Lo peor de la corrupción política

Tengo para mí que la peor forma de corrupción política es la que discurre por cauces aparentemente legales, solo que alguien se aprovecha de ellos para el enriquecimiento personal


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AMANDO DE MIGUEL

Actualmente se están sustanciando ante los tribunales algunos asuntos relacionados con la corrupción de los políticos. Cada vez nos impresionamos menos. No se trata solo de la creciente presencia de los políticos en el banquillo de los acusados (ahora butaquitas con respaldo), sino del fatalismo con el que acogemos el hecho.

Lo que impresiona verdaderamente es la ausencia del acto de contrición por parte de los inculpados. Ninguno dice que se equivocó, que se siente arrepentido, que no lo hará más. En su lugar, manejan la táctica del despiste: «Yo no sabía nada, no me informaron debidamente, no entraba en el ámbito de mi competencia, era un asunto meramente contable», etc. En la práctica, la defensa consiste en trasladar la culpa a los subordinados, a otras instancias administrativas.

Sospecho que muchos casos de corrupción política surgen como consecuencia de alguna venganza de alguien, que muchas veces permanece en la sombra. Es el símbolo del “contable cabreado”, que se dijo de las filesas del pasado. Por tanto, nos encontramos solo ante la punta del iceberg. La peor corrupción sigue estando sumergida, no la veremos nunca, porque triunfó.

Tengo para mí que la peor forma de corrupción política es la que discurre por cauces aparentemente legales, solo que alguien se aprovecha de ellos para el enriquecimiento personal. Por eso se demandan tanto los puestos políticos, porque proporcionan oportunidades excepcionales para hacer dinero legalmente, aunque solo sea por los contactos personales. Recuérdese que el conjunto de los gobernantes administra cerca de la mitad de todo lo que se produce en España, el famoso PIB.

Durante los últimos meses, al lado de las noticias sobre corrupción de los políticos, los medios se alimentan de la pura lucha por el poder en todos los partidos. Existe una verdadera obsesión por situarse en las listas, pensando ya en las próximas elecciones. Tampoco hay que culpabilizar mucho a los políticos como tales. Se trata solo de una ilustración de la mentalidad prevalente en la sociedad. La cual consiste en valorar extraordinariamente la capacidad de enriquecimiento personal. Otros valores, antaño deseables, se sitúan muy por debajo de esa especie de codicia ostentosa, que es definitivamente lo nuestro. Es una cuestión de mentalidad que no se puede cambiar en poco tiempo. También es verdad que admite muchas excepciones y singularidades. La inmoralidad pública se aloja realmente en ese carácter general.

El lector pensará que soy muy pesimista respecto a este asunto de la corrupción política. Seguramente tiene razón. No sé a qué santo viene uno obligado a ser optimista sobre la naturaleza humana, y más si se concreta en los especímenes de la raza española. Son muchos siglos de escasez lo que nos empuja a la codicia.