No soy partidario de mezclar la intimidad con la actividad profesional. Tampoco creo que haya necesidad de escenificar circunstancias personales en el desarrollo del trabajo llevando al bebé al escaño o propinarse vistosos 'piquitos' entre señores diputados
Pablo Iglesias e Irene Montero, pareja dirigente de Podemos. // Europa Press |
ANTONIO FELIPE RUBIO
Como todo fuego de artificio, la conclusión ha de advertirse con un trueno gordo. La moción de censura ha sido de traca, y la pólvora mojada de Iglesias ha servido de munición a Rajoy para, pasados los días —él es experto en curar y encurtir con el paso del tiempo—, devolver a Podemos el discurso incendiario que a punto estuvo de lanzar por los aires el polvorín podemita con el «trueno» Rafa Hernando.
Nuestro diputado por Almería no se prodiga precisamente por contar hasta diez. El zasca de la «relación» de la pareja Iglesias/Montero casi termina en tragedia. Otra más de las muchas sobreactuaciones que en las filas del Nacional Populismo se reciben como agresión machista y tal y tal.
Un comentario que se ubica en la obviedad del general conocimiento requirió una excusa de Rafa Hernando para aclarar que se refería a la «relación política» y no a lo que realmente quería decir, y todos entendimos. Peor ha sido enmendarlo que mantenerlo, porque cuando se dicen las cosas con inequívoco ajuste a la realidad no hay por qué arredrarse en eufemismos y alambicadas componendas. De todos es sabido que Irene Montero es la novia, pareja sentimental o, con perdón, la «churri» de Iglesias; pero lanzar un cumplido a la Montero sobre su brillante actuación como portavoza, y que eso supondría abrir suspicacias en el macho Alfa hasta tambalear la «relación», condujo a Hernando —vistos los ademanes y el compungido gesto de la pareja sentimental de Iglesias— a pedir disculpas por una posible ofensa... que nunca existió, y que no requería posterior y gratuita exégesis.
Los maricomplejines del Partido Popular, por muy aguerridos discursos de Rafa Hernando, aún subyacen y se acrecientan ante un escenario que, al contrario, no se recata en gruesos calificativos como «casta inmunda, banda criminal, partido mafioso, parásitos, rémoras...» y otras lindezas que esputan desde un comportamiento más que reprobable que se les conoce y se les relaciona: pederastia, robo, agresiones, malos tratos, tráfico de drogas... delitos cometidos y sentenciados por jueces a diversos miembros y miembras en activo y en distintas instituciones, incluida la Cámara Baja.
No soy partidario de mezclar la intimidad con la actividad profesional. Tampoco creo que haya necesidad de escenificar circunstancias personales en el desarrollo del trabajo llevando al bebé al escaño o propinarse vistosos 'piquitos' entre señores diputados.
Pero el problema no radica en la estética desacostumbrada en el Congreso de los Diputados. Ana Botella, esposa de José María Aznar, ha recibido improperios en base a su condición de consorte; Ana Mato, igual suerte con su ex; Mariló Montero, a quien «azotaría hasta que sangrase»... o cuando Iglesias intenta meterse en braguetas y faldas ajenas citando en sede parlamentaria a la diputada del PP Andrea Levy y al podemita Miguel Vila, aconsejándoles utilizar su despacho «para que ambos se conozcan mejor»... y así sucesivamente hasta aguantar despiadadas y muy machistas comparaciones y afrentas que, viniendo de donde vienen, pasan desapercibidas por los complejos de la derecha y los medios «progresistas».
Aunque hay que recordar el episodio de Iglesias afeando a una periodista por el abrigo de pieles que colgaba de su silla como respuesta a una pregunta incómoda en una rueda de prensa. Basta clicar en Google «Iglesias periodistas» para encontrar una interminable lista de enfrentamientos, ofensas y humillaciones que jalonan el comportamiento del líder del Nacional Populismo que se ha prodigado en mezclar vínculos, relaciones personales, atuendos —habló quién pudo— y ejercicio de gracioso celestino. Y ahora va a resultar que un caballeroso cumplido, seguido de una ingenua mordacidad sobre la «relación» es motivo de escarnio y ofensa para el manual del Nacional Populismo.
Nuestro diputado por Almería no se prodiga precisamente por contar hasta diez. El zasca de la «relación» de la pareja Iglesias/Montero casi termina en tragedia. Otra más de las muchas sobreactuaciones que en las filas del Nacional Populismo se reciben como agresión machista y tal y tal.
Un comentario que se ubica en la obviedad del general conocimiento requirió una excusa de Rafa Hernando para aclarar que se refería a la «relación política» y no a lo que realmente quería decir, y todos entendimos. Peor ha sido enmendarlo que mantenerlo, porque cuando se dicen las cosas con inequívoco ajuste a la realidad no hay por qué arredrarse en eufemismos y alambicadas componendas. De todos es sabido que Irene Montero es la novia, pareja sentimental o, con perdón, la «churri» de Iglesias; pero lanzar un cumplido a la Montero sobre su brillante actuación como portavoza, y que eso supondría abrir suspicacias en el macho Alfa hasta tambalear la «relación», condujo a Hernando —vistos los ademanes y el compungido gesto de la pareja sentimental de Iglesias— a pedir disculpas por una posible ofensa... que nunca existió, y que no requería posterior y gratuita exégesis.
Los maricomplejines del Partido Popular, por muy aguerridos discursos de Rafa Hernando, aún subyacen y se acrecientan ante un escenario que, al contrario, no se recata en gruesos calificativos como «casta inmunda, banda criminal, partido mafioso, parásitos, rémoras...» y otras lindezas que esputan desde un comportamiento más que reprobable que se les conoce y se les relaciona: pederastia, robo, agresiones, malos tratos, tráfico de drogas... delitos cometidos y sentenciados por jueces a diversos miembros y miembras en activo y en distintas instituciones, incluida la Cámara Baja.
No soy partidario de mezclar la intimidad con la actividad profesional. Tampoco creo que haya necesidad de escenificar circunstancias personales en el desarrollo del trabajo llevando al bebé al escaño o propinarse vistosos 'piquitos' entre señores diputados.
Pero el problema no radica en la estética desacostumbrada en el Congreso de los Diputados. Ana Botella, esposa de José María Aznar, ha recibido improperios en base a su condición de consorte; Ana Mato, igual suerte con su ex; Mariló Montero, a quien «azotaría hasta que sangrase»... o cuando Iglesias intenta meterse en braguetas y faldas ajenas citando en sede parlamentaria a la diputada del PP Andrea Levy y al podemita Miguel Vila, aconsejándoles utilizar su despacho «para que ambos se conozcan mejor»... y así sucesivamente hasta aguantar despiadadas y muy machistas comparaciones y afrentas que, viniendo de donde vienen, pasan desapercibidas por los complejos de la derecha y los medios «progresistas».
Aunque hay que recordar el episodio de Iglesias afeando a una periodista por el abrigo de pieles que colgaba de su silla como respuesta a una pregunta incómoda en una rueda de prensa. Basta clicar en Google «Iglesias periodistas» para encontrar una interminable lista de enfrentamientos, ofensas y humillaciones que jalonan el comportamiento del líder del Nacional Populismo que se ha prodigado en mezclar vínculos, relaciones personales, atuendos —habló quién pudo— y ejercicio de gracioso celestino. Y ahora va a resultar que un caballeroso cumplido, seguido de una ingenua mordacidad sobre la «relación» es motivo de escarnio y ofensa para el manual del Nacional Populismo.