Se me ocurre que podría estudiarse la fórmula que Sir John Julius Norwich, en su monumental “Historia de Venecia”, cuenta que fue implantada para elegir al dogo del Serenísima República de Venecia a partir del siglo XIII
.. |
JUAN LUIS PÉREZ TORNELL
El papa Gregorio X fue elegido en 1271 tras un cónclave que duró tres años. Las autoridades de Viterbo, donde tenía lugar tan larga y costosa reunión, aceleraron su conclusión mediante el expeditivo procedimiento de retirar el tejado del palacio en el que se reunían, sin prisas, los cardenales.
No digo yo que esta fórmula sea la mejor para resolver la cuestión de la formación del gobierno catalán, pero es deber de los ciudadanos proponer fórmulas que ayuden a desbloquear este callejón sin salida.
Se me ocurre que podría estudiarse la fórmula que Sir John Julius Norwich, en su monumental “Historia de Venecia”, cuenta que fue implantada para elegir al dogo del Serenísima República de Venecia a partir del siglo XIII.
Esta fórmula electoral reduce considerablemente las suspicacias y las reticencias que siempre acompañan a los oligarcas:
«»El día señalado para la elección, el miembro más joven de la Signoria (el Consejo interno del Estado) tenía que acudir a orar a San Marcos. Luego, al salir de la basílica, debía abordar al primer muchacho con el que se cruzara y llevarle al Palacio Ducal, donde se hallaría reunido el Gran Consejo en su totalidad salvo aquellos miembros que aún fueran menores de treinta años. El joven, al que se denominaba ballotino, se encargaría de extraer al azar las papeletas de la urna. La primera extracción servía para que el concejo escogiera a treinta de sus miembros, y la segunda para escoger a nueve de estos treinta. A continuación, los nueve tendrían que escoger a otros cuarenta, cada uno de los cuales había de contar al menos con siete nominaciones. Luego se recurría a una nueva tanda de extracciones para reducir los cuarenta a doce, cuya tarea consistía en escoger a veinticinco miembros que, esta vez, necesitaban al menos nuevo votos cada uno.
Estos veinticinco volvían a reducirse a otros nueve que, a su vez, elegían a cuarenta y cinco, con un mínimo de siete votos por cabeza, de los que el ballotino escogía once nombres. Estos once tenían ahora que votar por cuarenta y uno —con nueve votos como mínimo— y eran estos últimos los encargados de elegir al dogo. Primero debían oír misa, y luego, uno por uno juraban actuar con rectitud y honestidad en beneficio de la República. Hecho esto, se encerraban en el Palacio en cónclave secreto, incomunicados por completo con el exterior y vigilados día y noche por una guardia especial de marineros hasta que completaban su labor.
Pero todo lo anterior eran solo los preliminares que permitían comenzar la elección propiamente dicha. A continuación, cada elector escribía el nombre de su candidato en un trozo de papel y lo depositaba en el interior de la urna, tras lo cual se recogían y leían las papeletas para elaborar una lista de todos los nombres propuestos, independientemente del número de nominaciones de cada uno. A continuación, se escribían nuevamente los nombres en sendos trozos de papel que eran depositados en otra urna, y de ellos se extraía uno. Si el interesado estaba presente debía retirarse en compañía de cualquier otro elector con el que compartiera apellido mientras los demás debatían su conveniencia pare el cargo, y luego debía regresar para responder a las preguntas pertinentes o para defenderse de cualquier posible acusación. Por último, se celebraba una votación final: si obtenía los veinticinco votos necesarios era declarado dogo; en caso contrario, se extraía otro nombre y así sucesivamente” (“Historia de Venecia” John Julius Norwich Edit. Almed Pág. 204).
Esta claro que el que no tiene un “Molt Honorable President” de la Serenísima República Catalana es porque no quiere, porque fórmulas hay.
No digo yo que esta fórmula sea la mejor para resolver la cuestión de la formación del gobierno catalán, pero es deber de los ciudadanos proponer fórmulas que ayuden a desbloquear este callejón sin salida.
Se me ocurre que podría estudiarse la fórmula que Sir John Julius Norwich, en su monumental “Historia de Venecia”, cuenta que fue implantada para elegir al dogo del Serenísima República de Venecia a partir del siglo XIII.
Esta fórmula electoral reduce considerablemente las suspicacias y las reticencias que siempre acompañan a los oligarcas:
«»El día señalado para la elección, el miembro más joven de la Signoria (el Consejo interno del Estado) tenía que acudir a orar a San Marcos. Luego, al salir de la basílica, debía abordar al primer muchacho con el que se cruzara y llevarle al Palacio Ducal, donde se hallaría reunido el Gran Consejo en su totalidad salvo aquellos miembros que aún fueran menores de treinta años. El joven, al que se denominaba ballotino, se encargaría de extraer al azar las papeletas de la urna. La primera extracción servía para que el concejo escogiera a treinta de sus miembros, y la segunda para escoger a nueve de estos treinta. A continuación, los nueve tendrían que escoger a otros cuarenta, cada uno de los cuales había de contar al menos con siete nominaciones. Luego se recurría a una nueva tanda de extracciones para reducir los cuarenta a doce, cuya tarea consistía en escoger a veinticinco miembros que, esta vez, necesitaban al menos nuevo votos cada uno.
Estos veinticinco volvían a reducirse a otros nueve que, a su vez, elegían a cuarenta y cinco, con un mínimo de siete votos por cabeza, de los que el ballotino escogía once nombres. Estos once tenían ahora que votar por cuarenta y uno —con nueve votos como mínimo— y eran estos últimos los encargados de elegir al dogo. Primero debían oír misa, y luego, uno por uno juraban actuar con rectitud y honestidad en beneficio de la República. Hecho esto, se encerraban en el Palacio en cónclave secreto, incomunicados por completo con el exterior y vigilados día y noche por una guardia especial de marineros hasta que completaban su labor.
Pero todo lo anterior eran solo los preliminares que permitían comenzar la elección propiamente dicha. A continuación, cada elector escribía el nombre de su candidato en un trozo de papel y lo depositaba en el interior de la urna, tras lo cual se recogían y leían las papeletas para elaborar una lista de todos los nombres propuestos, independientemente del número de nominaciones de cada uno. A continuación, se escribían nuevamente los nombres en sendos trozos de papel que eran depositados en otra urna, y de ellos se extraía uno. Si el interesado estaba presente debía retirarse en compañía de cualquier otro elector con el que compartiera apellido mientras los demás debatían su conveniencia pare el cargo, y luego debía regresar para responder a las preguntas pertinentes o para defenderse de cualquier posible acusación. Por último, se celebraba una votación final: si obtenía los veinticinco votos necesarios era declarado dogo; en caso contrario, se extraía otro nombre y así sucesivamente” (“Historia de Venecia” John Julius Norwich Edit. Almed Pág. 204).
Esta claro que el que no tiene un “Molt Honorable President” de la Serenísima República Catalana es porque no quiere, porque fórmulas hay.