Ha muerto don Gabriel, el cronista de El Argar y las naranjas


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JAVIER IRIGARAY

Los romanos diferenciaban la autoridad como un poder moral basado en el reconocimiento y prestigio de la persona. Posiblemente se trate de un concepto que ya aplicaran los habitantes de El Argar. Quién sabe.

No son pocas las personas que han ganado tal honra a lo largo de la Historia. Una de ellas nos ha dejado este martes. En silencio.

Del mismo modo que Tierno Galván nació siendo ya el ‘viejo profesor’, según cuentan algunos, imagino al cronista oficial de Antas como ‘don Gabriel’ desde su más tierna infancia.

Ya nadie emplea tratamiento alguno para dirigirse a nadie. Por mucho que se respeten, todos tutean a maestros –don Gabriel lo era-, médicos, curas, alcaldes y demás fuerzas vivas de los pueblos, sin embargo, a Gabriel Martínez Guerrero le hemos ‘doneado’ siempre, hasta el final de sus días, incluso sus amigos más próximos.

El profesor Arteaga siempre supo que don Gabriel, incansable y constante luchador, lideraba la lucha por conocer, recuperar y divulgar el patrimonio histórico de su pueblo. Hablaba del “maestro y sus muchachos”.

Como cronista oficial, acompañaba a los munícipes en sus visitas a Almería, Sevilla o Madrid buscando cómplices para la causa de El Argar entre catedráticos, delegados, consejeros o ministros. Siempre acarreando cajas de naranjas de su propio huerto -“guasintonas de Antas, las mejores”- para endulzar las propuestas con que intentaba convencer a sus interlocutores, del mismo modo que, años antes, confortaba de madrugada con café caliente a los jugadores de los equipos que patrocinaba en las 24 horas de futbol sala.

El espacio de su compromiso con “la capital de Europa en la Edad del Bronce”, como discutía con quien fuese menester, será imposible de ocupar jamás. Bautizó el colegio del pueblo –cuando lo dirigió- con el nombre del yacimiento. Y también a una de sus hijas, Josefina de El Argar. Supo insuflar a muchas generaciones de antusos el amor que sentía por el pasado de su pueblo, y continuó ejerciendo esa labor de hormiga divulgadora hasta el último aliento. Más allá de los libros publicados.

Quedará para siempre lo aprendido de su vasto saber acumulado en largos años de investigación. Recordaremos al hombre capaz de explicar millones de años de Historia con un vaso, un plato, una jarra llena de agua, algo de harina y pocos ingredientes más.

Y tanto conocimiento derramado en tertulias eternas regadas con buen vino. Le escuchábamos con suma atención. Debatíamos con frecuencia y siempre discutimos una costumbre que adquirió últimamente. Tras cada uno de los pasos de la hoja de ruta trazada bajo su dirección para recuperar El Argar, como el simposio que trajo una treintena de reputados especialistas, invariablemente invocaba un “ya puedo morir tranquilo” que, inmediatamente, contestábamos que “todavía te queda guerra por dar y más por hacer”. Como casi siempre, tenía razón.

El trabajo por El Argar continuará, pero sin las mejores naranjas guasintonas del mundo ni el magisterio de don Gabriel. No obstante, el amigo permanecerá para siempre en la cista de nuestros corazones, arropado por el ajuar más rico en sabiduría del mundo. Descanse en paz.