Mozart, prodigio de la música clásica, siglo XVIII


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ADOLFO PÉREZ

No se asuste el amable lector poco o nada amante de la música clásica, este artículo no va de conciertos y sinfonías que para nada le interesen, sino sobre la biografía de una figura tan singular como es Mozart, que con Beethoven, son las grandes figuras de la composición musical clásica, que para no escarbar en otras latitudes, son equiparables a nuestros grandes pintores Velázquez y Goya, que si genios son unos genios son los otros. Entre la pléyade de la música clásica, Mozart y Beethoven son mis favoritos, de los que tengo sus más importantes obras. A grandes rasgos, la historia de la música clásica se suele dividir en cinco grandes corrientes: renacimiento, barroco, clasicismo, romanticismo y siglo XX. El clasicismo se consolidó en Viena en las décadas de 1780 y 1790, siendo Mozart claro exponente del mismo y gran difusor, hasta el punto de que Beethoven recogió los frutos del clasicismo y los llevó más lejos: al terreno del romanticismo. Desde su retiro del Vaticano, el papa Benedicto XVI, gran aficionado a la música clásica, según tengo leído escucha cada día una buena dosis de música mozartiana de la que es muy devoto.

El célebre literato y filósofo alemán, Goethe, expresó su admiración incondicional por Mozart, un artista convertido en algo más que un compositor, alguien que sobrevino en mito, al que los artistas románticos no dudaron en tomar como un referente espiritual. El ‘milagro Mozart’ había nacido, un milagro capaz de volver en oro los géneros que tocaba, que los abordó todos. Su nivel de excelencia era tan alto que el gran compositor de su tiempo, Franz Joseph Haydn, dijo a Leopold Mozart, padre de Wolfgang, que su hijo era el compositor más grande que conocía.

Wolfgang Amadeus Mozart nació el 27 de enero de 1756 en la ciudad austriaca de Salzburgo. Era hijo de Leopold Mozart y de Anna María Pertl, que tuvieron siete hijos, de los que dos sobrevivieron a la infancia: María Anna, llamada ’Nannerl’, cuatro años y medio mayor que Wolfgang, ’Wolferl’, como cariñosamente lo apodaban sus padres. El ambiente familiar estuvo marcado por la alegría y sentido práctico de la madre, mujer optimista y llena de vitalidad, junto con la ambición del padre, intérprete de una orquesta y también compositor musical, que no tardó en reconocer que sus dos hijos poseían un don especial para la música, de modo que se aplicó a la tarea de iniciarlos en tan difícil arte, dedicando su talento y energía a promocionar el genio musical de su prole. Mariana Anna, la hija, era una virtuosa del clave, aunque sus dotes musicales no igualaban a los de su hermano.

Es sentir general que para Mozart, genio absoluto de la música, los viajes que compartió con su padre y su hermana en sus giras por Europa le dieron la oportunidad de conocer muy de cerca las principales cortes europeas y su entorno musical, que le sirvieron para desarrollar sus aptitudes de una manera completa. Desde la temprana edad se manifestó en él la dualidad de un genial compositor y virtuoso instrumentista, niño mimado de príncipes y reinas, desde un principio consciente de sus deberes y celoso de su independencia. La figura de Mozart, como suele suceder con personajes históricos, ha sido objeto de leyendas, todas magnificadas por la sensibilidad y prejuicios dominantes en el siglo XIX. Una de ellas, la que más ha prevalecido, se refiere a su infancia, supuestamente oprimida y explotada por la avaricia de su padre, que habría utilizado a sus dos hijos como en un número de circo para disfrute de las aristocracias de las más importantes capitales europeas, incluso de reyes. Mozart fue muy dependiente de su padre, con el que tuvo siempre una relación de afecto, aunque hubo un tiempo en que esa relación se resintió, pero que finalmente se recompuso. Está claro que la infancia de Mozart fue poco común, que junto a su prematura muerte a los treinta y cinco años abonan la idea de considerar melodramática su vida. Sus biógrafos del siglo XX han trazado de èl una imagen mucho más equilibrada.

Es sabido que la salud de Mozart en su infancia y adolescencia era frágil. Cuando finalizaba el siglo XVIII viajar por Europa suponía exponerse a enfermedades como la fiebre tifoidea, la escarlatina o la viruela para las que no se disponía de tratamiento curativo, cuyo desenlace con frecuencia era mortal. Igual Mozart que su hermana padecieron alguna de estas afecciones. La madre que viajó a París en marzo de 1778, murió víctima de una de tales dolencias. En París, mientras Mozart organizaba conciertos musicales y daba clases particulares, la madre padecía el frío y la humedad de la ciudad, elementos que hicieron mella en ella, cuya salud se resintió, que junto a la soledad de los días sin saber una palabra de francés, fueron los factores que acabaron con su vida.

Wolfgang Amadeus Mozart mostró su excepcional talento desde su más tierna infancia, lo mismo como intérprete musical que en la composición, de modo que en él las funciones de compositor y virtuoso intérprete se confunden. Poseía una gran capacidad de percepción y una memoria privilegiada para la transcripción de las obras musicales que escuchaba, como ocurrió con el Miserere de Allegri, que ahora veremos. En 1764, con ocho años, compuso la sinfonía nº 1 y dos años después se estrenó en Amsterdam su sinfonía nº 5. El sacerdote italiano Gregorio Allegri, nacido en Roma en 1582, le puso música hacia el año 1638 al salmo ‘Miserere mei, Deus’, llegando a ser una de las mejores obras del Renacimiento, una de las más hermosas piezas corales que jamás se hayan escrito. Por mandato papal la obra sólo podía ser interpretada en la capilla Sixtina de la basílica de San Pedro de Roma durante la Semana Santa. Asimismo, el papa prohibió, bajo la pena de excomunión, que el salmo de Allegri se interpretara en otro lugar fuera del Vaticano o copiado, razón por la que ordenó su rigurosa custodia. En 1770 Wolfgang Amadeus y su padre llegaron a Roma y el Miércoles Santo acudieron a la basílica de San Pedro con la intención de escuchar el Miserere de Allegri, que al joven Mozart, entonces con catorce años, tanta impresión le causó que al llegar a la hostería copió la pieza de memoria. Dos días después, Viernes Santo, al escucharlo de nuevo sólo tuvo que hacerle tres pequeñas correcciones a su copia.

Mozart era capaz de improvisar brillantemente ante el teclado del clavecín o el piano sobre los más variados temas y de tocar las más difíciles partituras a la primera vista. El violín, sin embargo, lo tuvo relegado a un segundo plano. Por un lado, pues, estaba el instrumentista y por otro el compositor de piezas de gran lucimiento y alcance musical. Desde su infancia cultivó todos los géneros musicales, incluida la música teatral (ópera) por la que mostró una vocación irrefrenable. Óperas suyas famosas y de gran relieve son ‘El rapto del serrallo’ y la ‘Flauta mágica’. Compuso veintisiete conciertos para piano, su instrumento predilecto, de ellos diecisiete los escribió en veladas musicales en Viena a donde se trasladó a vivir en 1782. Enseguida le llegó el éxito, y con él el ansiado dinero y la fama, lo que le permitió componer lo que quería. Uno de sus rasgos de adulto era el trato poco moderado que daba al dinero, que le quemaba en las manos en su afán de agradar a todos. A partir de entonces es cuando empiezan a llegar una obra maestra detrás de otra, un aire triunfal que se mantuvo unos cinco años.

En 1877 conoció a Constanze Weber a la que apenas prestó atención pues entonces andaba enamorado de Aloysia, la hermana mayor. Años después, ya en Viena, se encontró con la familia Weber, con Aloysia ya casada, siendo entonces cuando se interesó por Constanze, y aún en contra de su padre, se casó con ella el 4 de agosto de 1782. El matrimonio, hasta la muerte de él, duró nueve años en los que tuvieron seis hijos, de los que sólo dos superaron la infancia: Karl Thomas y Franz Xaver, nacido éste el mismo año de su muerte.

En mayo de 1787 falleció en Salzburgo su padre, cuando padre e hijo apenas habían comenzado su acercamiento después de años de resentimientos y amarguras. Ya en ese tiempo la estrella de Mozart comenzó a declinar y se hundía en la pobreza, pues el público ya no se interesaba por sus conciertos como antes, le había dado la espalda, y aunque contaba con el aprecio de la masonería (de la que formaba parte) y con la admiración de sus colegas músicos, unas veces sincera y otras muchas teñida de envidia, cada vez le era más difícil encontrar encargos o posibilidades para actuar, pues las puertas de las instituciones oficiales se le iban cerrando, sin apenas alumnos que quisieran estudiar con él. Su situación se vio tan comprometida que hubo de dejarse la zona céntrica de Viena para irse a vivir a un arrabal de la ciudad. Sus penurias se ven reflejadas en el concierto para piano nº 27, el último que escribió de ellos, que acabó el 5 de enero de 1791, quizás el más melancólico de todos ellos, pues todo él está impregnado de una indefinible tristeza. Por una extraña y cruel ironía, Mozart, quien durante diecisiete años fue el genio más admirado de la historia de la música europea y que con su obra consolidó el clasicismo vienés, sus últimos años fueron tan dramáticos que se convirtió en un personaje simbólico como los artistas malditos del romanticismo del siglo XIX: muerte joven, solitario y miserable. La vida de Mozart se refleja en una hondura melancólica y sensibilidad atormentada, propias de la corriente del Sturm und Drang (Tormenta e ímpetu). En estas condiciones compuso sus tres últimas sinfonías: 39 – 40 y 41. La última de sus obras, la Misa de Requiem, KV 626, la dejó sin terminar poco antes de morir, siendo acabada por Franz Xaver Süssmayr, su discípulo predilecto.

La inmensa obra de Wolfgang Amadeus Mozart está recogida en el catálogo creado en 1862 por el abogado Ludwig von Köchel, el cual le asigna a Mozart 626 obras numeradas precedidas de la abreviatura KV (Köchel Verzeichnis), la mayoría en el orden cronológico de su composición. Años más tarde el catálogo ha tenido pequeñas rectificaciones: se le han restado piezas mal atribuidas al músico salzburgués y añadido otras suyas descubiertas después.

Mozart murió en la madrugada del día 5 de diciembre de 1791, poco antes de cumplir treinta y cinco años, pobre y en soledad. Las causas de su muerte se vieron envueltas en rumores y leyendas, llegando a decirse que había sido envenenado por su rival Antonio Salieri. El diagnóstico médico oficial certificó que la causa de la muerte fue ‘fiebre miliar aguda’, posteriormente interpretado como fiebre inflamatoria de origen reumático. Al funeral, del que estuvo ausente su esposa Constanze, pues el matrimonio no andaba bien, asistió un pequeño grupo de amigos. Debido a su situación económica, los restos mortales de Mozart fueron depositados en una fosa común del cementerio de Sankt Marx de Viena.

Reseña bibliográfica. Doctora Ana Nuño. Biografía: Un músico en una época ilustrada. EDITEC.