
Qué es lo que me pasa, si yo estaba en la cola del “juzgao” con los amigos para cambiar de sexo.
¡Perra vida esta!