El imperio de la mentira

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AMANDO DE MIGUEL

Durante los últimos meses, los que mandan nos tienen entretenidos con disparatadas leyes sobre la conducta sexual de los españoles y los derechos humanos de los animales. La cosa recuerda a una de esas utopías literarias de siglos pasados a la búsqueda de la felicidad.

El entretenimiento puede pasar, pero, la casa queda por barrer. Quiero decir que a los españoles se nos olvida lo fundamental: la grave disminución de nuestra capacidad de sobrevivir a las inclemencias de la adversa coyuntura económica. Lo peor es que, lejos de reconocer esa realidad, la propaganda oficial proclama que España va por delante de los otros países europeos en los índices de recuperación económica tras la pandemia del virus chino. No es verdad tal ventaja. Mas, la retórica oficial se impone con todo tipo de trampas. El hecho incontrovertible es que el pueblo contribuyente vive momentos difíciles, que no se atenúan mucho al calificarlos de “complicados”.

La dificultad proviene de una doble fuente. Por un lado, los precios reales de los consumos domésticos suben mucho más que los ingresos (salarios, beneficios, rentas, pensiones). Por otro, se eleva el conjunto de impuestos, gravámenes, peajes, aparcamientos públicos, cotizaciones sociales, multas, etc. ; esto es, el cúmulo de pagos al Estado. El resultado es una continua pérdida de la capacidad adquisitiva de los españoles, sea como empresarios, autónomos, asalariados o unidades familiares. Pues bien, eso, que es tan grave, no parece preocupar gran cosa a los gobernantes, ni, tampoco, al grueso de los comentaristas de prensa. También, es curioso que la llamada extrema izquierda se interese, casi, exclusivamente, por la conducta sexual o reproductiva (humana o animal) y no de las adversidades del pueblo. En, donde, se demuestra que esta caterva de resentidos, que se titulan “Unidas Podemos”, sea una falsa izquierda.

Lo de la falsedad es la tónica general del mundo público. No es, solo, que la propaganda invasiva nos inunde de mentiras y bulos. Aunque, predique la transparencia como la virtud de la política, lo cierto es que priva el oscurantismo. Es más, en ciertos círculos del poder, se mantiene el secreto como norma de muchas acciones de las autoridades.

Lo anterior se refleja en la evolución del lenguaje corriente. Nótese cómo proliferan estas formas adverbiales para defenderse de la sospecha de mendacidad: “de hecho, obviamente, evidentemente, absolutamente”. Son muletillas derivadas del inglés ubicuo. No nos salva que nuestros hermanos hispanoamericanos las practiquen, todavía, más que nosotros. Es una verdadera obsesión por asegurar que lo que uno dice es la verdad.

La apología de la mendacidad se ilustra con la reciente declaración de la vicepresidenta económica del Gobierno desde el banco azul del Congreso. Afirmó, impávida, que ella, cuando va a la compra en el súper, encuentra que los precios tienden a la baja. Este es el momento en que la vicepresidenta, todavía, no ha dimitido por la sinsorgada dicha, que es, más bien, un insulto a la razón. Después de eso, a saber, cómo discurre la solución de los problemas de la economía nacional. Que no son pocos, dado que el importe de la deuda pública y privada de los españoles alcanza cifras estratosféricas. En el entretanto, el Gobierno cada vez derrocha más dinero en propaganda mentirosa. Se autodefine como “el Gobierno de la gente”. Se quedó corto. Quiere decir “la gente crédula y sumisa”. Me temo que sean muchos; incluso, la mayoría. La mejor prueba es que, en los asuntos básicos, los dirigentes del PP se muestran acordes con los del PSOE, fuera de las protestas en contrario. Todo es parte de la comedia de la desinformación. No es más que una forma de autoritarismo larvado. El cual se define por unos pocos que imponen el orden y mando y por una gran cantidad de súbditos que se sienten muy a gusto en plegarse a tales dictados.