Del origen de las especies por medio de la selección natural (I)


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Charles Darwin estudió durante su periplo por las islas Galápagos la divergencia que el pinzón, un oscuro pajarillo, experimentaba en función de determinados hábitos alimenticios o de las oportunidades que el entorno le ofrecía.

Todos eran visiblemente parientes, pero cambiaban extraordinariamente su pico, su tamaño e incluso sus hábitos. Darwin, sagaz observador, extrajo conclusiones de todo ello.

La costumbre, la tradición, las ciencias ocultas y las mitologías persisten más allá de la razón y de torpes, aunque sensatas, explicaciones. Por ello de vez en cuando hay que preguntarse cosas que suelen obviarse o darse por conocidas.

Si Darwin hubiese llegado en tiempos recientes a España, empeñado en analizar su curioso ecosistema administrativo, hubiese apreciado un fenómeno contrario al observado en las Islas Encantadas: la convergencia de la fauna administrativa.

Quizá se hubiese preguntado, por ejemplo ¿por qué los funcionarios – un régimen jurídico envidiable en España – gozan, gozamos, de lo que no parecen sino oscuros privilegios feudales?

El mito que perdura en el vulgo maligno cuenta que el funcionario es alguien parapetado tras una mesa, intocable y mandarinesco, encargado de obstaculizar el libre desempeño de la actividad social y económica y que antes tenía manguitos y visera y hoy suele tener un ordenador.

No se repara los suficiente en que a veces hay técnicos burocráticos que no tienen el estatuto de funcionarios, sino que pertenecen al inframundo laboral al servicio de la administración. Hay al mismo tiempo señoras de la limpieza que misteriosamente son funcionarias.

¿A qué se debe ello, se hubiese preguntado Darwin?, ¿por qué no se lo pregunta el amable lector?,¿Qué es un funcionario?,¿Por qué no se han extinguido todavía?.

Pues la culpa la tiene Napoleón Bonaparte.

Pronto se dio cuenta de que para conquistar un Imperio necesitaba ejércitos, soldados y mariscales, pero para mantenerlo necesitaba una burocracia paralela a ese mundo militar que se extendía con sus conquistas como una mancha por Europa.

En realidad la burocracia es imprescindible para el manejo adecuado de toda realidad compleja como la imperial. Hasta los mongoles, que eran analfabetos, tenían una burocracia china.

El diseño de la administración española fue de las pocas cosas que pervivieron de la invasión napoleónica. Era un ejército civil fuertemente jerarquizado y basado en el mérito, en el escalafón, en el que se ascendía de simple soldado a mariscal de campo en función de unos méritos más o menos reconocidos y objetivos.

En el siglo XIX la administración española, con los vaivenes propios de las oscilaciones liberales y conservadoras, acuñó un estatus del servidor público ligado al poder y a la confianza del partido gobernante. Se instituyó con ello la llamada “cesantía”: el gobernador progresista o reaccionario cuando llegaba al poder cambiaba la plantilla, en la que no confiaba, y colocaba a los suyos, quedando así cesantes los depuestos, a la espera de que volviesen pronto sus padrinos, progresistas o conservadores, cual torna la cigüeña al campanario, lo que no tardaba en suceder, dados los bruscos cambios políticos de ese turbulento siglo.

Los grandes doctrinarios de la administración española, se dieron cuenta de que esto no era del todo bueno y sentaron las afrancesadas bases de la figura del funcionario, en sentido estricto, como la de una persona que servía al Estado “incorporándose a él”. Era un pequeño Luis XIV que sentía que el Estado era él.

Para proteger la profesionalidad le dieron un estatuto especial que hace que, todavía hoy, el funcionario siga siendo admirado y envidiado: no podía ser removido de su puesto. Se acabaron los cesantes. Viva la profesionalidad.

Este aparente privilegio buscaba evitar el servilismo, tan caro ayer como hoy, para con quien ha accedido temporalmente al gobierno de una ínsula, un ministerio o una alcaldía… con ínfulas de eternidad.

Viendo que me he excedido inevitablemente en el espacio que se me concede para explicarme, cual Sherezade al ver que amanece, he de continuar en un próximo episodio, igual de apasionante que éste, en el que se desvela que pasó después.

CONTINUARÁ….