DIEGO JEREZ
20·04·2016
Que dice COAG que llueve orina sobre el Poniente, y mira al cielo en busca de avionetas con cara de Iker Jiménez, o de niño al que le roban la nariz, o de ese almeriense al que le cuentan lo de las cabras de El Cañarete.
Lluvias de «amarillo chillón» en la misma semana en la que a la Junta se le pierden los pediatras y un puñado de paisanos se plantan en el Congreso a que les digan que sí, que pronto, que no se preocupen, que en cuanto pasen las elecciones…
Y llueve poco y amarillo, y uno se pregunta si no será que esos médicos están llegando en el AVE, y si no traerán consigo a los albañiles del Materno-Infantil o la vergüenza perdida de algún político.
Corre el agua amarilla en dorados arroyuelos por los frondosos cauces de la provincia, liberados por fin de ese invento burgués y maloliente de las depuradoras, mientras los chamanes beticistas celebran alborozados semejante augurio de prosperidad.
Llueve, porque nos llueven, sobre esas aulas prefabricadas en las que aguardan los niños a convertirse en parados. Llueve, porque nos llueven, sobre esos mausoleos de hormigón en los que enterraron el trasvase y la promesa de un agua asequible. Y llueve, porque nos llueven, sobre esos túneles sin boca, tapiados como nichos, en medio de la nada.
Tibios charcos ambarinos aguardan los cascotes de El Algarrobico.
Lluvias de «amarillo chillón» en la misma semana en la que a la Junta se le pierden los pediatras y un puñado de paisanos se plantan en el Congreso a que les digan que sí, que pronto, que no se preocupen, que en cuanto pasen las elecciones…
Y llueve poco y amarillo, y uno se pregunta si no será que esos médicos están llegando en el AVE, y si no traerán consigo a los albañiles del Materno-Infantil o la vergüenza perdida de algún político.
Corre el agua amarilla en dorados arroyuelos por los frondosos cauces de la provincia, liberados por fin de ese invento burgués y maloliente de las depuradoras, mientras los chamanes beticistas celebran alborozados semejante augurio de prosperidad.
Llueve, porque nos llueven, sobre esas aulas prefabricadas en las que aguardan los niños a convertirse en parados. Llueve, porque nos llueven, sobre esos mausoleos de hormigón en los que enterraron el trasvase y la promesa de un agua asequible. Y llueve, porque nos llueven, sobre esos túneles sin boca, tapiados como nichos, en medio de la nada.
Tibios charcos ambarinos aguardan los cascotes de El Algarrobico.