Nueve razones para votar a Podemos el 26-J

Cuestiones como el desarrollo de nuevos sectores económicos o la recuperación de los índices de natalidad convierten la formación de Pablo Iglesias en la única apuesta verdaderamente rupturista de cara a los próximos comicios


Pablo Iglesias durante la presentación del programa electoral de Unidos Podemos.

DIEGO JEREZ / 02·06·2016

@diegojerezg

Pese a que el siempre egoísta instinto de supervivencia está llevando a una gran parte de la sociedad española a manifestar su profundo y sincero temor ante la posibilidad de que Podemos llegue al gobierno, lo cierto es que existe un buen puñado de razones objetivas para apoyar la opción bolivariana.

En primer lugar, debemos tener en cuenta que no hay nada más ecológico que la pobreza. Y es que, con los mercados europeos cerrados tras nuestra salida del euro y de la UE, las enormes extensiones de cultivo bajo plástico de Almería y Murcia dejarían de ser económicamente sostenibles, por lo que el consumo hídrico de ambas provincias se vería reducido de manera drástica. Además, el desplome de la renta de los ciudadanos se traduciría en un menor número de vehículos, así como en un menor consumo de combustibles fósiles y energía eléctrica; al tiempo que actividades como el reciclaje de residuos en contenedores y vertederos experimentarían un auge sin precedente en nuestro país.

De igual modo, el paso de una economía en euros a otra en pesetas o bolívares y con salarios de 20 euros al mes (en torno a unos 15.000 Bs.F, dependiendo de las circunstancias), permitiría el desarrollo de nuevos sectores económicos, como el turismo sexual, donde podríamos competir con destinos ya consolidados como Tailandia o Cuba. Mientras que el abaratamiento de la mano de obra posibilitaría el traslado a España de la producción de la Empresa Nacional de Textiles y Moda (antigua Zara), así como la de otras empresas expropiadas de calzado y de manufacturas en general. Cierto es que la pervivencia de esos negocios sería complicada bajo la dirección de comisarios políticos, pero no es menos cierto que nadie puede asegurar de manera tajante que terminarían quebrando. El hecho de que tampoco existan ejemplos de grandes empresas públicas que triunfan en los mercados internacionales resulta insuficiente como argumento.

Otro de los efectos positivos de la venezolización de España sería el desabastecimiento, cuyas bondades no sólo se harían patentes en su vertiente ecológica mediante una restricción severa del consumo, sino, también, a través de una importante reducción del gasto farmacéutico —no se pueden comprar medicamentos en una farmacia que no los tiene—, y, por ende, del gasto en pensiones, toda vez que los jubilados tienden a abusar durante menos tiempo de la prestación cuando se les priva de sus tratamientos farmacológicos.

Por otro lado, las largas colas para conseguir productos de primera necesidad nos permitirían cultivar virtudes poco presentes en la sociedad española contemporánea, como el estoicismo o la paciencia, mientras que la carencia de artículos de higiene básicos como tampones o papel higiénico nos obligaría a desarrollar nuestra imaginación, haciendo el día a día más interesante. Al mismo tiempo, las colas nos permitirían interactuar de manera más directa y cercana con otras personas, desplazando a las frías y anticuadas redes sociales cuando únicamente los jerarcas del partido pudieran permitirse tener un smartphone (un iPhone 6 cuesta más de 600.000 Bs.F).

Los frecuentes apagones contribuirían tanto a la reducción del consumo eléctrico como al desarrollo de la industria de velas y candiles, pero, sobre todo, crearían un ambiente más romántico en nuestros hogares, propiciando la recuperación de los maltrechos índices de natalidad, lo que redundaría, a su vez, en el afianzamiento del sistema público de pensiones.

De otra parte, gracias a la nacionalización de los medios de comunicación y al control del partido sobre las aulas, las asociaciones y los foros de discusión, no tendríamos que volver a entregarnos a esa fatigosa tarea de pensar por nosotros mismos; nuestras vidas serían mucho más sencillas sabiendo que todos nuestros problemas son fruto de alguna conspiración fascista forjada en cualquier país extranjero; y la parrilla televisiva se vería liberada de inútiles series imperialistas como Los Simpsons, en favor de programas de difusión cultural como Aló Presidente.

Por si todo lo anterior fuera poco, el colapso económico y la represión política nos permitirían contar con nuevos alicientes para emigrar y conocer mundo.

En resumen, el experimento bolivariano cuenta con enormes y abundantes atractivos a tener en cuenta de cara a las próximas elecciones, e incluso si por algún motivo insospechado llegara a salirnos mal, los daños no serían permanentes, puesto que, al igual que Fidel Castro, Pablo Iglesias deberá algún día sucumbir al imperativo biológico, ofreciendo a las futuras generaciones la ilusionante experiencia vivida anteriormente por jóvenes de naciones como Albania, Bulgaria o Checoslovaquia, esto es, la de reconstruir un país devastado por el comunismo.