La responsable del feminismo, género, etc. del PSOE, Carmen Monzón, ha dicho textualmente, según circula por internet, que «se debe utilizar la expresión persona preñada, en lugar de mujer embarazada, para no ofender y discriminar a los transexuales». Muy bien, ese es el sentido de la justicia y la equidad de izquierdismo ultra: para no ofender (¿ofender?) a unos muy pocos, es necesario ofender a todas las mujeres
Imagen de archivo de la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz. |
RAFAEL LÁZARO
Lo más probable es que ambas cosas y a partes iguales aunque con una leve inclinación hacia la segunda opción. ¿A cerca de qué? Se preguntará usted, estimado lector. En lógica reflexión acerca de algunos actos y dichos de la izquierda podemita y podemizada. Más bien de la segunda, en seguimiento descabellado de una huida hacia adelante —o mejor, hacia atrás— con la que cree que puede recuperar el paraíso del poder perdido.
Vayamos a los hechos. No hace mucho, una disposición de la Junta de Andalucía gobernada por el PSOE pretende, por inspiración de no sé quién o ciencia infusa, suprimir así, de una sola tacada, la existencia del padre y la madre en un impreso a rellenar por los susodichos a la hora de solicitar la escolarización de sus hijos.
Que sí, que sí, que es verdad. Que no es un chiste de fin de curso escolar. Y ¿qué palabro creen ustedes que han elegido los sabios de la Junta? Pues la de mayor pedigrí que posiblemente se encuentre en el diccionario. ¿Saben ustedes, señores padres y madres —perdón señores del PSOE, por mi inculto lenguaje— cómo han decidido llamarles en el futuro? Ahí va: «guardador» y «guardadora». ¿Queee? Sí, sí. Probablemente, alguno ya ha tenido la ocasión de comprobarlo si es que a estas alturas, y por un momento de lucidez, no han retirado el citado impreso. Claro que, pensándolo bien, todavía han dejado un resquicio a la esperanza futura al no llamar a los hijos «guardados y guardadas».
Segunda maravilla. La responsable del feminismo, género, etc. del PSOE, Carmen Monzón, ha dicho textualmente, según circula por internet, que «se debe utilizar la expresión persona preñada, en lugar de mujer embarazada, para no ofender y discriminar a los transexuales». Muy bien, ese es el sentido de la justicia y la equidad de izquierdismo ultra: para no ofender (¿ofender?) a unos muy pocos, es necesario ofender a todas las mujeres. Pero, además ¿cómo se puede ofender a alguien que voluntariamente ha decidido cambiar su sexo, pasando de ser hombre a ser mujer, condición indispensable para poder quedarse preñada? ¿O quizá ya están pensando en aprobar una futura ley por la que se nos obligue a los hombres a quedarnos preñados? Madre mía. ¿Pero qué entiende esta gente por progreso? ¿De verdad piensan que alguien puede tragarse esta serie de trolas como algo que ayude al bienestar y felicidad de las personas?
Y llegados a este punto, repito el encabezamiento, ¿es estulticia o maldad? Como por pura estadística no creo que todos en el partido pertenezcan a la primera clase —aunque Einstein nos advierte de que «hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana», y del Universo no estoy seguro»—, debo inclinarme por la segunda opción. A saber, que en todo este enjuague mental hay mucho de maldad. ¿Con qué fin? Seguramente para desestructurar y confundir lo más posible a la sociedad, crear artificialmente enfrentamientos entre ciudadanos y erigirse en los nuevos redentores del individuo que, debilitado por estas perniciosas trifulcas, quizá piensen que fácilmente sería moldeado en un «hombre nuevo» (mira por dónde esta última expresión me suena a pensamiento fascista).
Como es sobradamente conocido el punto de arranque de todo este disparatado y odioso desequilibrio arranca de la perniciosa ideología de género y el pavoroso temor de gran parte de la sociedad a posicionarse frente a lo «políticamente correcto», incluyendo en este concepto al lenguaje como creador de realidades, y no limitándose a ser una herramienta descriptiva. Lo «políticamente correcto», o lo que el marxismo-leninismo llamaba «corrección política» para describir la línea partidaria apropiada, representa la sumisión absoluta a postulados sobrevenidos de ámbitos de poder ideológico, con un perfil marcadamente elitista, totalmente opacos y ajenos a las prioridades de la inmensa mayoría de los ciudadanos.
Es verdad que a semejante postulado ideológico es posible y deseable hacer frente, y que existen sólidos argumentos para ello. Los partidos de centro y derecha podrían hacerlo, pero atrapados ya en esa trampa, y su propia debilidad ideológica que les impulsa a asimilar todo cuanto viene de la izquierda —ya se sabe, la izquierda bautiza, la derecha confirma— se lo impiden. Y para qué hablar del PP.
Vayamos a los hechos. No hace mucho, una disposición de la Junta de Andalucía gobernada por el PSOE pretende, por inspiración de no sé quién o ciencia infusa, suprimir así, de una sola tacada, la existencia del padre y la madre en un impreso a rellenar por los susodichos a la hora de solicitar la escolarización de sus hijos.
Que sí, que sí, que es verdad. Que no es un chiste de fin de curso escolar. Y ¿qué palabro creen ustedes que han elegido los sabios de la Junta? Pues la de mayor pedigrí que posiblemente se encuentre en el diccionario. ¿Saben ustedes, señores padres y madres —perdón señores del PSOE, por mi inculto lenguaje— cómo han decidido llamarles en el futuro? Ahí va: «guardador» y «guardadora». ¿Queee? Sí, sí. Probablemente, alguno ya ha tenido la ocasión de comprobarlo si es que a estas alturas, y por un momento de lucidez, no han retirado el citado impreso. Claro que, pensándolo bien, todavía han dejado un resquicio a la esperanza futura al no llamar a los hijos «guardados y guardadas».
Segunda maravilla. La responsable del feminismo, género, etc. del PSOE, Carmen Monzón, ha dicho textualmente, según circula por internet, que «se debe utilizar la expresión persona preñada, en lugar de mujer embarazada, para no ofender y discriminar a los transexuales». Muy bien, ese es el sentido de la justicia y la equidad de izquierdismo ultra: para no ofender (¿ofender?) a unos muy pocos, es necesario ofender a todas las mujeres. Pero, además ¿cómo se puede ofender a alguien que voluntariamente ha decidido cambiar su sexo, pasando de ser hombre a ser mujer, condición indispensable para poder quedarse preñada? ¿O quizá ya están pensando en aprobar una futura ley por la que se nos obligue a los hombres a quedarnos preñados? Madre mía. ¿Pero qué entiende esta gente por progreso? ¿De verdad piensan que alguien puede tragarse esta serie de trolas como algo que ayude al bienestar y felicidad de las personas?
Y llegados a este punto, repito el encabezamiento, ¿es estulticia o maldad? Como por pura estadística no creo que todos en el partido pertenezcan a la primera clase —aunque Einstein nos advierte de que «hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana», y del Universo no estoy seguro»—, debo inclinarme por la segunda opción. A saber, que en todo este enjuague mental hay mucho de maldad. ¿Con qué fin? Seguramente para desestructurar y confundir lo más posible a la sociedad, crear artificialmente enfrentamientos entre ciudadanos y erigirse en los nuevos redentores del individuo que, debilitado por estas perniciosas trifulcas, quizá piensen que fácilmente sería moldeado en un «hombre nuevo» (mira por dónde esta última expresión me suena a pensamiento fascista).
Como es sobradamente conocido el punto de arranque de todo este disparatado y odioso desequilibrio arranca de la perniciosa ideología de género y el pavoroso temor de gran parte de la sociedad a posicionarse frente a lo «políticamente correcto», incluyendo en este concepto al lenguaje como creador de realidades, y no limitándose a ser una herramienta descriptiva. Lo «políticamente correcto», o lo que el marxismo-leninismo llamaba «corrección política» para describir la línea partidaria apropiada, representa la sumisión absoluta a postulados sobrevenidos de ámbitos de poder ideológico, con un perfil marcadamente elitista, totalmente opacos y ajenos a las prioridades de la inmensa mayoría de los ciudadanos.
Es verdad que a semejante postulado ideológico es posible y deseable hacer frente, y que existen sólidos argumentos para ello. Los partidos de centro y derecha podrían hacerlo, pero atrapados ya en esa trampa, y su propia debilidad ideológica que les impulsa a asimilar todo cuanto viene de la izquierda —ya se sabe, la izquierda bautiza, la derecha confirma— se lo impiden. Y para qué hablar del PP.