¡Ay, mi pueblo!


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PEPE BALLESTA

¡AY, MI PUEBLO! Querré yo a mi pueblo. Lo quiero mucho, aunque más le debo. Tanto lo quiero que por él he sufrido gustoso la persecución. Pero bueno, los intransigentes y odiadores, tarde o temprano, se cansan o son defenestrados. Y, cuando eso ocurre, Juan Español, como de nadie depende y solo a la ley y a su conciencia se somete, sigue siendo Juan Español.

He tenido siempre una fuerte vocación de servicio, la llevo en los genes. La razón por la que nunca he participado en política activa ha sido que no soy capaz de someterme a los condicionamientos que la pertenencia a un partido político exige. Votamos a partidos, no a personas. Claro que quien encabeza una lista electoral influye en la decisión de los votantes, pero su importancia, además de ser relativa, es de difícil medida y, en todo caso, queda confundida con el voto cautivo de los partidos. El acta de concejal o diputado pertenece a la persona, pero ésta es social y moralmente cautiva del partido que le ha situado donde está, ha pagado su promoción y la ha llevado a las urnas bajo el paraguas de sus siglas.

Hace ya un montón de años, siendo Ojeda secretario general del PP en Andalucía, tuvo este señor la deferencia de, a petición mía, recibirme en Sevilla para escuchar la queja que, como ciudadano de Huércal-Overa, quería plantearle sobre determinada actitud de su partido en este Ayuntamiento. Me trató con cortesía, me escuchó – o eso creí yo – y me aseguró que no permitiría que el despropósito ocurriese. Incluso sucedió que Arenas, a la sazón ministro de Trabajo, nos saludó y nos dio las gracias por preocuparnos por los problemas de su partido y de nuestro municipio. A continuación, el PP de Huércal-Overa hizo lo que pensaba hacer y Ojeda no movió ni un dedo para impedirlo.

Con ese motivo, publiqué yo en un periódico provincial – no recuerdo si fue en La Crónica o en La Voz de Almería – un artículo titulado: “Ya tiene Ojeda sus barcos” en el que lamentaba que un partido tan importante despreciara tan fácilmente la honra. Esta anécdota me reafirmó en mi incompatibilidad con la pertenencia a un partido político. Después, fui tentado en un par de ocasiones para ir como independiente en una lista electoral. Ni me planteé el aceptar. No veo la forma de conservar tu independencia y, a la vez, ligarte de algún modo a un partido político.

Y no soy yo una excepción. Son multitud los españoles que no participan en política activa porque no ven el modo de hacerlo conservando la independencia y combatiendo en igualdad de oportunidades. Una pena. De otro modo, España se quitaría de encima al ejército de arribistas de todos los colores que hoy pululan en las instituciones. A lo mejor así, la eficacia se imponía a la mediocridad y la honra era preferida a los barcos.

Algún día, espero y deseo, los españoles votaremos listas abiertas y todo cambiará. Pero, de momento, las cosas son como son. La inmensa mayoría de las personas que se acercan a la política, tanto a la regional o nacional como a la local, lo hace buscando soluciones para sus problemas personales. No hay gente dispuesta a trabajar por unos ideales o un proyecto ilusionante para tu pueblo o nación sin esperar a cambio nada que no sea la satisfacción de prestar un servicio a la sociedad.

He perdido la cuenta de las veces que he expresado este lamento, quizás sea para justificar el no hacerlo yo. A lo peor soy el mayor de los cobardes. No lo sé.

PD: En estos días horribles de la sangrienta ocupación de Ucrania por las huestes del sátrapa Putin, somos testigos de hermosos gestos de valor, humanidad y generosidad que fortalece la fe en el ser humano. Benditos sean quienes los protagonizan. Y malditos sean el cruel asesino, sus cómplices y los imbéciles que, borrachos de ideología cavernícola, tratan de justificarlo.