La leyenda negra antiespañola


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ADOLFO PÉREZ

Se define la leyenda negra como una corriente de propaganda antiespañola, especialmente referida al siglo XVI, centrada en la figura de Felipe II y fomentada por la virulencia de las luchas religiosas, además de por el odio de los protestantes al gran defensor de la unidad católica. La leyenda negra arranca, en gran parte, de las obras escritas por dos de sus más encarnizados enemigos: el neerlandés Guillermo de Orange con su obra ‘Apología’, y Antonio Pérez, que fue secretario del rey, con su obra ‘Relaciones’. A ellos se unieron con igual intención escritores de diversa nacionalidad. Llama mucho la atención que solo España tiene leyenda negra y no ninguna nación protestante, ni siquiera la católica Portugal a pesar de su gran imperio colonial.

El historiador y sociólogo español Julián Juderías Loyot (Madrid, 1877 – 1918) fue un estudioso del significado de la ‘Leyenda Negra’, con opiniones suyas muy atinadas. En 1914 escribía lo que se entiende por leyenda negra y el ambiente creado por fantásticos relatos acerca de nuestra patria, publicados en casi todos los países, con descripciones grotescas de nuestra forma de ser. Juderías entiende por leyenda negra la referida a la España inquisitorial, ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los pueblos cultos, siempre presta a las represiones violentas, enemiga del progreso.

Se ha especulado bastante sobre el origen de esta malintencionada leyenda contra España, de modo que hay diversas opiniones al respecto. Uno de sus orígenes descansa en que las potencias occidentales, especialmente Inglaterra, Francia y Países Bajos, no veían con buenos ojos el imperio creado por la monarquía católica española, cuyos dominios se extendían por el mundo entero, cosa que les provocaba envidias, odios, suspicacias, con el temor de ver disminuida su pujanza en el tablero internacional. Para consolidar tan inmenso poder España se vio obligada a enfrentarse a la Reforma protestante que se fue extendiendo por la Cristiandad (Europa), lo que dio lugar a que esas naciones continentales se lanzaran con virulencia a socavar los cimientos del imperio español (leyenda negra), basándose en mentiras o medias verdades, siendo las principales acusaciones las referidas a: La expulsión de los judíos y musulmanes. La persecución de herejes y disidentes por la Inquisición española. Las acciones de los monarcas españoles en Europa en los siglos XVI y XVII contra el protestantismo. Así como la masacre de los indios y eliminación de su cultura. Llama mucho la atención que entre los más activos propagandistas fueran españoles: fray Bartolomé de las Casas y Antonio Pérez, secretario de Felipe II, considerado como el creador de la leyenda negra.

Antonio Pérez del Hierro (1540 – 1611). Secretario de cámara y del Consejo de Felipe II. Hijo ilegítimo del clérigo Gonzalo Pérez. Estudió en las universidades de su tiempo. Hombre arrogante y afectado; de buena presencia física, culto y refinado, cualidades que facilitaron su ascensión política. Según Marañón, hubo relaciones entre la princesa de Éboli y el que decían que era bastardo de su marido (Antonio Pérez), pero no de carácter amoroso, sino de haber montado un lucrativo negocio a base de los secretos de Estado que aportaba Antonio Pérez, el cual influyó mucho en el rey, a quien trató de enemistar con su hermanastro Juan de Austria, cuyo secretario, Juan de Escobedo, fue asesinado en las calles de Madrid. Crimen del que se acusó a Antonio Pérez, que fue condenado a muerte, razón por la que se refugió en Aragón, cuyo justicia mayor, Juan de Lanuza, amparándose en los fueros, le ayudó a escapar a Francia, ayuda que le costó ser decapitado. Antonio Pérez escribió las ‘Relaciones’ contra Felipe II al que acusó de matar a su hijo Carlos y de tener relaciones amorosas con la princesa de Éboli. Está más que demostrado que ambas acusaciones eran una auténtica falsedad. Un historiador dice de él: “No cabe mayor traición contra la patria que la llevada a cabo por Antonio Pérez.”

Sobre las acusaciones que la leyenda negra imputa a España corresponde hacer un breve repaso. Siempre debe tenerse en cuenta las épocas en que tuvieron lugar los hechos históricos, sus circunstancias, tiempos de gran ignorancia, con usos y costumbres ajenos a los actuales.

En general los historiadores vienen en señalar que los Reyes Católicos, igual que los Austrias, consideraban que su misión principal era proteger a la Iglesia Católica de las herejías. Acabada la Reconquista por Fernando e Isabel se consiguió así la unidad nacional, cuyas tierras albergaban una población diversa de cristianos, judíos y musulmanes, o sea, variedad de razas, religión, lengua, costumbres y economía, lo que suponía que judíos y musulmanes fueran considerados elementos extraños, que incluso vivían en sus barrios al margen de la otra población Tal realidad era un obstáculo importante para llevar a cabo empresas nacionales, razón por la que se precisaba fusionarlos e integrarlos en el nuevo Estado. Cuando finalizó la Reconquista fueron cantidad los musulmanes que se quedaron a vivir en sus tierras, muchos de los cuales, de grado o por fuerza, se convirtieron al cristianismo, eran los llamados moriscos. La conversión forzosa iba acompañada de coacción, para ello los reyes solicitaron del papa Sixto IV que otorgara una bula para constituir el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, después se arrepintió por el rigor de su aplicación.

Cuando Lutero inició su reforma el 31 de octubre de 1517 Carlos I estaba pendiente de su lucha contra Francia y contra los turcos, lo que favoreció la expansión del luteranismo. Después el emperador intentó resolver el conflicto religioso en Alemania pacíficamente, pero fracasaron las diversas fórmulas de conciliación. Los reformistas protestantes se unieron y buscaron el apoyo de soberanos extranjeros, lo que dio lugar a que Carlos I los redujera en la batalla de Mühlberg. Cansado el emperador de una polémica sin fin adoptó una política de transacción y prometió reunir una asamblea que, presidida por su hermano Fernando, reglamentase las cuestiones religiosas, de modo que, tras largos debates y empeños, se llegó a un acuerdo entre católicos y protestantes.

Felipe II, protagonista principal de la leyenda negra, en cuanto a los moriscos siguió la política de su padre y reprodujo sus ordenanzas, de modo que les prohibió el uso de su lengua, trajes, ceremonias y costumbres, obligándolos al uso del castellano, sin que las súplicas y promesas hicieran mella en el monarca, lo que dio lugar a que los moriscos de Granada se sublevaran en 1565 en las Alpujarras, donde fueron vencidos en 1571 por don Juan de Austria, hermanastro del rey. Muchos moriscos marcharon al norte de África y los que se quedaron fueron dispersados por España. Finalmente fue Felipe III el que terminó de expulsarlos de forma escalonada.

Asimismo, Felipe II hubo de hacer frente a la sublevación de los Países Bajos. La rebelión de Flandes, en contra de lo que se ha dicho, la resistencia no se debió a la opresión del monarca español, que aspiraba a una justa integración de los Países Bajos en el conjunto de sus dominios y a la defensa de la unidad católica frente a la anarquía política y religiosa del protestantismo. Sus decretos relativos a la religión y a la acción inquisitorial venían a ser los mismos que los de su padre. El historiador belga Pirenne apuntaba que más allá del separatismo, la sublevación se debía a la ambición de la nobleza flamenca, dirigida por el conde de Egmont (antes amigo de Felipe II) y Guillermo de Orange (en otro tiempo predilecto del emperador Carlos V), un personaje carente de escrúpulos, morales y religiosos, poseído de una ambición sin límites.

Aquí conviene detenernos en el vidrioso tema de la Inquisición. En su importante Historia de España escribe el marqués de Lozoya que es probable que el Tribunal de la Inquisición instituido por los Reyes Católicos en 1478 sea el punto más polémico de la historia de España. Al respecto escribe el profesor Fernández Álvarez en su biografía de Isabel la Católica que se trata de una de sus páginas más sombrías, a lo que añade que tal como fueron los hechos así hay que recordarlos. Y dice: “Cierto es que la época era cruel y que la Justicia obraba bárbaramente en toda Europa. Pero lo penoso de la Inquisición es que lo hiciese en nombre de Cristo”. Después de lo que sabemos de ella (la Inquisición) se hace difícil no estar de acuerdo con ambos autores.

Debemos asumir los errores que se cometieron aplicando tan salvajes castigos. Si debemos asumir los errores igualmente debemos combatir las enormes exageraciones de nacionales y extranjeros situando la cuestión en el ambiente europeo de la época. Claro que desde un punto de vista político, la Inquisición produjo un mal pues el Santo Oficio situó a España frente a la opinión europea y contribuyó a que, temida, admirada u odiada, fuese algo aparte en Europa, incluso en los países más católicos. Fue una postura cómoda y cínica la de aquellos intelectuales que durante cuatro siglos consideraron a España como el conjunto de todos los males, como un pueblo fanático, cruel e inflexible, mientras ellos tienden un piadoso y tupido velo sobre sus propios pecados (sepulcros blanqueados), pues no fue menos cruel que la represión española la que en Francia e Inglaterra ejercieron sus reyes contra los que se apartaban de la religión del Estado. Conviene recordar que por orden de Calvino, en Ginebra, a fuego lento fue tostado (1553) el teólogo y científico español Miguel Servet, descubridor de la circulación de la sangre. Sin olvidar la descripción de algunas ejecuciones capitales realizadas en el siglo XVI en Francia y Holanda que ponen los pelos de punta. Todo lo tenían estudiado para que la agonía fuera lo más lenta posible y plenamente dolorosa.

Es falso que la Inquisición haya sido la causa del atraso científico de España como afirmaban los historiadores liberales españoles del siglo XIX. Menéndez y Pelayo argumentó que la Inquisición en España no impidió ningún proceso formal referido a los valores científicos o literarios de los siglos XVI y XVII. En cuanto a beneficios obtenidos, dice el marqués de Lozoya que el principal fue la unidad religiosa que dio al nuevo Imperio español estabilidad y fuerza suficiente para acometer grandes empresas, lo que no hubiera sido posible con una España desunida.

Una de las características fundamentales de la colonización española en América, fue considerar desde el primer momento a los indios como súbditos de la corona disponiendo que fuesen tratados como hombres libres. La política colonial iniciada por los Reyes Católicos se inspiró en este pensamiento noble y altruista, así lo demuestran el cuerpo de leyes promulgadas en defensa y beneficio de los indios. Que se cometieron excesos no cabe duda, pues la eficacia de las leyes e instrucciones en la práctica dependía de la interpretación de las mismas en el propio territorio y de la bonhomía de los colonizadores, cuyo talante era determinante en las colonias.

En el codicilo añadido a su testamento, la reina, en su deseo de ser justa hasta el final, se acuerda de los indios, sus nuevos súbditos, y quiere dejar bien provisto cómo debían ser gobernados. Y así ordena a las autoridades: “Que no consientan ni den lugar que los indios, vecinos y moradores de las dichas Indias y Tierra Firme, ganadas e por ganar, reciban agravio alguno en sus personas e bienes.” Y remacha en el Codicilo que los indios “sean bien e justamente tratados”.

El historiador José María Zavala ha tenido acceso a los legajos de la causa de beatificación de Isabel la Católica y se ha encontrado con un documento que arroja luz sobre el tan aireado asunto de la esclavitud de los indios. Dice el documento que a finales de 1494 Colón envió a los reyes quinientos indios hechos prisioneros en acción bélica, a lo que la reina ordenó que los indios fueran repatriados y quedaran libres. Fue un hecho memorable para el mundo porque señaló el verdadero talante de la reina. No obstante, la esclavitud de cautivos de las guerras contra infieles y negros comprados existía en Europa y después en América, un mal histórico que tardó erradicarse.

Fray Bartolomé de las Casas (Sevilla, 1474 o 1484 – Madrid, 1566). Estudió en Salamanca y embarcó para América, dedicándose a la guerra contra los indios y a la explotación de la tierra. La predicación de los dominicos influyó en él, de modo que renunció a los indios que tenía en encomienda. Se ordenó sacerdote dominico y fue obispo de Chiapas (entonces de Guatemala) de 1545 a 1547. Se distinguió por su celo en proteger a los indios y en su campaña contra las encomiendas. (La encomienda consistía en la entrega de un grupo de indios a un español para que los protegiera, educara y evangelizara. Los indios debían pagar al encomendero un tributo por los bienes recibidos, que en general se pagaba con trabajo.) Viajó tres veces a España y consiguió mercedes para los indios. Escribió una importante ‘Historia de las Indias’ y su famoso libelo “Brevísima relación de la destrucción de Indias”, donde la crítica en buena parte está suplida por la razón y la serenidad por usuales faltasa la verdad. Al parecer su intención era impresionar a los reyes en favor de sus doctrinas.

Sin embargo, se ha hecho el silencio, carece de leyenda negra la conquista del oeste de los EE. UU. en el siglo XIX, llevada a cabo por colonizadores y exploradores (ambos protestantes, no se olvide), los cuales, partiendo de las colonias inglesas atlánticas, llegaron a las costas de California. A su paso, igual que los españoles en sus colonias, dejaron a los indios el sarampión, la viruela, el cólera, la fiebre amarilla y otras enfermedades que disminuyó de forma radical la población indígena. Mientras los pioneros avanzaban con sus caravanas hacia el oeste los indios se debatían en guerras contra la caballería de EE.UU. (los casacas azules), que masacraba a los guerreros y arrasaban sus poblados con mujeres y niños dentro. Los restos de la población india fue recluida en reservas, encerrada en su propia tierra, y padecer muchos sinsabores. Silencio también ante la gran cantidad de barcos negreros que arribaban en la costa de los EE.UU. procedentes de África cargados de esclavos negros capturados para surtir las extensas haciendas del cultivo de algodón en los estados del sur, lo que produjo una sangrienta guerra civil de secesión, cuyo triunfo de la Unión supuso la abolición de la esclavitud.

Julián Juderías, a principios del siglo XX, se dio cuenta de que la culpa principal de la formación de la leyenda negra la tenemos nosotros mismos. Y la tenemos porque no hemos estudiado lo nuestro con interés y con cariño como hacen los extranjeros con lo suyo, y, la segunda, porque siempre hemos sido pródigos en informaciones adversas y en críticas acerbas contra lo nuestro. Julián Juderías piensa que el gran aliado de la histórica leyenda negra es el tradicional complejo de inferioridad de los españoles que nos lleva a rechazar nuestras cosas como si fueran viles y a preferir las extranjeras por el mero hecho de serlo. Reconocer nuestros propios defectos es una virtud y dar por buenas las crueldades que nos atribuyen es de necios, de cerebros perturbados.

Un siglo después de lo escrito por Juderías seguimos con los mismos defectos, basta ver la campaña antiespañola de los nacionalismos separatistas, con la inestimable alianza de parte de las izquierdas políticas, que entre todos ponen en peligro la unidad de España.