Alejandro Magno, creador de un gran imperio


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ADOLFO PÉREZ

La figura fascinante de Alejandro Magno cabalga en la historia universal entre la realidad y la leyenda. La enorme figura de este rey de Macedonia, discípulo de Aristóteles, que antes de cumplir treinta y tres años era el amo del mundo occidental, dejó una huella imborrable en la historia. Sus dominios llegaron a ser superiores a los de cualquier otro gobernante anterior.

En la antigüedad clásica Macedonia era un reino situado en el norte de Grecia, cuyos habitantes eran considerados por los griegos como semibárbaros. Su rey entre los años 355 y 336 antes de Jesucristo fue Filipo II, padre de Alejandro Magno. A la muerte de su hermano Perdicas III, gobernó Filipo como regente de su sobrino Amintas IV, menor de edad, pero no tardó en hacerse con el título de rey. Filipo II era un hombre muy activo y audaz, sin escrúpulos, todos los medios le parecían buenos y, entre todos, la fuerza, la astucia y el dinero. Su esposa Olimpia era la madre de Alejandro, una mujer orgullosa, de carácter sombrío e irascible, descrita como ‘un demonio’.

Durante un tiempo Filipo permaneció en Tebas donde aprendió el arte de la estrategia militar que le enseñó el general Epaminondas al que logró superar como estratega. Filipo estaba convencido de que solo se podía vencer a los persas mediante un frente único para lo que era precisa la fuerza militar, que dio lugar a la formación de sus invencibles ‘falanges macedónicas’, armadas con largas lanzas, las ‘sarisas’, y flanquedas por la caballería. Gracias a la diplomacia logró ser considerado defensor de la civilización griega, siendo su objetivo dominar la península balcánica, cuya mayor dificultad era reducir a Atenas gobernada por los políticos del partido popular. En la oposición estaba el partido patriótico, pro – persa y antimacedonio, cuyo jefe era el famoso orador Demóstenes, que describía a Filipo como un bárbaro y un tirano que pretendía someter a los griegos a la esclavitud. Demóstenes ganó la partida con sus duros discursos, sus famosas ‘filípicas’ como se las conoce popularmente, término que ahora se utiliza como reprimenda o regaño.

Así las cosas, Filipo se lanzó a la guerra y tras numerosas campañas bélicas y veinte años de guerra se hizo con el dominio de Atenas. Pero Filipo, no solamente fue un gran rey y un gran soldado, fue también un hombre con las debilidades propias de los seres humanos. Se enamoró de la ambiciosa Cleopatra, sobrina de uno de sus generales y doncella de confianza de su mujer, la reina Olimpia, a la que Cleopatra soñó en suplantar, lo que justificaba en virtud de ser de pura raza macedónica. Filipo acabó por ceder e hizo público su propósito de divorciarse de Olimpia. Pero su hijo Alejandro se opuso al divorcio tanto por el amor filial a su madre como el temor a no heredar a su padre, ya que con el nuevo matrimonio se legitimaría el hijo habido entre Filipo y Cleopatra. Este asunto tuvo un desenlace sangriento: Filipo fue asesinado por un joven macedonio el día de la boda de su hija y entonces Olimpia obligó a Cleopatra a suicidarse y apuñaló con su mano al hijo ilegítimo de Cleopatra.

Muerto Filipo II le sucedió su hijo Alejandro en el año 336 antes de Jesucristo, a los veinte años de edad. Nacido el año 356 antes de J.C. en la ciudad de Pella (Macedonia). Educado en parte por el famoso filósofo griego Aristóteles y también en la corte de su padre, donde desde niño aprendió su futuro oficio de rey entre embajadores, ministros y cortesanos. Sus dotes de capitán no fueron menos precoces; siendo adolescente reprimió una sublevación que estalló en una ausencia de su padre. Dotado de una brillante inteligencia, se apasionó tanto por las letras y el arte como por la filosofía, la ciencia y la medicina, pasión infundida por su maestro Aristóteles. De niño tocaba la lira y cantaba con voz aguda. Siendo adolescente su padre, que un día le oyó cantar, le dijo que debería sentir vergüenza de cantar tan bien. Su físico era de mediana estatura.

Desde siempre se ha especulado sobre la inclinación sexual de Alejandro Magno, sobre si era o no homosexual, sin que se haya llegado a una conclusión definitiva. Ha de tenerse en cuenta que la homosexualidad de la época antigua, basada en la belleza, no era concebida como en el tiempo actual. La amistad íntima que tenía con su amigo de la infancia, Hefestión, se ha llegado a considerar que eran amantes. Mary Renault escribe en su biografía sobre Alejandro Magno que los padres estaban extrañados ante la apatía sexual de su hijo, sin interés por el matrimonio. La madre, ante esa pasividad requirió los servicios de la más acreditada cortesana de la ciudad para que lo sedujera, pero el trance amoroso resulto un fracaso. Si bien, Alejandro se casó con Roxana y otras princesas, además de sus concubinas y fue padre de dos niños.

Según hemos visto, a los dieciocho años ayudó a su padre en la batalla de Queronea al mandó de la caballería, que quebrantó la flor del ejército tebano. Antes de subir al trono ya era adorado por el ejército, fanatizado por su genio militar y su valor. De su madre, Olimpia, tenía un carácter recto y orgulloso, amante fervoroso de la justicia. Cuando su padre pretendió repudiar a su madre abandonó la corte, pero el padre no lo despojó de la sucesión. Padre e hijo habían hecho las paces cuando Filipo fue asesinado. Desde el primer momento, sin precedente en el mundo, el joven Alejandro se elevó al apogeo de su gloria, sin conocer la decadencia. Muchas ciudades llevaron su nombre.

Tras la muerte de Filipo II los griegos y los demás aliados pretendieron anular el pacto firmado con él creyendo que había llegado el momento de recobrar su autonomía, de modo que Tebas solicitó la retirada de las tropas macedonias. Pero el ansia de libertad se truncó cuando Alejandro invadió Grecia al frente de su ejército. Se celebró un segundo congreso y se adoptaron con el hijo los mismos acuerdos que con el padre y además lo nombraron ‘estratega’, lo que es lo mismo, general en jefe de los helenos. Ya revestido del mando supremo sometió a los bárbaros del norte de Macedonia donde se genio militar rayó a gran altura. Como en las batallas siempre estaba presente en lo más duro del combate, corrió por Grecia varias veces de que había muerto. En una de estas falsas noticias determinó a Tebas a sublevarse. Entonces Alejandro decidió escarmentar a los griegos, de modo que en el verano del año 335, después de una marcha de trece días, cayó sobre Tebas y la arrasó, dejando sólo los templos y la casa del poeta Píndaro. Los habitantes fueron muertos, deportados o esclavizados. Grecia fue dominada y sujeta a su obediencia.

En la primavera del año 334 Alejandro inició la campaña inmortal que había de llevarlo hasta el corazón de Asia. Con un ejército de 35.000 hombres, acompañado de expertos militares, pasó el estrecho de los Dardanelos y se presentó frente al gran imperio persa que abarcaba la actual Turquía, Siria, Irak, Irán y Afganistán. Alejandro no dudaba de su éxito, pues Aristóteles le había inculcado que los bárbaros orientales eran una raza inferior. Alejandro reunió un pequeño ejército, pero bien provisto de caballería y de material de guerra, muy disciplinado, bien mandado y aligerado de impedimenta para moverse con rapidez y destreza. A esta tropa el rey persa Darío III oponía un ejército muy superior en número, pero con escasa o nula preparación. Alejandro solo tuvo que atacar para vencer, aunque las verdaderas dificultades eran los obstáculos naturales. La destrucción del mundo antiguo se consumó con una rapidez asombrosa. La derrota de los persas en la batalla del río Gránico (noroeste de la actual Turquía) en el año 334 abrió a Alejandro las puertas del mundo asiático. En su avance alcanzó Siria, donde de nuevo se enfrentó con los persas en la llanura de Isos (año 333). El ejército persa fue diezmado y Darío huyó abandonando a su familia al vencedor, que la trató con generosidad.

Alejandro continuó su campaña con ánimo de ser dueño de Asia. En el avance llegó hasta Gordion, escenario del célebre nudo. Era una correa de cuero completamente enrollada en el varal de un carro antiguo en el que se suponía que había llegado el rey Midas. Y se decía que el hombre capaz de deshacer el nudo sería el amo del mundo. Según algunos relatos Alejandro lo cortó con su espada y según otros tiró del varal y descubrió el extremo oculto de la correa de cuero. Desde luego todos coincidieron en que logró deshacerlo. En poco tiempo sometió Siria, Palestina y Egipto, donde se le dio el recibimiento de libertador. Al oeste del delta del río Nilo emplazó una nueva ciudad, Alejandría, durante muchos siglos centro comercial y de la civilización griega. Nuevamente derrotó a los persas y Darío consiguió escapar otra vez. En sus campañas por Babilonia y Susa fue generoso. Pero Persépolis era la ciudad enemiga de los griegos que fue incendiada, se hicieron de riquezas ingentes, con un inmenso botín. Sólo faltaba apoderarse de Darío al que Alejandro persiguió por Asia, donde se enteró que el sátrapa persa Besós obligó a Darío a abdicar y se lo llevó como prisionero, pero ante la persecución de Alejandro lo asesinó, así es que el vencedor sólo se apoderó del cadáver al que dio sepultura con honores reales.

Extensión que llegó a alcanzar el Imperio de Alejandro Magno.

Pero la guerra no terminó puesto que Besós se creció y se proclamó rey de Bactriana (región al noroeste del imperio persa en Asia central), lo que sulfuró a Alejandro Magno que pretendía ser coronado Gran rey de todo el imperio persa, de modo que adoptó el traje de Gran rey y el ceremonial de su corte y quiso obligar a los vencedores a que le rindieran los mismos honores que los vencidos; es decir honores semidivinos a la manera oriental. Tales deseos irritaron a sus soldados, hasta el punto de que el comandante Filotas conspiró contra la vida de Alejandro, pero el infeliz fue descubierto, torturado y muerto, así como a su padre, uno de sus mejores generales, que fue muerto por sus propios oficiales. El sátrapa Besos al fin fue capturado y entregado al hermano de Darío III, quien le hizo perecer en medio de horrorosas torturas.

Con el imperio persa en su poder, Alejandro se dirigió al este de Asia con la mirada puesta en conquistar la India, cruzó el río Indo y derrotó al rey hindú en la batalla de Hidaspes (año 326), enfrentándose a un ejército con 200 elefantes. Fue su última batalla pues sus soldados no quisieron seguirle, así es que se vio obligado a regresar a Macedonia donde se encontró con un reino en desorden por falta de pericia o negligencia de muchos de sus altos funcionarios. Se esforzó en unir o por lo menos aproximar las varias razas de su inmenso imperio, de modo que intentó mezclarlas en aras de la amistad, las costumbres, los matrimonios y las leyes, razón por la que se casó con la asiática Roxana pensando que su ejemplo cundiría entre sus generales y soldados, lo que se produjo en cierta medida. Los matrimonios se celebraron con grandes fiestas. Cada esposa recibió una dote y cada marido una copa de oro.

Asia había hecho de Alejandro un dios, pero esta divinización no fue aprobada, en general, en Grecia y especialmente en Macedonia donde fue perdiendo autoridad a medida que se influenciaba por las civilizaciones y costumbres orientales. Por otro lado, cuando preparaba el ataque a Arabia las tropas que hacía tres años estaban acantonadas en Asia y África empezaron a tener añoranza, lo que dio lugar a varias revueltas que tuvieron que ser reprimidas mediante algunas ejecuciones. No obstante, mantuvo el afecto de la gran mayoría de sus soldados.

Con la muerte de su lugarteniente Hefestión, su amigo del alma, se volvió sombrío y supersticioso. Y sucedió que en Babilonia, al término de un banquete Alejandro tuvo fiebre. La enfermedad, que se desconoce, no le inquietó al principio, pero empeoró y en diez días acabó con su vida el 13 de junio del año 323 a. de J.C. Tenía treinta y tres años y había gobernado trece.

Alejandro no sólo fue uno de los grandes capitanes de la historia, que en tan sólo ocho años logró conquistar la mayor parte del mundo conocido. También fue uno de los mayores constructores de todos los tiempos. En su imperio fundó más de setenta ciudades, bastantes con su nombre, pobladas con mercenarios, comerciantes griegos, macedonios y con indígenas. Eran centros de civilización y cultura griegas: se construyeron templos, palacios, bibliotecas, teatros y gimnasios.