Los orígenes de la guerra en Ucrania


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

«SAN PETERSBURGO FUE la cabeza de Rusia, Moscú su corazón y Kiev la madre»
Proverbio ruso.


La actual guerra de Ucrania, como la implosión de Yugoslavia y las guerras de los Balcanes, se parecen más a la Guerra Civil Española que a la II Guerra Mundial. Las posiciones ideológicas de ambos contendientes, como en España en el 36, son claramente diferenciadas.

Hay quien dice que para conocer la ideología de una persona sólo hay que preguntarle qué piensa sobre el estado de Israel, y su respuesta inmediatamente identifica a nuestro interlocutor, aunque sea un perfecto desconocido. Haga usted la prueba.

Cosas que pasaron hace 100 años explican lo que nos parecería inverosímil hace tres meses: una guerra a las puertas de este occidente distraído y decadente, más preocupado por el bienestar animal (vacas, perros, musarañas...) que por lo que pasa en el mundo. Por eso es tan importante la Historia. Nos ayuda a entender nuestro presente, o bien para falsificarlo y convertirlo en “Memoria”. Es útil en todo caso.

La guerra civil entre ucranianos y rusos, provocada por un psicópata más nacionalista que comunista, y por un sentimiento, secreto, quizá mayoritario, en Rusia, no procede de escaramuzas de hace quince años.

Empezó en la guerra civil rusa que se desencadenó en 1918, como consecuencia de la Revolución de Octubre y en la evolución posterior de los acontecimientos. Al igual que la guerra de los Balcanes era solo una continuación de una derrota en el Campo de los Mirlos de Kosovo en 1389, y de sus consecuencias encapsuladas durante quinientos años.

Lo que está pasando ahora mismo viene de más cerca, procede de la guerra civil entre los rusos blancos y el ejército rojo, cuya victoria creó los dos bloque ideológicos que mantuvieron un precario equilibrio entre 1945 y 1989.

En 1989 llegamos a pensar que era el final de la Historia y el principio de la Paz Perpetua que Kant soñara. Visto lo visto, quizá el mundo no ha dejado de marchar por diferentes caminos y la historia sigue su curso por sendas oscuras que a veces chocan trágicamente como ahora.

El comunismo soviético, en sus primeros pasos, hizo pagar un precio enorme al pueblo ucraniano, el más alto precio que un pueblo pagó en tiempo de paz: cuatro millones de muertos de hambre, que eso es lo que significa la palabra ucraniana “holomodor”: morir de hambre.

Las políticas dictatoriales, la ingeniería social y la brutalidad más asombrosa, propia de esas ideologías que se dicen salvadoras de los parias de la tierra, simplemente incautaron las cosechas a una población mayoritariamente agrícola, por motivos que los historiadores no se acaban de poner de acuerdo: genocidio deliberado, industrialización, represión del nacionalismo ucraniano… probablemente por todas estas causas.

Como poco después vinieron los supremos genocidios de los nazis, planificados e industriales, practicados a judíos, bielorrusos, rusos y por supuesto ucranianos, no todo el mundo conoce la palabra “holomodor”. Pero estas cosas no se olvidan por el mero transcurso del tiempo, igual que los serbios sirven recordando una derrota y su esclavitud de quinientos años, y esa clave no se puede desconocer.

El terror cambió de manos con la invasión nazi de esas “tierras de sangre” y los ucranianos, sometidos a la crueldad de los rusos, recibieron a los nazis como libertadores. Los ucranianos creyeron recuperar su libertad y, puestos a elegir, asumieron el papel de “traidores” y colaboracionistas a su propia tierra, martirizados, como habían estado, por el sistema de Lenin y Stalin, ése que tanto gusta a Podemos y a los defensores de los seres sintientes y del ganado mayor, y que ven con malos ojos a éstos, que no se rinden, los muy miserables.

Finalizada la guerra en 1945, caído el Telón de Acero en el reparto de Europa sobre todos estos desgraciados a los que tocó una prolongación de la dictadura, el Partido Comunista de la Unión Soviética en su XX Congreso, siendo secretario general Nikita Jruschov, ucraniano y notorio genocida en su patria chica, intentó una especie de “pelillos a la mar”. Con los disparates de Stalin previos a la Segunda Guerra Mundial, fusiló a unos cuantos y regaló a Ucrania nada menos que Crimea (Putin la recuperó hace poco sin pegar un tiro y sin que nadie dijese ni mu).

El comunismo seguía siendo guay por razones obvias para toda Rusia, y por razones inexplicables, conocido lo anterior, para medio mundo.

Cuando cayó la URSS en 1989, algunas repúblicas que “libremente” no habían querido ejercer el derecho a la autodeterminación que hasta ese momento la Constitución Soviética les reconocía, aprovecharon la confusión y se largaron, provocando una diáspora similar a la de Yugoslavia. Las Bálticas por supuesto, porque nunca se habían sentido más que botín de guerra de los rusos.

Ucrania, la historia no se borra del inconsciente colectivo, de repente pensó ingenuamente que su interés y su destino era más Occidente que otra cosa, y el nacionalismo latente empezó a despertar.

Lo demás es más reciente y sobradamente conocido.

Los comunistas, los españoles especialmente cerriles, como se decía de los Borbones, “ni aprenden ni olvidan”, prefieren que otros vivan de rodillas a que mueran de pie.