Crónica de una derrota

Y todo indica el agotamiento de un modelo de partido que ha sido esencial para la democracia, que ha prestado grandes servicios a España y que ha logrado, con sus reformas, una sustancial mejora de la situación económica


..

JOSÉ Mª MARTÍNEZ DE HARO

El resultado de la votación de la moción de censura en el Congreso de los Diputados escenificó un cuadro perfecto y surrealista, el final de un ciclo político que ha tenido largo recorrido. Adiós a las bases de consensos del 78. La derrota de Mariano Rajoy con ser importante no es lo importante. Lo importante es construir unas nuevas cuadernas que sostengan el Estado de Derecho, el orden Constitucional y sobre todo, la posibilidad de vivir en paz en todos los rincones de España. Algo elemental, pero relevante en este momento crítico de una nación acosada, agitada, traicionada y despreciada. Una Nación que hasta ahora ha tenido pobre defensa en los ámbitos de decisión política.

Rajoy ha sido derrotado como consecuencia del síndrome Rajoy; dejarse adular hasta la nausea,negar los errores, aferrarse al poder y asistir como espectador a los graves retos que afectan la integridad territorial del Estado español. No se le podrá discutir su prudencia, capacidad intelectual y, según los próximos, integridad moral. Pero pocos podrán negar su quietud y alejamiento de las cosas dejando los problemas, como Franco, para que los pudriese el tiempo. A Mariano Rajoy, maestro de los tiempos, le ha arrasado el tiempo precipitándole a un abismo donde ya no existe el tiempo.

A pesar de su derrota, no parecen afectarle los acontecimientos, aun los que han precipitado su vertiginosa caída, porque no creía que fuera posible, porque vive y actúa solo desde su realidad jamás cuestionada por esa cúpula dirigente que se ha apoltronado en Génova 13 y que anida en el erario público como única forma de subsistencia. Pudo, como es notorio, evitar este escenario de incertidumbres que ahora nos lega: admitir la negativa opinión extendida en ámbitos sociales y políticos sobre la sentencia del caso Gürtel y en consecuencia entender que su ciclo político, no necesariamente el del PP, había acabado.

En tales términos realistas habría podido preparar un sucesor no afectado por la corrupción, que los hay a cientos en el PP, disolver las Cortes y convocar nuevas elecciones con ese nuevo candidato a la Presidencia del Gobierno. No lo hizo guiado de sus erráticos consejeros y por la servidumbre de su carácter.Tal vez también por recelos de lo que anunciaban las encuestas como un ascenso imparable de Ciudadanos en intención de voto. Visión egoísta, electoralista y cortoplacista que ha tenido un altísimo precio para una España que contempla aterida el final de un ciclo. Tampoco ha querido seguir los pronósticos de nadie, salvo de Pedro Arriola y su inefable esposa Celia Villalobos. Venía avisado desde el diario El País, el Mundo, ABC, la Vanguardia… intelectuales y tertulianos varios, pero Mariano Rajoy ha seguido imperturbable hacia su derrota, inasequible al desaliento. Y finalmente, cuando ya era un hecho la traición de su socio para aprobar los Presupuestos, el muy nacionalista y tramposo PNV que optó por apoyar la moción de Pedro Sánchez, pudo acudir al Congreso, presentar su dimisión abortando la moción de censura y abrir un periodo si bien no triunfalista, al menos con oportunidades ante una nuevas elecciones generales para el centro derecha con candidatos nuevos capaces de regenerar al PP.

Siguiendo su principio elemental, no hizo esto. Ni lo otro. Ni nada. Apenas se envolvió en el viejo ropaje del honor para decir adiós melancólicamente. No recordó a otro presidente, Leopoldo Calvo Sotelo, quien sin las amenazas para España de los secesionistas golpistas en Cataluña, sin la premura de una moción de censura, llevado por una idea de Estado, si bien no comprendida, no se aferró a su mandato electoral, disolvió las Cortes y convocó unas elecciones que perdió por voluntad mayoritaria de los españoles, que apoyó al candidato socialista Felipe Gonzalez. Mariano Rajoy se ha aferrado al poder hasta el último minuto y con pleno conocimiento del resultado final,ha entregado el Gobierno de España a un candidato que ni es Diputado en el Congreso ni le han votado los españoles. La historia se ocupará de juzgar estas jornadas decisivas y la actuación de Rajoy como elemento central.

Se equivocó en el análisis María Dolores de Cospedal hablando en nombre del partido para justificar por qué no dimitió el Presidente. Le faltó grandeza de miras a ella y al PP, ya que su argumento fue que la dimisión de Rajoy no daría paso a una recuperación del gobierno, es decir, no evitaría nada. La cuestión del Gobierno, del partido y de Rajoy son totalmente irrisorias en relación al alcance de esta moción y su resultado final para el conjunto de los españoles. Cuestión fundamental que ha estado orillada en el pensamiento de los responsables de esta situación. Partidos políticos en general y dirigentes en particular, incluido Pedro Sánchez y su aliado decisorio Aitor Esteban, del PNV. De los demás, a excepción de Cs y otros minoritarios, hablan sus conductas, que han quedado grabadas en las imágenes para la historia: egoísmo, ambición desmedida,sectarismo, revanchismo, cálculo matemático como si de una partida de póquer se tratara.

Y todo indica el agotamiento de un modelo de partido que ha sido esencial para la democracia, que ha prestado grandes servicios a España y que ha logrado, con sus reformas, una sustancial mejora de la situación económica. Las circunstancias propias y ajenas le han sorprendido sin respuestas, sin equipo y sin ideas regeneradoras. Y por ello,singularmente por la corrupción que le afecta, ha perdido el liderazgo social del centro derecha español en su conjunto. Tras la derrota parlamentaria y la pérdida del poder, el PP ha quedado aturdido sabiendo que el paso a la oposición es una dura travesía del desierto como conocen bien los más de 6.480 cargos públicos que han de desalojar sus despachos. La razonable dimisión de Mariano Rajoy como Presidente del PP, no estuvo precedida por mínima crítica interna, excepto la de Jose Manuel García Margallo en referencia a Soraya Sáenz de Santamaría, y veladamente al partido.

Rajoy dimite cuando pudo hacerlo antes de que la avalancha arrollara a todos, sin mayores explicaciones sobre sus ausencias y sus errores. Resulta evidente, y la basedel PP y buena parte de sus cuadros medios saben, que urge una renovación y regeneración política de gran calado en el PP si quiere reaparecer como alternativa de Gobierno. Y ese proceso renovador no puede pilotarlo la actual cúpula dirigente del PP, responsable directa de tanto desastre. Unos dirigentes ausentes en las grandes cuestiones que afectan a los españoles, singularmente en Cataluña. También ausentes esos dirigentes en los juzgados y fiscalías para denunciar la corrupción gangrenada en el PP cuando ellos, todos ellos, estaban cómodamente situados en órganos de decisión y control del partido. El silencio se ha pagado muy caro.

Decía al comienzo que acaba un ciclo político, el de la Constitución de 1978. Este largo periodo ha situado a España entre las democracias de Europa. Unos avances sociales y económicos desconocidos en nuestra historia. Una sensación de respeto a nosotros mismos como autores de estos progresos. Pero este largo recorrido que nació en la esperanza, en la concordia y el entendimiento, estuvo gobernado por gentes que acudieron a la política con un afán que orientó, desde ideologías dispares, hacia objetivos luminosos. En ocasiones lo lograron y en otras fracasaron, pero dejaron huella.

Con la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero, todo esto se arrumbó en el desván de las miserias y se abrió una etapa incierta que ahora cobra verdadera sustancia con el triunfo de Pedro Sánchez en su moción de censura. Con todo, si el nuevo Presidente se deja arropar por su falta de experiencia en los consejos de prestigiosos y veteranos socialistas que conocen el valor de la concordia, de la tolerancia y del respeto enraizados en la socialdemocracia, esta nueva etapa podría enderezar el rumbo torcido con la corrupción, con la deslealtad, con la traición y con la más miserable de todas, el odio. Es sin duda posible, si no se deja llevar por cánticos oportunistas, sectarios y revanchistas, que es la hoja de ruta de algunos que le han abierto las puertas de la Moncloa, su gran ambición.

Se abre una gran interrogante para España. Cabe imaginar que esta lección sirva a las futuras generaciones, porque si no se pervierte la democracia y el Estado de Derecho,seguiremos adelante.