Etiam si omnes ego non


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

El periodismo político español, y la clase periodística española, como seguramente no aceptaría ser llamada, ha degenerado en una especie de sanedrín al que no le cabe la menor duda de nada.

Acusa, instruye, juzga, condena y desacredita, con escasa formación y nula especialización, a todo aquello que le parece intolerable y que suele apartarse, siquiera sea mínimamente, de la corrección política, de la doctrina oficial.

El periodista, poco a poco, dejó de ser el francotirador, la “lanza libre”, que servía primero a su conciencia y después, solo después, a la empresa periodística que le pagaba. El periodismo en España ya no es el mediador entre la realidad y el lector o el espectador, sino el rector inflexible de un cuerpo social cada vez más acrítico, que espera la homilía cotidiana y repetitiva para saber que debe pensarse.

La opinión no es así el resultado de un proceso de reflexión y crítica, sino una asunción de verdades preestablecidas al servicio de empresas ideológicas.

Ya profetizó José Luis Balbín lo que traerían las televisiones privadas. Ahora lo comprendo.

Por ello no resulta sorprendente la reacción corporativa ante las declaraciones de la actual portavoz del Partido Popular, Cayetana Álvarez de Toledo, osando desvelar lo que todo el mundo sabe: que el grupo Mediapro, y especialmente su combativa cadena de la televisión “La Sexta” se dedican, como un solo hombre, como una sola mujer, a erosionar la democracia.

El señor Roures, su propietario y “Viejo de la Montaña” por excelencia, tiene derecho a hacerlo – erosionar la democracia – por supuesto. Pero donde las dan las toman.

El periodista contemporáneo, como figura colectiva, acostumbrado a pontificar sin réplica, ha quedado sorprendido y descolocado ante la afirmación de una política, que no respeta las reglas tácitas del peloteo y la prosternación ante quien tiene la voz pública y, según parece, el monopolio de la libertad de expresión. Debiera haberse callado, dicen los que nunca callan.

Uno de los dichos periodísticos clásicos dice que “perro no come carne de perro”. La señora Álvarez de Toledo curiosamente también era periodista antes de ser designada para un puesto en el que hay una exigencia especial de aceptar esas reglas protocolarias de la prosternación y la simpatía impostada del político ante los colegas de la periodista ahora política. Por eso todos ellos salen, con independencia de la ideología de sus empresas, a exigirle de malos modos que vuelva al redil desempeñando su tradicional papel en el drama y no introduzca morcillas de su cosecha.

No solo eso, sino que entre sus compañeros de partido, diputados correligionarios, tampoco encuentra apoyos, ni sientan bien sus afirmaciones excéntricas y heterodoxas. Quizá se encuentran más cómodos aceptando las reprimendas de los opinadotes profesionales, bajando los ojos ante los disparates más notorios.

En el Partido Popular no hay liberales, su portavoz actual pertenece a esa rara especie. El Partido Popular es, desde su fundación, un partido conservador y meapilas, que no habla por no pecar, o porque le gusta ir a remolque del audaz pensamiento progresista, y nunca se ha librado de esa pesada losa.

Pero en las turbias y cenagosas aguas de la opinión monocorde, siempre esta bien y se agradece que alguien tire una piedra. El destino de los heterodoxos nunca ha sido especialmente feliz ni longevo. Y no le auguro larga vida política a quien así actúa, saliéndose constantemente del camino real.

Pero el brillo efímero de quien no se calla siempre superará el balido lanar y monocorde de los que nunca saldrán de su zona de confort en el rebaño.