Los pimientos de doña Carmen


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PASEO ABAJO/ JuanTorrijos

Mi amigo Antonio, el marido de Isabel, la compañera de trabajo de mi mujer, ha comprado gambas para el fin de semana. Me llamó por teléfono y me mando una foto con las dichosas. ¡Puñetas! Se las va a tener que comer él solo, no puedo acudir a la llamada del subfilo de los crustáceos. Y eso que me tiene dicho el médico, léase don Nicasio Marín, que la gamba ¡oh marisco de los fondos de los mares de Garrucha! tiene vitamina B3, B12, D, E y K. Vamos que es un alimento de primer orden y con no sé cuántas propiedades beneficiosas más para nuestro cuerpo. Me he quedado sin gambas este fin de semana. Si se dan ustedes cuenta, yo quería hablar de los pimientos de doña Carmen y de sus pases de modelo por los campos almerienses. Pero la foto de las gambas de mi amigo Antonio, el marido de Isabel, la compañera de mi Isolina, me han cambiado el horizonte.

Lo cierto es que Antonio tiene mucho que ver en la Historia. Les cuento. Durante el rato que estuvimos hablando, le pregunté por sus pimientos. Por si no lo saben ustedes Antonio tiene un invernadero. Cría unos pimientos rojos que más parece que sean para estar en un cuadro, de hermosos y coloridos que son. Y lo puedo aseverar porque en más de una ocasión, Isabel, la mujer de Antonio, le ha dado a mi señora alguna bolsa de esos hermosos pimientos. Da pena cortarlos de lo bonitos que son.

Muy mal, Juan. Me dice mi amigo Antonio. Ahora no estoy cortando pimiento, no tienen precio en el mercado. ¿Qué dices? ¡Con los hermosos que son! Así está el campo, caro amigo. Las naranjas están en la ruina, mi vecino Pepillo tiene las mandarinas sin cortar, nadie le ha ofrecido precio por ellas. Es la desgracia de nuestro campo. Pero doña Carmen Crespo se pasea por las pasarelas de nuestros agricultores como una modelo de alta cotización. No es que la señora tenga cuerpo a lo Noemí Campbell, pero lo pasea con cierta gracia entre agricultores y pescadores repartiendo millones. No hay día en el que no venga con una ayuda, una subvención, una promesa. Millones a mogollón. Billetes, billetes verdes, pero qué bonitos son. Cantaba Paquito Jerez. Pero de verdad los ven y los huelen los agricultores de nuestra tierra, o se los quedan las grandes cooperativas y alhóndigas, con sus grandes gerentes al frente.

Lo que llama la atención es, según nos va contando doña Carmen durante sus paseos en las pasarelas, lo bien que va la agricultura: los pimientos, los pepinos y el calabacín. El futuro espléndido de nuestro tomate y ni qué decir tiene de la solanum melongena, la pobre berenjena. Les vamos a ganar a los turcos en la producción de esta fruta.

El campo va bien, nos dice doña Carmen. Pero no es lo que nos dicen los agricultores. No es el caso de mi amigo Antonio, el marido de Isabel, la compañera de mi mujer, que ha dejado de cortar pimientos por el precio que tienen en las pizarras. O de Pepillo, mi vecino, que tiene las mandarinas colgadas en los árboles a la espera, cada vez más lejana, de que alguien venga a ofrecer unos céntimos por ellas.

Pero doña Carmen seguirá a lo suyo, a pasearse por las pasarelas de nuestros campos con una promesa de millones en los labios. Pero eso, promesas.