En casa de don Amando


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

EN ESTE EDIFICIO de opinión, especie de “13 Rue del Percebe” construido sin licencia urbanística por el director de ALMERÍA HOY, he subido, estaba la puerta abierta, a la buhardilla de Don Amando de Miguel “Confesiones y despedida de un ochentón”, y he leído con placer el breve resumen de una vida larga e intensa. La narración de propia mano, humilde pero orgullosamente coherente, de distintas aventuras y desventuras, sobre todo profesionales, me parece admirable y digna de conservarse como espejo o contraste de tantas otras autobiografías, fatuas o auto justificativas.

Mientras leía con una sonrisa algunos sucedidos o anécdotas, como cuando el funcionario de Hacienda de turno decidió, no sin motivos, adscribir actividades hasta ese momento inexistentes, “sociólogo”, por ejemplo, en el epígrafe correspondiente a “magos y prestidigitadores”, al mismo tiempo me resultaba inevitable no tener presente cierta amargura o leve tristeza aleteando en el recorrido que don Amando, “sin esperanza ni miedo”, cuenta en lo que suena a broche o despedida de un tiempo y de un país.

Confío en que sea una despedida prematura y suspendida.

Me resulta muy difícil no pensar en el texto del profesor sin relacionarlo con ese género tan español de lo picaresco, veo en don Amando a un nuevo Lázaro de Tormes, paseante ingenuo en una España en la que visita el franquismo, la Transición, la monarquía, y por fin la revisión de todo en lo que vivimos ahora mismo y que, pese a todo, no desaparecen esas notas tan hispánicas del cainismo y la corrupción, que cambian, como la piel de la serpiente, sin desaparecer.

Es el sociólogo, también, y no le falta un aire mefistofélico por ello, una especie de Diablo Cojuelo que va levantando tejados e intimidades para intentar explicarnos y explicarse qué demonios somos realmente. Estamos indisolublemente unidos al tiempo o los tiempos en los que nos ha tocado vivir. A sus valores y sus miedos. A sus esperanzas y sus amarguras, y no nos queda otra que intentar comprender lo que nos rodea.

Ése es el verdadero objeto de la actividad intelectual: ya que no podemos cambiar lo que tenemos, vano intento de visionarios megalómanos, al menos hemos de intentar comprender los propósitos, sueños y delirios de nuestros días y de nuestros contemporáneos.

Y eso lleva mucho tiempo: ochenta años. Toda una vida. No hay muchos maestros entre nosotros. Casi todos tienen ochenta años. Su vida está hecha y sus conclusiones no pueden caer en el vacío. Son las mismas desde hace más de dos mil años, porque sustancialmente no somos distintos de los que consideramos clásicos.

La autobiografía de don Amando de Miguel es importante porque es la del trecho de la historia que él ha recorrido con el mismo espíritu de independencia de modas y tentaciones. Tiene el valor etéreo de lo vivido de propia mano, y que difícilmente captarán los historiadores que cuenten la historia oficial Ha pagado el precio que describe y ha obtenido ese valor supremo de hacer lo que le ha dado la gana y que otros llaman libertad.