John Kennedy, el presidente de la Nueva Frontera (1)

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ADOLFO PÉREZ

Gran conmoción se produjo en el mundo el viernes 22 de noviembre de 1963, la que nos causó a todos la noticia del asesinato en Dallas (Texas) del carismático presidente de los Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy. Tenía 46 años y era el trigésimo quinto presidente de su país.

Al día siguiente del magnicidio, escribe André Kaspi, comenzó a fraguarse la aureola mítica del hombre joven e inteligente que para muchos encarnaba el optimismo de aquel tiempo. El hombre que comenzó su presidencia con el deseo de poner en marcha su programa de la Nueva Frontera, definida por él como hallarse precisamente al borde de una nueva frontera de posibilidades desconocidas, llenas de esperanza. Con esa definición venía a decir que se abandonaba una época para entrar en otra más rica y prometedora, un programa que complementó con su famosa frase: “No os preguntéis, mis queridos compatriotas, lo que vuestro país puede hacer por vosotros. Preguntaos lo que vosotros podéis hacer por vuestro país”. Era una invitación a la participación de los ciudadanos en la tarea de mejorar la Nación. Y con la ilusión de ser reelegido para un segundo mandato en noviembre de 1964, hizo el viaje a Dallas. De la crónica del asesinato me ocuparé en la segunda parte de este artículo.

Ciertamente, John Fitzgerald Kennedy lo tenía todo para triunfar: un padre muy rico, buenas amistades en el mundo de la economía, de la política y de la prensa, así como un pasado heroico en la II Guerra Mundial. Con una familia dispuesta ayudarle en todo, que era mucho; aunque bien es verdad que hubo de sortear muchos obstáculos. Había nacido en Brookline, arrabal de Boston (Massachusetts), el 29 de mayo de 1917, el segundo de los nueve hijos de Joseph Kennedy y Rose Fitzgerald. Su familia era de origen irlandés, que emigró a la Tierra Prometida (América) a mediados del siglo XIX y se instaló en Boston, siendo su comienzo muy humilde, pero que fue prosperando. Su abuelo paterno, Patrick, llegó a sentarse en el Congreso del estado de Massachusetts y su abuelo materno, John, fue elegido para la Cámara federal de representantes y logró ser alcalde de Boston. Como buenos irlandeses eran católicos fervientes. La madre del presidente, Rose, era una mujer muy organizada y autoritaria. Le obligaba a serlo las frecuentes ausencias de su marido por sus negocios. Ella decidía los mil detalles de la vida cotidiana y su autoridad no se discutía. Una ferviente católica, que inculcó a sus hijos el fervor religioso, que mantenían de mayores. Contaba su padre que estando de visita en la Casa Blanca, al retirarse a sus aposentos después de una velada familiar fue a decirle algo a su hijo al dormitorio y al abrir la puerta se encontró al presidente rezando de rodillas.

El retrato de su padre, Joseph, es más complejo que el de su mujer, de no muy buena reputación; se le achacaba haber transmitido a los hijos sus ideas conservadoras y de haberlos manipulado en su beneficio. El padre los educó en el espíritu competitivo y ser los mejores, teniendo siempre como guía la unidad familiar, de donde surgió el llamado clan Kennedy, sembrado de trágicas muertes familiares. Poco antes de las elecciones de noviembre de 1960 el expresidente Truman dijo: “Lo que me preocupa en el caso de Jack Kennedy no es el Papa, sino el papá.” La alusión al Papa se refiere a que en círculos políticos se especulaba sobre si el Pontífice de Roma influiría en el joven presidente católico, cosa que no llegó a suceder. Como es bien sabido el padre disponía de una cuantiosa fortuna como buen hombre de negocios. Al llegar cada hijo o hija a la mayoría de edad les regalaba un millón de dólares, lo que los ponía al abrigo de cualquier necesidad. Con el presidente Roosevelt el padre ocupó importantes cargos en la administración federal, hasta ser nombrado embajador en la Gran Bretaña. Era su consagración, la gran aspiración de un irlandés.

La juventud de John Kennedy (Jack era su nombre familiar) fue algo decepcionante. Los resultados escolares y universitarios fueron mediocres. Era un deportista que se esforzaba para estar en primera línea, pero su trabajo intelectual no era el adecuado. Se interesaba por la historia y el inglés, pero poco por las demás disciplinas. Sus condiscípulos escribían en sus boletines que era el de más posibilidades para triunfar. Ingresó en la universidad de Princeton, donde le aquejó una hepatitis, se restableció y recayó. Renunció a Princeton y se matriculó en la prestigiosa universidad de Harvard, año 1936, donde no mostró mayor interés por el programa propuesto, excepto con la historia. Los profesores tenían buen concepto de él. Entonces no le atraía la política, mientras que muchos jóvenes se interesaban por los asuntos de Europa.

En 1937, acompañado de su fiel amigo Lem Billing, viajó a Francia, Italia y España en plena guerra civil, de España escribió: “La mayor parte de la gente, en Estados Unidos, favorece a Franco, y creo que sería mejor para España que Franco ganara, ya que reforzaría a España, unificándola.” En otoño de 1938 hizo un gran viaje visitando París, Polonia, Letonia, la URSS, Turquía, Palestina, los Balcanes y Berlín, además de sus estancias en Londres, que le fascinaba. De sus escalas hacía atinados comentarios. Se alojaba en las embajadas de su país. Una vez finalizados los estudios en Harward se dedicó a escribir la tesis doctoral, que versó sobre ‘el apaciguamiento de Munich’. Se trataba de los acuerdos firmados en 1938 por Inglaterra, Francia, Italia y Alemania a fin de solucionar la crisis de los Sudetes europeos. Acuerdos por los que recibió muchas críticas el primer ministro inglés, Neville Chamberlain. En junio de 1940 defendió la tesis, calificada como ‘magna cum laude’ (sobresaliente). La obra se publicó y obtuvo un gran éxito, con la venta de 80.000 ejemplares.

La tensión creciente entre los Estados Unidos y el Japón no cesaba en 1941, razón por la que desde 1940 el ejército de EE UU aumentaba sus efectivos militares con voluntarios. John Kennedy decidió alistarse en el ejército del aire, pero al no ser admitido lo hizo en el ejército de tierra y tampoco lo consiguió. En ambos casos fue debido a la secuela que le dejó en la espalda una lesión jugando un partido de fútbol. Entonces hizo unos cursillos de reeducación y en septiembre de 1941 la Marina lo admitió en sus filas con el grado de subteniente, destinado a una oficina de información. Pero cuando los Estados Unidos fueron atacados por los japoneses en Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, Kennedy movilizó las buenas relaciones de su padre para ser destinado a una unidad de combate, destino que logró un año después; a finales de 1942 ingresó en la escuela de patrulleros donde aprendió lo que debía saber de las rápidas lanchas torpederas Patrol Torpedo Boats (PT), de 24 metros de eslora (largo), tres motores y cuatro torpedos. Su misión era acercarse lo más posible al blanco, disparar los torpedos y huir. Era un destino que le gustaba a Kennedy. Una vez instruido lo destinaron al canal de Panamá, pero logró ser enviado a la zona de combate del Pacífico, a las islas Salomón. El 25 de abril de 1943 recibió el mando del PT 109, con una dotación de dos oficiales y diez marineros. Y comenzaron las misiones contra los japoneses.

En la noche del 1º de agosto de 1943 la PT 109 se acercaba a un blanco cuando sobre las 02:30 de la madrugada surgió muy cerca, entre la bruma, un destructor japonés, Kennedy iba al timón, la tripulación no acertó a accionar los torpedos y el destructor se echó encima de la PT 109 al que partió en dos, yéndose una parte a pique llevándose a dos marineros al fondo. El choque fue tan brutal que Kennedy cayó de espaldas y la antigua herida se abrió de nuevo; no obstante, se zambulló en el mar para buscar y salvar a dos marineros que no sabían nadar, a los que rescató. El incendió de la PT 109 hizo suponer a los observadores norteamericanos de que no había supervivientes, lo que supuso que Joseph Kennedy fuera informado de que su hijo figuraba como ‘desaparecido’. Pero Kennedy y sus hombres, asidos a la parte del PT que flotaba, esperaron a ser divisados y rescatados sin resultado alguno; nadaron hasta un islote desierto; así es que con gran esfuerzo siguieron explorando por aquellos islotes, donde en uno de ellos tropezaron con nativos que les indicaron la existencia de militares por otro lugar cercano, a los que Kennedy mandó un mensaje escrito en la corteza de un coco. A día siguiente el nativo les trajo el mensaje de un oficial neozelandés que los rescató. El coco del mensaje lo tenía Kennedy en su escritorio, ahora creo que está expuesto en su biblioteca pública. Siete días después de la caída de la PT 109 la tripulación llegó a su base. Kennedy fue condecorado con dos de las medallas más prestigiosas de las fuerzas armadas americanas, como recompensa a su valor. Este episodio de la vida de John Kennedy es un pilar que rodeó su leyenda y del que se escribió un libro y se filmó una película. Kennedy encarnó al joven americano que había vivido, como tantos otros, la Guerra Mundial en primera línea, de ahí que el periódico ‘New York Herald Tribune’ escribiera que fue el único presidente de los Estados Unidos “descrito como un héroe de película durante el ejercicio de sus funciones”.

Mientras John Kennedy se enfrentaba a los japoneses en el Pacífico su hermano Joseph Jr. (Joe), lo hacía en Europa contra los alemanes. En 1940 había entrado en política, de modo que su padre tenía grandes esperanzas puestas en él. En 1941 se enroló en el Departamento Aeronaval y su escuadrilla, con base en Inglaterra, llevaba a cabo misiones de bombardeo en Europa. El 12 agosto de 1944 llevó a cabo una misión consistente en lanzar en picado un bombardero cargado de bombas sobre un objetivo, saltando antes él y el copiloto, pero algo falló y el avión estalló en pleno vuelo sin que se supieran las causas. Los dos pilotos murieron. Dos sacerdotes le dieron a sus padres la noticia de la muerte de su hijo mayor. Esta vez la noticia era cierta. Para la familia fue un golpe brutal, recibido con entereza. Jack estuvo mucho tiempo andando por la playa.

En 1945, restablecido del fuerte dolor en la espalda, se podía haber visto tentado por los negocios, pero no estaba dotado para esa actividad. Sin embargo, el periodismo le seducía. Un amigo le ofreció trabajar de reportero en un periódico donde publicó sus trabajos de corresponsal sobre la puesta en marcha de la Organización de las Naciones Unidas y en la Conferencia de Potsdam, pero dejó el periodismo y entró en política sin que antes mostrara inclinación a participar en ella. Hay dos versiones, los que dicen que fue inducido por su padre para que sustituyera a su hermano Joe, iniciado en política. Otros, que se decidió porque iba a quedar vacante el escaño de un distrito de Boston para la Cámara de Representantes en Washington (parecida a nuestro Congreso de los Diputados). La aventura le atraía y pensó que podía ganar, así es que se presentó y ganó las primarias del Partido Demócrata y dio la batalla en la campaña electoral de 1946 para la que disponía de un nombre, una familia detrás, dinero suficiente y un equipo de expertos. Logró un triunfo que más bien fue personal. En la Cámara, donde el Partido Republicano tenía la mayoría y entorpecía la política del presidente Truman, fue adscrito a la comisión de educación. Participó en diversos proyectos y su nombre comenzó a ser conocido. No era propiamente un liberal, pero sus votos satisfacían a los liberales.

Pero no se sentía satisfecho. Tenía otras ambiciones como era ser senador, que es un puesto de mayor categoría ya que la elección es de todo un estado, en este caso sería el de Massachusetts, el suyo. En abril de 1952 anunció que se iba a presentar a senador por su estado del que conocía cada rincón del mismo por sus frecuentes visitas. Enseguida puso en marcha su formidable máquina electoral, dotada de un buen equipo de expertos, muchos apoyos y el dinero suficiente, para manager de la campaña nombró a su hermano Robert (Bob), que entonces tenía 26 años; asesinado también en 1968. Su oponente fue el poderoso Henry Cabot Lodge Jr., al que derrotó. Derrotar a Lodge no estaba al alcance de muchos. A partir de entonces un brillante porvenir se abría al joven senador Kennedy, que con casi treinta y seis años entró en el Senado donde fue adscrito a la comisión de trabajo y asistencia pública. En la misma jornada electoral fue elegido presidente de los Estados Unidos el general Dwight David Eisenhower (Ike).

A esa edad seguía soltero, lo que dio lugar a que las revistas del corazón y otros medios se preguntaran sobre la vida privada del brillante senador. En 1951 conoció a Jacqueline Lee Bouvier, de linaje francés, perteneciente a una familia rica y bien considerada, con estudios en buenas universidades y en la Sorbona. Hablaba francés, español e italiano. Trabajaba para periódicos de Washington. Su elegancia, su belleza y su espíritu sedujeron a John Kennedy, que absorto en la campaña la vio pocas veces. Tras la victoria electoral se decidió a casarse con ella. La boda se celebró el 12 de septiembre de 1953. Ella hizo del senador algo más que un político, ayudó a modificar ventajosamente su imagen y lo introdujo en el mundo intelectual y artístico. Tuvieron dos hijos: Caroline y John Jr. (el llamado John – John), que con 38 años murió en compañía de su esposa y su cuñada el 16 de julio de 1999 cuando pilotaba un avión ligero.

En la segunda parte de este artículo contaré detalladamente el asesinato de John Kennedy.