.. |
JUAN LUIS PÉREZ TORNELL
Parafraseando lo que decía cierto periodista de radio hace ya mucho tiempo, advierto, por primera y última vez, al Parlamento Británico, que, con una rapidez inusitada está destrozando muchos siglos de historia venerable con la irrupción de un número indefinido y creciente de gamberros y “teddy boys”, que harían mejor papel en las gradas de cualquier estadio de fútbol, otra cara ésta de la flema y elegancia que se atribuye como tópico a los ingleses, como se atribuye el estigma de la crueldad y la avaricia a los españoles.
Los españoles papanatas, que no somos pocos, siempre hemos creído que esa lejana institución daba sopas con honda a nuestro parlamento de escasa tradición democrática, endeble parvulario frente a una universidad del parlamentarismo y la democracia mundiales, cuna y templo de oradores sin papeles, doctos sabios y ciudadanos ejemplares, que conducían con prudencia y dignidad los restos del imperio, con mano de hierro en guante de seda.
Aquel mundo perfecto, espejo de príncipes y parlamentarios bananeros, se mantenía, en su funcionamiento ordinario, como un nebuloso misterio, desvelado ahora, desde que se televisa todo.
Y frente a los defensores de la transparencia a ultranza, se sospecha que ello no es necesariamente santo y bueno. Antes bien, parece una demostración de que tanto las luces como las sombras tienen sus ventajas y sus inconvenientes. Y sus partidarios y sus detractores tienen ambos sus razones.
Se diría que la luz resulta demasiado cegadora para que podamos seguir sosteniendo prestigios inmerecidos y trajes nuevos de los emperadores. Y las sombras, o al menos la penumbra, disimulan defectos y maquillan la dura realidad, y , como los mitos, nos explican a los legos lo que no entendemos y nos tranquiliza el ánimo y destierra las siempre inquietantes dudas. Poco más necesitábamos.
Ahora, con ocasión del Brexit, al parecer inminente y apocalíptico, el parlamento británico se obstina en mostrar, vía satélite, sus miserias a los parlamentarios novatos de todo el mundo .
Vemos que el Presidente de la Cámara de los Comunes, además de no peinarse a menudo y que aparentemente duerme vestido, se dirige a sus señorías con un tono de voz y unos decibelios más propios de las ferias de ganado o de Mercamadrid, que de los adalides de la oratoria moderna y el sentido común.
No lo imaginaba así. Probablemente pertenezco sin saberlo – hasta ahora - a ese papanatismo hispánico que imagina, en su ensoñación, un mundo lejano más perfecto que el próximo.
Veo a otro de los parlamentarios mostrando su desagrado o su aburrimiento tumbándose cuan largo es y dormitando en una de las bancadas , que, por lo demás, no permiten a la totalidad de sus señorías permanecer sentados. Quizá haya más diputados que bancos y en cada sesión se promueva una especie de juego de las sillas en las que buen número de ellos tengan forzosamente que permanecer de pie o deambulen, envidiosos, en derredor de los que han logrado sentarse. O acostarse.
En fin, después de lo de los Reyes Magos, de lo que sigo sin recuperarme, otro disgusto más.
Los españoles papanatas, que no somos pocos, siempre hemos creído que esa lejana institución daba sopas con honda a nuestro parlamento de escasa tradición democrática, endeble parvulario frente a una universidad del parlamentarismo y la democracia mundiales, cuna y templo de oradores sin papeles, doctos sabios y ciudadanos ejemplares, que conducían con prudencia y dignidad los restos del imperio, con mano de hierro en guante de seda.
Aquel mundo perfecto, espejo de príncipes y parlamentarios bananeros, se mantenía, en su funcionamiento ordinario, como un nebuloso misterio, desvelado ahora, desde que se televisa todo.
Y frente a los defensores de la transparencia a ultranza, se sospecha que ello no es necesariamente santo y bueno. Antes bien, parece una demostración de que tanto las luces como las sombras tienen sus ventajas y sus inconvenientes. Y sus partidarios y sus detractores tienen ambos sus razones.
Se diría que la luz resulta demasiado cegadora para que podamos seguir sosteniendo prestigios inmerecidos y trajes nuevos de los emperadores. Y las sombras, o al menos la penumbra, disimulan defectos y maquillan la dura realidad, y , como los mitos, nos explican a los legos lo que no entendemos y nos tranquiliza el ánimo y destierra las siempre inquietantes dudas. Poco más necesitábamos.
Ahora, con ocasión del Brexit, al parecer inminente y apocalíptico, el parlamento británico se obstina en mostrar, vía satélite, sus miserias a los parlamentarios novatos de todo el mundo .
Vemos que el Presidente de la Cámara de los Comunes, además de no peinarse a menudo y que aparentemente duerme vestido, se dirige a sus señorías con un tono de voz y unos decibelios más propios de las ferias de ganado o de Mercamadrid, que de los adalides de la oratoria moderna y el sentido común.
No lo imaginaba así. Probablemente pertenezco sin saberlo – hasta ahora - a ese papanatismo hispánico que imagina, en su ensoñación, un mundo lejano más perfecto que el próximo.
Veo a otro de los parlamentarios mostrando su desagrado o su aburrimiento tumbándose cuan largo es y dormitando en una de las bancadas , que, por lo demás, no permiten a la totalidad de sus señorías permanecer sentados. Quizá haya más diputados que bancos y en cada sesión se promueva una especie de juego de las sillas en las que buen número de ellos tengan forzosamente que permanecer de pie o deambulen, envidiosos, en derredor de los que han logrado sentarse. O acostarse.
En fin, después de lo de los Reyes Magos, de lo que sigo sin recuperarme, otro disgusto más.