“Te estoy diciendo en serio que soy el padre Jorge. Soy el Papa”

Un joven cura de Vera recibió un día la llamada de un número oculto que se le identificó como “el padre Jorge”. Era el Papa.


Carlos Fortes, párroco de Vera

ALMERÍA HOY / 14·07·2019


Un joven cura de Vera recibió un día la llamada de un número oculto que se le identificó como “el padre Jorge”. Era el Papa respondiendo a su carta e interesándose por ARTCUPA, el proyecto que ha puesto en marcha para abrir la Iglesia a la sociedad por medio del Arte, la Cultura y el Patrimonio. Durante la conversación le invitó a visitarle en el Vaticano para que le expusiera la idea más detenidamente. Nosotros también lo hemos hecho y compartimos con ustedes las dos conversaciones de Carlos Fortes. La que tuvo con nosotros y, además, la que mantuvo con el Santo Pontifice en sus aposentos privados del Vaticano.
- ¿De verdad estuvo usted realmente a solas con el Papa?
- Sí. Estuvimos los dos solos en una audiencia privada, algo que me sorprendió muy gratamente.
- ¿Y cómo surgió todo esto?
- Detrás de esta historia yo sólo veo la providencia de Dios. Hace algo más de un año creamos ARTCUPA, una fundación para el Arte, la Cultura y el Patrimonio. Nuestra idea era hacer Iglesia de una manera distinta.
- Eso se les ocurre en un momento en que no soplan buenos momentos para la Iglesia.
- Porque, con demasiada frecuencia, los medios ensalzan al líder y el resto aparece como malo, pero si el Papa, en este caso, está ahí es porque la Iglesia lo ha elegido por medio de manos humanas. Por eso nosotros tenemos que poner los medios. Yo le dije al Papa ‘usted escribe encíclicas que todos leemos, alabamos y dejamos en las estanterías donde acaban sepultadas por el polvo’. Se trata de poner en práctica lo que encierran esas páginas.
- Y por eso fundan ARTCUPA.
- ARTCUPA surge como un instrumento civil en el que nadie tiene que profesar la fe para participar en ella, aunque todos saben que su acción se sustenta en un humanismo cristiano, del mismo modo que los fundadores somos católicos practicantes. Únicamente pedimos compartir a Jesucristo y sus enseñanzas como una parte esencial de nuestra cultura.
- Es decir, compartir esa doctrina y forma de relación entre los hombres sin necesidad de admitir que venga impuesta por el Dios de los cristianos.
- Efectivamente. La fe es una gracia que se tiene como un don de Dios y, por tanto, no se puede imponer a nadie. Entiendo que muchas personas no han tenido esa suerte de tener un encuentro con Dios, pero sí la fortuna de conocer a Jesucristo en su ámbito humano. Si tras conocerlo como hombre ya lo quieren seguir, existe la posibilidad de que en el trascurso de la vida se lo puedan encontrar también como Dios. Con esos presupuestos creamos la fundación teniendo en cuenta los inicios de la evangelización de la Iglesia en un mundo que no es creyente, igual que se lo encontraron los apóstoles hace 2000 años. San Pablo comenzó alquilando un local comercial en el Areópago y hablaba del Dios desconocido entonces a queien quiso escucharle. La fe no se puede imponer. Por muy seguros que estemos tenemos que respetar siempre las dudas del otro. El creyente y el ateo o el no creyente se encuentran en la duda. La fe es una esperanza cierta en aquello que no vemos y, por tanto, implica necesariamente a la duda.
- ¿Pero por qué han elegido el Arte y la Cultura como nexo con esa sociedad a la que quieren abrirse?
- Porque creemos que el Arte y la Cultura son precisamente los lugares más propicios para el encuentro y el diálogo. La Iglesia no puede replegarse hacia dentro por miedo a otro modo distinto de vida. Tiene que dirigirse hacia fuera como uno más, aportando su opinión. Además, en ARTCUPA apostamos por el Patrimonio material y también por el inmaterial, que es el que forma la sociedad. Hoy se invierte en Educación más que nunca, pero, desgraciadamente, vemos con demasiada frecuencia trozos de carne con ojos paseando por nuestras calles. Son personas alienables sin criterios de futuro ni interés por crecer como personas, arrastrándose por la vida.
- Posiblemente seamos mayoría los de ese grupo que usted describe.
- Los grandes grupos de poder han buscado formar ese perfil que es más fácil de manipular. No es un invento de hoy. Es el pan y circo romano. El cristianismo debe nadar contracorriente y, a veces, incluso molestar porque busque cambiar la sociedad. En una sociedad formada, los hombres serán creyentes o no, pero tendrán criterio y capacidad de análisis.
- ¿Y quién funda ARTCUPA?
- Un grupo de patronos de la zona que surge en Vera, pero con ámbito nacional. También tenemos un grupo en Roma y otro en Nápoles.
- Y esto es lo que le presentó usted al Papa.
- Asi es. Lo reflejé en una carta breve, apenas un folio por las dos caras, y la envié al Vaticano a la atención del Papa Francisco. Le expliqué mi idea de un nuevo modelo de evangelización y, sobre todo, liberar al clero de las ataduras administrativas, porque venimos padeciendo un problema. El sacerdote se prepara su liturgia, la homilía… pero el templo tiene una gotera que reparar y me veo obligado, al terminar la misa, a pedir la colaboración de los fieles para contratar un albañil. De esa manera, los curas acabamos siendo vistos como vendedores de humo o meros pedigüeños.
- La verdad es que no es una buena imagen.
- Es una lamentable imagen que se ha construido en torno a nosotros. En ese sentido, le he propuesto al Papa la necesidad de que existan instituciones encargadas de la cuestión económica y liberar al clero de recurrir a pedir dinero para el mantenimiento de nuestros edificios durante la administración de los sacramentos. En definitiva, que el cura sea lo que tiene que ser: una persona dedicada al estudio, la oración y la predicación. No he descubierto nada nuevo. Ya está ya escrito en los Hechos de los Apóstoles. Al cura tampoco le compete suánto debe colgar el mantel en el altar ni a qué distancia del borde de la escalera deben situarse las macetas en el Sagrario.
- ¿Usted esperaba que le contestara el Papa?
- En absoluto. Yo esperaba una respuesta formal en la que me dijeran aquello de ‘hemos recibido su atenta carta y que Dios y la Santísima Virgen le bendigan’. La hubiera puesto en un marco y estaría hoy colgada en las oficinas de la Fundación. No es una crítica, porque sé que es algo normal. Todo el mundo le escribe al Papa y, muchas de esas cartas se devuelven a la nunciatura de turno que es la que acaba contestando.
- Pero eso no pasó esta vez.
- No. Para mi sorpresa, a principios de marzo iba yo a una reunidón en Almería con una fiebre terrible cuando sonó el teléfono con un número oculto. Yo pensé en mi obispo que me llamaba para darme la bulla porque iba tarde. Pero no. Cuando descolgué una voz me dijo “soy el padre Jorge”. Yo no pensé en el Papa y le contesté “buenos días, dígame”.
¿No le sonaba lo del padre Jorge?
Es verdad que había escuchado que el Papa suele presentarse así, pero creía que era un bulo. Ya sé que no lo es. También se me presentó así en la audiencia que me concedió, pero yo en ese momento no pensaba en el Papa. Creí que sería algún cura que me buscaba para algo.
Por cierto, y perdone mi ignorancia, ¿el Papa se llama Jorge de verdad?
Sí. Jorge Bergoglio. Ya cuando era arzobispo o cardenal pedía que el trato que se le dispensara fuera el de padre Jorge.
Entonces le llama el Papa y le dice que es el padre Jorge.
Efectivamente. Me dijo “que soy el padre Jorge”. A mí me dio por reír y le contesté “claro, el Papa”. Pero el insistió: “que te lo estoy diciendo en serio. Que soy el Papa”.
¿No le hizo sospechar algo el acento argentino?
Por supuesto. Empecé a pensar que la cosa cuadraba. Me animó a seguir riendo, porque decía que siempre que llamaba a alguien le pasaba lo mismo.
Entonces pararía usted el coche para hablar con el Santo Padre.
No conducía yo, y cuando le dije a quien me acompañaba que era el Papa me dijo que no podía ser. Su Santidad me explicó que tenía la carta y que le interesaba la idea que le exponía. Me estuvo preguntando cómo llevaba el ministerio y también por Almería.
No me diga que el Papa conoce Almería.
Él conoce bien España. Cuando era superior de los jesuitas en Argentina viajó en numerosas ocasiones a nuestro país. Ha hecho ejercicio espirituales y estudiado aquí. Un compañero que está en la escuela diplomática me contó una anécdota que le ocurrió el año pasado. Al terminar el curso y repartirse los destinos, a mi amigo le tocó un país de África. Cuando se acercó el Papa a saludarle le preguntó de dónde era. Al responderle que de Murcia, le replicó “¡ay, de Murcia! ¡Qué pimientos más buenos producen allí! A ver si me trae alguna lata de conserva la próxima vez que nos veamos”.
¿Y qué más le dijo a usted el Papa en esa conversación?
Pues me dijo que mi carta terminaba mostrando mi interés por explicarle el proyecto personalmente y me preguntó que cómo andaba yo de tiempo para poder hacerlo. Yo le contesté preguntaándole cómo andaba él. Miró su agenda y me dijo que el viernes siguiente tenía la tarde libre, pero que tendría que ir a su casa porque ese día no recibe en audiencia. Y quedamos ese viernes a las seis y media de la tarde. Me recomendó que, para que no me tomaran por loco, me dirigiera al Santo Oficio donde dejaría el encargo para que me llevaran a su casa.
¿Se puso nervioso?
Hasta el momento de entrar, no, porque como el Papa fue tan cercano en todo momento, no le di más importancia. Sin embargo, cuando llegué allí y dije que me había llamado el Papa, primero los Guardias Suizos me sometieron a control de metales. Salgo de allí y un coche de la Policía me pide la documentación. Después, otro tanto los Carabinieri y, por fin, me dicen que al pasar un puente, a 200 metros está la residencia del Papa. Todo esto en italiano.
¿Iba usted andando?
Andando, con mi mochililla y asustado. Al llegar al puente me encontré con dos señores que deberían rondar los tres metros de altura. Uno de ellos me saludó: “Buenos días, Carlos”, para que no tuviera dudas de que sabían perfectamente quién era yo. A partir de ese momento todo el mundo me habló en español y fueron muy atentos y cariñosos conmigo.
¿El personal del servicio?
Y el de seguridad, aunque supongo que al menor gesto extraño me hubieran mandado a Cuenca con un solo dedo.
¿Cómo es la residencia del Papa?
Supersencilla. Todo muy limpio, muy cuidado pero a la vez austero.
¿Es algún palacio antiguo de Roma?
No. Santa Marta la mandó construir Juan Pablo II como hospedaje para cardenales que iban de visita o a trabajar a Roma. Ahí tiene el Papa dos habitaciones como dependencias personales. Además, hay algunas salas para las visitas. En una de ellas me estaba esperando él. Al entrar, me lo encontré mirando el horizonte por la ventana. Puede que sea la única forma que tiene de contemplar la ciudad. Y yo, como el ángel cuando fue a saludar a María, me puse en el dintel de la puerta y le dije “Santo Padre, buenas tardes. Con su permiso”. Se dio la vuelta y me dio la mano. Fui a besarle el anillo, pero no me dejó. Me invitó a sentarme, ordenó a los de seguridad que esperaran fuera, cerró la puerta y se sentó.
¿Cómo discurrió la conversación?
Como la que puede haber entre un padre y un hijo. Yo me veía junto a él mucho más pequeño de lo que ya creía ser. Me trató con muchísimo cariño y cercanía. Con una amabilidad extrema. Se mostró muy agradecido porque hubiera ido a verlo. Le dije que no le robaría más de un minuto; que le entregaría el dossier que llevaba para él y me iría porque entendía que posiblemente fuera la persona más ocupada del mundo. Me contestó que posiblemenbte sí, pero que en ese momento quería estar conmigo y, por lo tanto, me rogó que no tuviera prisa. Y le conté mi idea acerca de la fundación.
Muy amable, desde luego.
Cuando llevábamos unos 25 minutos de conversación me preguntó si no tenía algo de miedo por llevar tanto tiempo a solas con el Papa en una habitación. Le contesté que sí, que algo impone, porque en ese momento yo no veía a un hombre con una sotana blanca, sino al padre de toda la Iglesia. He de insistir en que él estuvo siempre muy cariñoso conmigo. Me dio consejos para la Fundación; sobre cómo llevar mi parroquia hacia adelante; sobre cómo debía relacionarme con mi obispo... Al terminar, me pidió que le expusiera un ejemplo práctico sobre como asentaría yo la fundación en el Vaticano. Le dije que ahora veo a miles de personas que entran al día, previo pago de una entrada, a ver un museo estático que les puede decir más o menos pero, ¿qué hace la Iglesia por ellos durante ese tiempo en que están ahí dentro? No me refiero a convertirlos o que salgan rezando el Credo. Hablo de unos valores que son nuestro principal activo. Entonces me dijo “¡vos vas en cuarta! ¡te dejo la Iglesia y en dos días le das la vuelta!” Me dijo que le gustaba todo lo que le había explicado. Le dejé el dossier que le llevaba y me respondió que cuando lo leyera me volvería a llamar.
¿Le ha vuelto a llamar?
Yo no puedo vivir esperando esa llamada, pero ya ha sido el estímulo más potente que podía recibir este proyecto. Ha sido un año muy difícil, con muchas críticas tanto internas como externas. Esto nos ha servido a todos los que estamos en este proyecto para saber que no estamos tan locos. Pero la experiencia también me ha aportado responsabilidad. Vi al Papa cercano, pero también preocupado por una Iglesia que no pasa por sus mejores momentos.
Y que necesita ideas nuevas.
Pero no campañas de marketing. El producto que tenemos es muy bueno. Es la verdad. Únicamente es preciso exponerlo sin miedo y no conformarnos con una Iglesia de mantenimiento; la de bodas, bautizos y comuniones. El cura, además de presidir los sacramentos debe ser un apóstol, y eso significa sembrar interrogantes.