El lenguaje es un ser vivo


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AMANDO DE MIGUEL

Mucha gente cree que las palabras todas son las que están recogidas, amorosamente, en los diccionarios. No es así. En la vida corriente, solo utilizamos una parte pequeña de las voces registradas por la Real Academia Española o diversos lingüistas. Por otra parte, además de ese conjunto, el habla del pueblo va incorporando nuevos vocablos y giros. Hay, también, una moda en la preferencia por unos u otros voquibles y expresiones. A diferencia de lo que ocurre en el Reino Unido con el inglés, en España, no se diferencia gran cosa el modo de hablar de las clases empingorotadas o las del común.

Con ocasión de la pandemia del virus chino (que se denomina con caprichosas etiquetas internacionales), se habla mucho de los “grupos de edad”. Realmente, no son grupos, pues no está dicho que la gente se asocie, de forma sistemática, con los coetáneos. Precisamente, esa palabra, tan gráfica, de “coetáneos” (= de la misma o parecida edad) nos señala que el adjetivo más propio, para referirnos al factor de la edad, tendría que ser “etáneo”. Yo, así, lo he estado utilizando desde hace décadas, aunque no esté en los diccionarios. Pero, me encuentro con que personas muy autorizadas (por ejemplo, el presidente de Galicia) dicen “etáreo”, que es un barbarismo.

En lugar de “grupos” de edad, es más preciso decir “cohortes”. Se abusa un poco de la palabra “grupo”, por ejemplo, en lo de la “inmunidad de grupo”. Se traduce, así, la palabra herd, que, literalmente, significa “rebaño”, pero, también, conjunto amplio de personas. En español, disponemos de una voz admirable para traducir herd, que es “grey”. Así pues, la famosa “inmunidad de grupo” o “de rebaño” sería, más bien, “gregaria”. Otra cosa es que, luego, la realidad empañe un poco la creencia en el automatismo de la inmunidad cuando se ha vacunado al 70% de la población. Pero esa es otra historia.

Hay modas lingüísticas, que se siguen con presteza, pero, que no siempre se justifican. Por ejemplo, en lugar del escueto “hoy”, ahora, nos ha dado por decir “a día de hoy”. La aparente precisión no añade nada, Volvamos, tranquilamente, al “hoy”, sin mayores arrequives, a los que tan propensos somos los españoles.

En la opinión pública, está, ahora, lo del “precio de la luz”, que se considera desorbitado, incompatible con la experiencia de que el progreso técnico contribuye a rebajar los precios. En este caso, sucede lo contrario. Parece exagerada la retórica de hacer equivalente la luz con la electricidad, que es de lo que se trata. En la realidad, la iluminación es, solo, una parte pequeña de los usos de la electricidad. Así pues, lo caro no es encender una bombilla o equivalente, sino producir frío, calor o movimiento. Son acciones comunes en todos los hogares y establecimientos. En ellos, se concentra el escandaloso precio de la electricidad que, por otra parte, oculta el grueso de la factura, que se debe a los impuestos. Entre todos tenemos que pagar la decisión política pasada de no haber seguido adelante con las centrales nucleares, que son las que producen la electricidad más barata. En su día, lo tomamos como una postura ecológica, pero, fue ilógica. Los errores hay que pagarlos con efecto retroactivo.