La lotería de Babilonia


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Este tejemaneje que de repente se ha destapado con las célebres vacunas parece inspirado, la realidad imita al arte, en aquel cuento de Borges, “La lotería de Babilonia”, en el que la fascinación por la esperanza, tan común a los mortales, poco a poco se va enrevesado, de tal suerte que a los aficionados al juego básico del azar, sencillo al principio, que consiste en nuestro caso, en el premio de un ungüento amarillo, asequible y salvífico, ya no les basta.

El Orson Welles de “El tercer hombre” parece el ejecutivo de las multinacionales farmacéuticas, merodeando en la Viena de posguerra . No todos los viales llegan puntualmente los viernes como el Bonoloto o el cupón de la ONCE. Aparecen en remesas temporales y sospechosamente irregulares en su cadencia. Demasiado azar frente a tanta necesidad.

En la rutina de la paciente cola soviética, formada para que nos llegue nuestro turno de participar en el sorteo, que pensábamos rigurosa y reglada como la de la carnicería, fruto inexorable de un orden preestablecido, aparecen nuevos sucesos inesperados que desconciertan a los aficionados al azar. Que suelen ser, por otra parte, gente de orden, creyentes en el misterioso significado de los alineamientos planetarios y en la imparcialidad de la mano poderosa que hace girar el bombo.

Jefes de Estado Mayor, administrativos murcianos, electricistas vascos, obispos mallorquines, alcaldes varios que sin distinción de credos o ideologías se ofrecen, a ellos y sus señoras, a pecho descubierto, en sacrificio, cual conejillos humanos o primogénitos cartagineses, despreciando los riesgos, para bien de la humanidad, como los desprevenidos pacientes de Louis Pasteur… arrojándose a lo desconocido en nombre de la ciencia. Es loable.

Qué diferencia de aquella pintura imaginaria, “Campesinos búlgaros huyendo de la vacuna”, de la novela de Jardiel Poncela.

En los sorteos ordinarios hay cuatro ganadores y una masa informe de gente que contemplamos con melancolía nuestro billete que como era previsible, no ha resultado premiado y pasamos a otra cosa, hasta otro sorteo.

En el cuento de Borges, esos simples sorteos iniciales empezaron a decaer en interés, a fracasar. Como cuenta Borges “Su virtud moral era nula. No se dirigían a todas las facultades del hombre: únicamente a su esperanza.”

Para corregir este progresivo desinterés, un misterioso ente, “la Compañía”, idea un sorteo más refinado en el que junto al premio, van intercalados algunos boletos que contienen multas. Triviales o terribles aleatoriamente.

“Terminó por asumirse que la lotería es una interpolación del azar en el orden del mundo y que aceptar errores no es contradecir el azar: es corroborarlo.”