El trovo, seña de identidad común a Cuevas del Almanzora y Vera

Conocemos como trovo una manifestación lírica oral que nace en el seno de grupos de trabajadores humildes, analfabetos en su inmensa mayoría, dedicados principalmente a las labores agrícolas y, sobre todo, a la minería


Pedro ‘El Morato’ junto a su burra fusil en mano.


PEDRO PERALES LARIOS / ALMERÍA HOY / 07·08·2021

En el importante centro minero del Levante almeriense, en otra época, conocemos como trovo una manifestación lírica oral que nace en el seno de grupos de trabajadores humildes, analfabetos en su inmensa mayoría, dedicados principalmente a las labores agrícolas y, sobre todo, a la minería.

La historia del trovo es muy compleja y, también, controvertida. Intentar tan solo una breve pincelada de la misma supondría restarle espacio. Por ello, baste decir que esta modalidad literaria de transmisión oral es conocida también como "controversia" o "combate dialéctico" surgido cuando dos o más trabajadores del campo o, sobre todo, de las minas, en sus ratos de ocio se juntaban, de forma espontánea o concertada, y entre ellos surgía esa "controversia" o "combate dialéctico", que no era otra cosa que un diálogo en verso, basado en la estructura estrófica de la cuarteta y la quintilla, generalmente cantado y acompañado de la guitarra. Estos encuentros, que se producían con bastante frecuencia, lo normal era −no sin ciertas excepciones− que concluyeran con un apretón de manos entre los contrincantes. Se originaban por cualquier motivo, y la amplitud del abanico de temas del que se nutrían permitía que no quedara excluido de ellos prácticamente nada relacionado con el mundo y la vida de sus protagonistas.

En el Levante, importante centro minero hasta mitad del siglo pasado por su actividad en Sierra Almagrera y Herrerías, es lógico que la afición al trovo fuera uno de los entretenimientos preferidos de los trabajadores de las minas, lo que se manifestaba tanto en el trabajo como en el tiempo de asueto. De ello nos quedan testimonios escritos −y orales hasta no hace muchos años, atesorados en la prodigiosa memoria de testigos presenciales ya desaparecidos− que rescatan los nombres de personajes que alcanzaron prestigio y renombre entre sus contemporáneos.

Eclipsados siempre todos por la grandeza de los inigualables Marín y Castillo, de Pechina y Cartagena respectivamente, cuyos nombres, inevitablemente y con todo merecimiento, han de aparecer cuando se habla de trovos, en nuestro distrito minero destacan los veratenses Pedro Alonso Morata ‘el Morato’ –cuya partida de nacimiento fue registrada en Vera, tal y como encontró el archivero municipal Manuel Caparrós, si bien se atribuye que vivió en la barriada antense de Los Coloraos, quedando descendencia suya en ambas localidades- y José García de Haro ‘el Raspajo’, así como los cuevanos Asensio Guevara ‘el Forroga’ y el apodado como ‘el Caíllo’, cuyo nombre verdadero no he conseguido saber.

Es precisamente una anécdota simpática y amistosa entre dos de estos cuatro troveros la que paso a relatar con una aclaración previa: muchos trovos que hoy se conservan lo hacen gracias a la impresionante memoria de personas que fueron testigos de su primera recitación y que han sido el punto de partida para que se hayan ido transmitiendo oralmente. De ahí que hayan sufrido variaciones con el paso del tiempo, bien por fallo real de la memoria o bien, lo que también es frecuente, bastante frecuente, porque quienes los han reproducido −queriendo "llevar el agua a su molino" para erigir como vencedor de la correspondiente "controversia" a su trovero preferido− les han introducido la "modificación pertinente" a sus intenciones. Este es el caso que podemos observar en la quintilla que nos sirve de pie para nuestra anécdota.

Pedro Contreras, en su libro "El trovero veratense Pepe Raspajo" la recoge así y la pone en boca de éste:

“Aquí está Pepe Raspajo
lleno de melancolía
con la ropa del trabajo
para trovar a porfía
mientras le quede un jarapo”.

Hace ya muchos años, el entrañable Andrés Sánchez Delgado, natural de Los Lobos y guarda en las minas de Sierra Almagrera en su última fase, haciendo alarde de una gran memoria −y como oportuno ejemplo de las variaciones propias de la transmisión oral−, me recitó esta variante de la misma:

“Aquí llega Pepe ‘el Raspajo’
lleno de melancolía,
con la ropa del trabajo,
a pelear con García
mientras le quede un tirajo”.

Y también como ejemplo de que algunas variaciones están motivadas por la intención de erigir como vencedor de una "controversia" al trovero favorito, me contó que, estando en la feria de Vera ‘el Caíllo’ y su amigo y paisano ‘el García’, el primero vio a un compañero suyo de las minas de Almagrera acercándose a saludarlos. Era Pepe ‘el Raspajo’. Como el cuevano conocía el gran dominio de éste en el arte de la improvisación trovera y sabía igualmente la gran afición de su amigo y paisano a la misma, repentizó la segunda versión con el propósito de "picarlo", lo que consiguió al instante dando lugar a que éste respondiera:

“Cuando de Cuevas salí,
dijo mi hermano mayor:
¡En versos vas a reñir!;
si no me traes un galón,
no te presentes a mí”.

Lo que siguió debió ser una animada "controversia" que, con independencia de quién fuera el vencedor, concluyó con unos buenos vasos de vino y un fuerte y amistoso apretón de manos. Prueba fácilmente deducible de ello es la cariñosa y entrañable cuarteta que ‘el Raspajo’ dedicó al cuevano cuando se enteró de su muerte:

“De Cuevas salió la guía
de los buenos trovadores.
Ya murió Miguel García,
el rey de los improvisadores”.

Sirva esta anécdota de valor etnográfico y social como una muestra más de las muchas señas de identidad comunes entre cuevanos y veratenses, patanos y rabotes (así me gusta a mí llamarnos), que −como en otras ocasiones he dejado dicho y escrito− estamos moralmente obligados a ensalzar y preservar.