La muerte de Ciudadanos


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

El pecado por excelencia de la Grecia clásica era la desmesura, la “hibris”, que llamaban ellos, esa mezcla de soberbia por los méritos propios y desprecio por los de los demás, que acaba casi siempre derribando al héroe.

Héroe que, muy a menudo en la tradición griega, juntaba heroísmo con tragedia, y al que, como en el caso de Ícaro para escapar del laberinto, su orgulloso vuelo acercó demasiado al sol, con funestos resultados, previsibles por otro lado, para el observador neutral.

Las alas de Albert Rivera, precariamente construidas, con plumas y cera virgen se han desecho con la misma rapidez con que nos fascinó lo que pareciera un vuelo poderoso y meteórico. Quizá sea una maldición de los dioses al centro político, o a los moderados en general: el Centro Democrático y Social de Suárez, la UPD de Rosa Díaz, tampoco supieron ver que cerca y que evidente era el error que les precipitaría al duro suelo.

Se ve que los dioses son escasamente centristas.

Quizá el equilibrio necesario los aleja de los discursos de vacas y eurovisión que centran el interés y la curiosidad de los políticos, quizá reflejo del de la ciudadanía. Y si uno se aleja de estos gravísimos problemas ya no goza de la estima demoscópica del votante ni de la comprensión de los candidatos circenses.

Ciudadanos, parece ya tan lejano, ganó las elecciones en Cataluña, cuando la presencia del constitucionalismo y del sentido común eran más necesarios que nunca. Los partidos mayoritarios cedieron sus respectivas primogenituras y abdicaron de sus responsabilidades y le dejaron el campo abierto a esta opción que parecía diferente.

Las trincheras del laberinto catalán habían quedado vacías por la negligencia culpable de PSOE y PP, que estaban, como siempre, a esos temas vacunos y circenses que tanto nos asombran a los presuntos votantes que hemos de escoger entre una vacuidad u otra.

Albert Rivera, asombrado por el éxito de un partido que pareciera casi testimonial: precisamente el suyo, acto seguido, con el triunfo todavía fresco, con sus alas de plumas untadas en endeble cera, abandonó el frente, volvió grupas hacia el brillante y cálido sol de Madrid y dejó en la estacada a media población de catalanes constitucionalistas: dejó solos a sus soldados y a sus votantes y se fue a labrarse un futuro celestial. El resultado es conocido: Ciudadanos cayó con estrépito en las siguientes elecciones y se deshizo en las siguientes convocatorias.

Los restos del naufragio están en manos de los administradores concursales, de la pobre Inés Arrimadas y los esforzados militantes que creen que todavía pueden conseguir un lugar al sol. A ese sol que deshizo a ese Ícaro político por volar apresuradamente, con las alas demasiado tiernas, demasiado alto.

Seguiremos hablando de vacas, de tetas y de otras cosas trascendentes. No se adivina ningún Teseo Rivera, ninguna Ariadna Arrimadas, en el laberinto catalán.