Lengua, lenguaje y lenguaraces


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AMANDO DE MIGUEL

No soy filólogo, lingüista, ni nada parecido. Empero, me interesa mucho, no, ya, la lengua (mi instrumento de trabajo y de ocio), sino el lenguaje como expresión de los usos sociales. Es más, siento curiosidad por registrar los desvíos de los lenguaraces. Hay tantos lenguajes como estratos (por edad, actividad, región, etc.), que los encarnan con personalidad propia. Luego, están las personas, esencialmente, locuaces o lenguaraces.

Una persona lenguaraz es algo más y distinto de un políglota o un deslenguado (acepciones primitivas). Es, más que nada, la que utiliza el idioma a su capricho, con poco respeto para las normas elementales de la comunicación. No es raro que recurra a ciertas voces como banco de insultos, desprecios o desahogos. Aunque, lo corriente es que se avenga a seguir la moda de ciertos desvíos, quizá, para llamar la atención o por ocultar su ignorancia. Es la parecida lógica de dejarse la barba, exhibir tatuajes o ponerse ropa llamativa. En un mundo monótono, conviene destacarse un poco en los mínimos detalles de la vida cotidiana.

Una moda muy constante es la de manifestar un tono enfático en el habla; por ejemplo, recurriendo a todo tipo de alargamientos. Así, en lugar de “antes”, se dice “con anterioridad” o “anteriormente”. Véanse otras fórmulas paralelas: “después” (“posteriormente”), “valorar” (“poner en valor”), “hoy” (“a día de hoy”). El lenguaraz se aficiona a una voz que suena a extranjera, en lugar de la castiza; por ejemplo, el afrancesado “montante” en vez de “monto”. Otra vía es la de colocar, artificiosamente, el acento en la primera sílaba de algunas palabras largas: “résponsabilidad”, “sólidaridad”. La técnica del alargamiento se convierte en repetición, como en los “et cétera, et cétera”. También, se recurre a la reiteración: “luego después” o “pero sin embargo”.

Lejos de atenerse al principio de la economía léxica, los hombres públicos (incluidos los comentaristas de prensa) gustan de exhibirse con frases o palabras largas. Es lo que se llama “sesquipedalia”. No les importa mucho si los incluimos en la cofradía de los lenguaraces.

No es, solo, una cuestión de preferencia por los polisílabos o los circunloquios. El lenguaraz aborrece ciertas voces, al considerarlas conservadoras, para sustituirlas por sinónimos más vendibles. Es el caso de “regiones”, que pasan a ser “territorios”; o, también, “patria” que se presenta mejor como “país”. Incluso, “España” se trueca en “este país” o en “el Estado”. Lo cual es una barbaridad; claro, pero, funciona.

A la hora de datar fechas, una moda caprichosa es la de anteponer el artículo a los años del siglo XXI. Así, se dice “en 1959” sin más, pero, “en el 2008”. No logro explicar la necesidad de tal reciente convención, pero, ahí, queda. Los usos de la lengua se imponen como los estilos del atuendo o las preferencias culinarias. No se busquen razones ocultas.

En la vida pública de la España actual, circula un difuso neologismo, que se cuela por todas partes: “el relato”. Quiere indicar muchas cosas, lo que equivale a no decir nada. Se refiere, vagamente, al modo de hablar de los hombres públicos, a lo que deben decir para quedar bien. Al final, es, simplemente, un flatus vocis.

Cunde un nuevo puritanismo progresista, al considerar que la voz “sexo” clasificatorio sea sustituida por “género”, antes reservado a un uso gramatical. De igual forma, las palabras “padre” y “madre”, tan universales, se transforman en dos afectados sustitutivos: “progenitor masculino” y “progenitor femenino”. El colmo del despiste es el horror que transmiten ciertas feministas al inveterado masculino genérico. Llegan, incluso, a inventarse neutros forzados, como “niños, niñas y niñes”. Parece una broma, pero, el feminismo radical de estas “lenguatrices” ha desplazado el humor de su lenguaje.

Comprendo que todos estos caprichos léxicos hacen más arduo el aprendizaje de la lengua española para los extranjeros. Pero, no basta con aprender la gramática; hay que arrimarse a los encantos de la moda, en la que el hispanohablante corriente suele hablar a su vecino.

No se trata de juzgar si las desviaciones dichas son más o menos correctas. El lenguaje es cosa viva y está en la calle. No todas las voces se encuentran en los diccionarios, pero, casi todas tienen su fundamento.