Violencia de género


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Ahora que la derecha timorata y la derecha del Guerrero del Antifaz han firmado en Andalucía su compromiso de gobierno, conviene comentar la piedra de escándalo o línea roja con la que, con grandes alharacas, se defiende o ataca la derogación o pervivencia de la Ley Andaluza 13/2007, de 26 de noviembre, de medidas de prevención y protección integral contra la violencia de género.

Esta ley, como tantas otras desgraciadamente, tiene poco de ley y mucho de declaración de voluntad o manifiesto de “abajofirmantes”. Es una manifestación más de esa hipertrofia legislativa cuya farragosa redacción poco aporta y que sumada a otras proclamas, con forma de ley, para otros temas, hace más daño que bien a una sociedad, al tergiversar el propio concepto de lo que debe ser una ley.

Pero en todo caso su existencia o su derogación poco van a cambiar el estado de cosas que pretende combatir. Es inocua e irrelevante y se redacta, como tantas otras, para los medios de comunicación o los editoriales de los periódicos, para tranquilizar a una sociedad que tiende al exceso y a la estampida. Su peso específico no se corresponde con la vehemencia con la que se la ensalza o se la denuesta.

El objeto de esta ley es según su artículo 1 “actuar contra la violencia que, como consecuencia de una cultura machista y como manifestación de la discriminación, la situación de desigualdad y las relaciones de poder de los hombres, se ejerce sobre las mujeres por el mero hecho de serlo y que se extiende como forma de violencia vicaria sobre las víctimas que se contemplan en la presente Ley.”.

El maltrato o el asesinato, no es producto de una cultura, ambos son, como el parricidio, la violación o el robo con fuerza en las cosas o violencia en las personas, delitos, regulados en el código penal, que sí es verdaderamente una ley: “si usted hace X le caerán X años de cárcel”, o le serán cortadas las orejas. Tanto da...

Un acto cultural es, por ejemplo, la extracción del corazón palpitante con un cuchillo de obsidiana para solicitar que el sol vuelva a salir y garantizar las cosechas. No consta que haya subvenciones todavía para ello. La existencia del código penal no erradica el delito, simplemente anuncia las consecuencias del mismo a quien se viera inclinado a cometer cualesquiera de los tipos penales que el legislador, en cada caso y en cada tiempo, considera de necesaria reprensión penal.

El ser humano, no es el rey de la Creación y sujeto fabricado a la imagen y semejanza de Dios, sino más bien un animal cuyo genoma lo relaciona íntimamente con un mono en concreto: el chimpancé. Género este que comprende dos especies, el chimpancé común (Pan troglodytes) y el chimpancé pigmeo o bonobo (Pan paniscus).

El bonobo es un ser dulce que soluciona sus controversias haciendo el amor y no la guerra, ejemplo y modelo de cualquier “hippie”.El gorila es un estricto vegetariano del que deben proceder acaso los veganos. Todos los demás procedemos del chimpancé común. Un mono desagradable y violento con el que, aunque no queramos reconocerlo, compartimos tantas cosas. El bonobo es un ser angélico, como Adán antes del pecado original, mientras que en el chimpancé, nuestro antecesor, observamos, si queremos mirar, las perturbadoras tendencias de Caín.

El asesinato no es el producto de una cultura, ni patriarcal ni judeo cristiana, sino más bien un producto biológico de nuestra naturaleza simiesca. Ninguna sociedad lo ha eliminado. La falta de impunidad del crimen lo ha restringido: con las leyes penales, no con observatorios ni psicólogos.

La inmensa mayoría de los asesinatos se cometen por varones sobre varones. Un pequeño porcentaje se comete por varones sobre mujeres. Y un aún más pequeño porcentaje de crímenes se comete sobre menores. Los asesinatos de varones sobre varones no se cometen como dice la ley con simpleza “por el mero hecho de serlo”,sino porque en determinadas personas o en determinadas circunstancias, el mono que llevamos dentro aflora para manifestar la jerarquía brutal característica de nuestra especie. Y tampoco hay asesinatos de mujeres “por el mero hecho de serlo”, sino por la misma característica biológica.

Si se quiere limitar un delito que en un momento dado, como el presente, se considera especialmente aborrecible, lo que hay que revisar son las penas del Código Penal. En este caso el delito más grave, el asesinato, dentro de la relación familiar o de pareja, suele ser precedido por signos evidentes que lo anuncian : insultos, desprecios, agresiones, bofetadas. Quizá sería más efectivo castigar con penas de cárcel efectivas la primera bofetada que disuadieran al maltratador de persistir en su conducta e iniciar la escalada que acaba en la muerte.

Pero entonces aparece la otra ideología contradictoria: la defensa de la reinserción del delincuente. Lo que ha permitido que violadores condenados puedan volver a salir a ejercer violencia sobre mujeres, sobre niñas, sin que nadie se escandalice de la reiteración. Esta sociedad pretende soplar y sorber al mismo tiempo. Y así vamos navegando.

El resto de la ley, que pretende paliar las consecuencias de la violencia de género es, simplemente, un aumento de la burocracia asfixiante que ya padecemos (creación de no se qué Observatorio) y reparto de subvenciones y ayudas a las víctimas de este específico delito, canalizadas a través de ONG´s y mediadores que no suelen ser exactamente filantrópicos.

Ahora toca la Ley de Protección del Aficionado Taurino y del Astuto Cazador… con la creación de los subsiguientes Consejos, Observatorios, y contratación de expertos de estómagos agradecidos e insondables.

Pues muy bien.