La necesidad de los acentos


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AMANDO DE MIGUEL

Podríamos recordar el Romancero: “Con tan grande polvareda, perdimos a don Beltrane”. La nube polvorienta es, hoy, la turbamulta de los mensajes que nos inundan por todas partes gracias a los ubicuos medios de comunicación. “Don Beltrane” equivaldría a las reglas de la acentuación ortográfica o tildes en el idioma castellano. Son sencillísimas. Sirven para mantener la principal ventaja de nuestra lengua: “Se escribe, como se pronuncia”.

Hay que convenir, primero, en la unidad constitutiva de todas las palabras, que no son tanto las letras como las sílabas. Todos los vocablos llevan una sílaba en la que se eleva la voz. Hay que saber cuál es. De esa forma resulta fácil averiguar cómo se pronuncia. En inglés, por ejemplo, no existe la tilde y, por tanto, no es fácil saber de antemano cómo se pronuncia una palabra poco usual.

Veamos una somera ilustración del principio indicado:

“Débil”: La norma es colocar la tilde en la penúltima sílaba, donde se fuerza la voz. Al ser una palabra grave o plana, que no termina en vocal, “n” o “s”, se exige la tilde.

“Debilidad”: Es una palabra aguda, al descansar la voz en la última sílaba. No necesita la tilde porque no termina en vocal, “n” o “s”.

“Débilmente”: Es un vocablo sobresdrújulo. La voz descansa en la primera sílaba, por lo que exige la tilde.

“Debilísimo”: Palabra esdrújula. La voz se eleva en la antepenúltima sílaba. Por tanto, exige tilde.

En estos días, se ha recrudecido la polémica sobre si poner la tilde en el adverbio “solo”, y no en el adjetivo “solo”. Lo mejor es la simplicidad. La norma general es que se trata de palabras graves o llanas: la voz se eleva en la primera sílaba. Por tanto, se puede ahorrar uno la tilde. Tampoco, es mayor confusión decir o escribir: “Yo solo me tomaría un café solo”.

Algo parecido se puede decir de los adjetivos y pronombres demostrativos: “este, ese, aquel” y sus variaciones. Lo mejor es que no lleven tilde, para que no sean excepciones a la regla del acento ortográfico. Ya, de paso, conviene advertir que, en buen castellano, no deben prodigarse mucho los demostrativos, sobre todo, los pronombres. Pueden inducir a confusión, especialmente, en la forma de “aquel” y sus variaciones.

En el lenguaje oral, cunde la moda de forzar el golpe de voz de algunas palabras polisílabas; por ejemplo, “la débilidad”. Es un signo de mal gusto. Altera, caprichosamente, las normas de la acentuación.

Lo más grave es la tendencia a prescindir de muchas (o de todas) las tildes en ciertos textos escritos de manera informal o coloquial. No debe seguirse tal manía. El riesgo es que, tras ella, perdamos el privilegio de que “el castellano se escribe como se habla”. Lo disfrutan, sobre todo, los hablantes de otras lenguas que aprenden la nuestra. No son pocos. Les aconsejamos que, primero, se estudien las normas de los acentos ortográficos. No ocupan más de una página.