El IBEX 35 ha protagonizado la mayor caída de su historia, la libra se ha desplomado a niveles desconocidos desde 1985, las primas de riesgo se han disparado y los movimientos secesionistas pueden terminar desmembrando el Reino Unido
Imagen: Succo. CC. |
FRANCISCO G. MONTERO / 25·06·2016
«Sí» o «No», este tipo de votaciones necesariamente provocan la polarización del electorado. En este caso, situarse del lado del «Sí» es estar con los populistas, xenófobos y racistas. Hacerlo del lado del «No», es colocarse junto a los moderados, pragmáticos y constructivos. A pesar de los ataques de los 'bremainers' de todo el mundo, «los votos no se pesan, se cuentan», y la victoria del «Sí» estaba, como veremos a continuación, más que justificada, independientemente del motivo individual de cada votante.
La Unión Europea a diferencia de sus, en cierto modo predecesoras, CECA y CEE, no pretende ser sólo un abstracto ámbito de libre circulación de bienes, servicios y capitales, sino una estructura política concreta. Dejando de lado aquel propósito original de mantener la paz entre los países europeos tras dos guerras mundiales aboliendo las barreras económicas, la UE se ha convertido en un organismo hiperregulador, capaz de decidir qué tomates puede usted comprar en el supermercado de su barrio, qué tipo de bombilla tiene que utilizar usted en su cocina, cuánta leche se puede producir en una explotación ganadera, o qué altura han de tener la vallas de protección de una fábrica de magdalenas en Ciudad Real. No le quepa duda: a pagar todo eso, usted dedica una parte muy sustancial de su trabajo diario.
Burócratas con sueldos astronómicos, privilegios fiscales y planes privados de pensiones como el que hizo dimitir al eurodiputado de Izquierda Unida Willy Meyer, se atrincheran en sus bancadas para dirigir la vida de los europeos, protegidos por la distancia física y mediática que les separa de sus electores, evadiéndose de cualquier responsabilidad. La legislorragia centralizadora de la UE cristalizó en aquella 'Constitución Europea', un texto en el que no queda ninguna referencia al libre mercado, y donde la propiedad privada sólo se menciona cuando se habla de expropiaciones.
Tenemos, entonces, un organismo político constituido para fijar los objetivos hacia los que dirigir la sociedad, capaz de crear las herramientas jurídicas necesarias para ello y que no manifiesta ningún respeto por la libertad ni por la propiedad privada. Un organismo surgido al más puro estilo dirigista francés de Rousseau. ¿Cómo puede encajar el Reino Unido, cuna de la Revolución Industrial, cuyos fundamentos fueron la libertad y la propiedad privada, en ese asfixiante despropósito? ¿Cómo casar la defensa del individuo de la Inglaterra de Locke o la Escocia de Hume con el colectivismo revolucionario francés? Parece obvio que el voto coherente era el «Sí».
La noticia ha sido recibida con pánico. El IBEX 35 ha protagonizado la mayor caída de su historia, la libra se ha desplomado a niveles desconocidos desde 1985, las primas de riesgo se han disparado y los movimientos secesionistas pueden terminar desmembrando el Reino Unido. A nadie ha sorprendido esta reacción, motivo por el que el voto pragmático fue el «No». Un voto aplaudido por los europeístas que tildan de populistas a sus adversarios, soslayando que estos ya ocupan un 25 por ciento de las bancadas del Parlamento Europeo, y como si los demagogos culpables de lo explicado anteriormente no ocupasen el 75 por ciento restante.
Vivimos una época de grandes cambios, de un gran dinamismo facilitado por el desarrollo de las comunicaciones que choca frontalmente con la rigidez burocrática estatal y, como se ha visto, con la supraestatal. La inseguridad no puede guiarnos por el camino cómodo en lugar de por el camino correcto: la defensa del individuo. ¿Quién dijo miedo?
La Unión Europea a diferencia de sus, en cierto modo predecesoras, CECA y CEE, no pretende ser sólo un abstracto ámbito de libre circulación de bienes, servicios y capitales, sino una estructura política concreta. Dejando de lado aquel propósito original de mantener la paz entre los países europeos tras dos guerras mundiales aboliendo las barreras económicas, la UE se ha convertido en un organismo hiperregulador, capaz de decidir qué tomates puede usted comprar en el supermercado de su barrio, qué tipo de bombilla tiene que utilizar usted en su cocina, cuánta leche se puede producir en una explotación ganadera, o qué altura han de tener la vallas de protección de una fábrica de magdalenas en Ciudad Real. No le quepa duda: a pagar todo eso, usted dedica una parte muy sustancial de su trabajo diario.
Burócratas con sueldos astronómicos, privilegios fiscales y planes privados de pensiones como el que hizo dimitir al eurodiputado de Izquierda Unida Willy Meyer, se atrincheran en sus bancadas para dirigir la vida de los europeos, protegidos por la distancia física y mediática que les separa de sus electores, evadiéndose de cualquier responsabilidad. La legislorragia centralizadora de la UE cristalizó en aquella 'Constitución Europea', un texto en el que no queda ninguna referencia al libre mercado, y donde la propiedad privada sólo se menciona cuando se habla de expropiaciones.
Tenemos, entonces, un organismo político constituido para fijar los objetivos hacia los que dirigir la sociedad, capaz de crear las herramientas jurídicas necesarias para ello y que no manifiesta ningún respeto por la libertad ni por la propiedad privada. Un organismo surgido al más puro estilo dirigista francés de Rousseau. ¿Cómo puede encajar el Reino Unido, cuna de la Revolución Industrial, cuyos fundamentos fueron la libertad y la propiedad privada, en ese asfixiante despropósito? ¿Cómo casar la defensa del individuo de la Inglaterra de Locke o la Escocia de Hume con el colectivismo revolucionario francés? Parece obvio que el voto coherente era el «Sí».
La noticia ha sido recibida con pánico. El IBEX 35 ha protagonizado la mayor caída de su historia, la libra se ha desplomado a niveles desconocidos desde 1985, las primas de riesgo se han disparado y los movimientos secesionistas pueden terminar desmembrando el Reino Unido. A nadie ha sorprendido esta reacción, motivo por el que el voto pragmático fue el «No». Un voto aplaudido por los europeístas que tildan de populistas a sus adversarios, soslayando que estos ya ocupan un 25 por ciento de las bancadas del Parlamento Europeo, y como si los demagogos culpables de lo explicado anteriormente no ocupasen el 75 por ciento restante.
Vivimos una época de grandes cambios, de un gran dinamismo facilitado por el desarrollo de las comunicaciones que choca frontalmente con la rigidez burocrática estatal y, como se ha visto, con la supraestatal. La inseguridad no puede guiarnos por el camino cómodo en lugar de por el camino correcto: la defensa del individuo. ¿Quién dijo miedo?