El jurado número 8


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SAVONAROLA

Buena parte de los recuerdos de este anciano y cansado monje vienen a la memoria en blanco y negro. Mas el color en que se vive o se sueña, caros míos, puede ser síntoma que nos ayude a datar su origen, pero nunca su actualidad.

No ha mucho tiempo, mis amados hermanos en Cristo, que pusieron en la Segunda Cadena de Televisión Española un programa en sesión doble. Primero, una película norteamericana protagonizada por Henry Fonda. Después, su adaptación española en teatro para un espacio que se llamaba Estudio 1. Ambas obras llevaban el mismo título, ‘Doce hombres sin piedad’, y un argumento idéntico.

La versión patria presentaba un reparto imposible de igualar: José Bódalo, Ismael Merlo, Luis Prendes, Jesús Puente, Pedro Osinaga, Manuel Alexandre, Antonio Casal, Sancho Gracia, José María Rodero, Carlos Lemos, Rafael Alonso y Fernando Delgado. Una docena de protagonistas. Ni un solo actor secundario, voto a bríos.

La trama trataba sobre el juicio de un homicidio en el que un jurado, compuesto por doce hombres, tiene que deliberar sobre el futuro de un muchacho, dictaminando si es culpable o inocente del asesinato de su padre. Si hay alguna duda razonable deben emitir un veredicto de ‘no culpable’. En caso contrario, será sentenciado a muerte.

Las pruebas apuntan de manera contundente a que es culpable. Por ese motivo, once de los doce miembros del jurado así lo dictaminan. Sin embargo, el miembro número 8 (Henry Fonda/José Bódalo) tiene en cuenta diferentes argumentos que se han citado en el juicio, y hace que surja la duda sobre la culpabilidad del muchacho. Poco a poco, el miembro número 8 hace que los demás vayan cambiando de opinión y que estos se den cuenta de otros factores que no se habían analizado en el juicio.

Como el hombre carece de la omnisciencia de Dios, nuestro Señor, en Derecho, el juicio se funda en la lógica, pero debe ser argumentado para ser veraz. En este caso, el jurado identificado con el número 8 pone todo en duda y logra que los demás también duden sobre la culpabilidad del joven.

Juzgar a alguien supone presumir su inocencia, mis más dilectos discípulos. Toda deducción debe ser comprobada como veraz para evitar que un inocente sea condenado o un culpable exonerado de su culpa.

Como sabéis, amadísimos hijos del Padre, para poder predicar, en mis tiempos florentinos solía entregarme a la observación y a la lectura, que es otra forma de adquirir experiencia a partir de la vivida por otros. Pasaba horas y horas navegando con la mirada por los mares de papel de escrituras más o menos sagradas. Y, ahora, leo, veo y escucho, como siempre, antes de hablar.

Hace unos días, poco después de la hora del ángelus, escuché a alguien que me pareció una encarnación del jurado número 8 que os dije. Podía apellidarse Fonda o, tal vez, Bódalo, pero su gracia era Fresneda. A la sazón, secretario general de una asociación agraria castellanomanchega.

Y, tal me pareció, queridos míos, porque hasta ese momento, todas las voces que llegaron a mis oídos desde el gran jurado de esa región, señalaban unánimemente al acueducto hacia el Segura como culpable de asesinar a su padre Tajo.

Los miembros del jurado esgrimían con asaz vehemencia pruebas, como el hedor y olor sospechoso del río a su paso por Aranjuez, aun sin reparar en que transferir agua desde el orto del río no está relacionado con la aparición masiva de boñigas y toallitas desechables navegando a la deriva por el cauce marrón hacia el Atlántico. Al menos está probado, y siempre hay que suponer la inocencia a falta de evidencias.

Mas, el mentado Fresneda, al ser requerido su parecer, alzó su pulgar hacia arriba. “Matar el trasvase al Levante es condenar a la mitad de La Mancha”, respondió el jurado número 8. “¿Con qué regarán en Albacete?”, añadía preguntando al resto.

Cual Bódalo redivivo, este agricultor conquense alertaba que, sentenciando a un inocente con pruebas no más consistentes que el pellejo de una breva, se daban alas a que los auténticos culpables del crimen del Tajo pudieran campar a sus anchas, y continuar asesinando ríos por toda la piel de toro.

Ítem más, no dudó en señalar a una tríada sin sede en Hong Kong, dirigida por Sánchez, Ribera y Morán con la ayuda de algún que otro paje, como presuntos cerebros de un atentado contra el sistema productivo español, por lo que llamaba a la unión de todas las víctimas en potencias para evitar llegar a serlo.

De esta manera, mis más dilectos discípulos, este Henry Fonda empezó a hablar entre docenas de jurados, y dice que no está solo. Quién sabe si será capaz de ir convenciendo al resto de miembros de que el hijo no es culpable de la muerte del padre, y fallen como reos a los reyes de la tríada. Y también a su paje. En tanto, vale.