El buen rey Carlos III de España


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ADOLFO PÉREZ

En el siglo XVIII se produjeron unas circunstancias excepcionales que afectaron a la sucesión de la monarquía española. Al morir sin descendencia Carlos II (1665 – 1700), último rey de la Casa de Austria, heredó la corona de España el francés Felipe V (1700 – 1724 y 1724 – 1746), duque de Anjou y nieto de Luis XIV. Heredó en virtud de ser bisnieto de Felipe IV de España y sobrino - nieto del fallecido Carlos II. En 1724 Felipe V abdicó en su hijo Luis I, que falleció el mismo año, así que de nuevo su padre ocupó el trono hasta su muerte en 1746 en que le sucedió su hijo Fernando VI, que reinó hasta 1759, y como no tuvo hijos ciñó la corona su hermano Carlos III. De esta forma un rey, Felipe V, reinó dos veces y tres hijos suyos fueron reyes de España.

Carlos III (1759 - 1788), nacido en Madrid el 20 de enero de 1716, era el tercer hijo de Felipe V y de su segunda esposa, Isabel de Farnesio. Cuando subió al trono de España era rey de Nápoles desde 1734, reino que a su venida cedió a su tercer hijo, Fernando, pues el primogénito estaba incapacitado y el segundo era el príncipe de Asturias. En Nápoles dejó un grato recuerdo por lo buen rey que había sido, tan bueno como lo fue su reinado en España. Dice el historiador Bertrand que “fue el mejor y más inteligente de los príncipes de la casa de Borbón”. Casado con María Amalia de Sajonia, mujer muy inteligente, con la que tuvo trece hijos, de los que ocho llegaron a adultos. Un matrimonio feliz que a los diez meses de llegar a España se truncó por la muerte de la reina (27.09.1760), víctima de una pleuresía complicada con una afección hepática. A un antiguo ministro napolitano le escribió y le decía: “Ella era lo que yo más quería en este mundo, como bien sabes …” Viudo con cuarenta y tres años de edad ya no volvió a casarse a pesar de tener varias propuestas, pues la sucesión la tenía asegurada. Cuentan las crónicas que durante los veintiocho años de viudedad no tuvo devaneos amorosos.

El historiador Juan Balansó, en su obra ‘La casa real de España’, cuenta cómo era físicamente el monarca, a la vez que detalla pormenores de su vida y costumbres que gusta conocer. Carlos III era feo de cara con una nariz prominente; sin embargo, su semblante era de expresión serena que inspiraba confianza, de genio alegre, su jovialidad lo hacían simpático a cuantos le rodeaban. Hombre de mediana estatura y constitución atlética, cazador infatigable, que llevaba una vida sencilla y frugal En cuanto a la cuestión del gobierno estudiaba a fondo los asuntos del reino con sus ministros y colaboradores. Hombre ponderado, ordenado y laborioso, Carlos III era consciente de su alta responsabilidad, entregado desde el primer momento a su tarea de resolver los problemas de sus súbditos. Amable con el personal de servicio del palacio. Gustaba vestir con sencillez, apurando la ropa hasta que aguantara, pues era muy refractario a vestirse de ceremonia.

Llevaba una vida austera y muy metódica. Se levantaba muy temprano, a las seis, atendía su cuidado personal, rezaba, oía misa, tomaba el desayuno y a las ocho se encerraba en su despacho a trabajar hasta las once en que salía al salón a atender las audiencias. Comía bien y al final de las comidas mojaba dos trozos de pan tostado en vino de Canarias, que le gustaba mucho. Después de comer echaba la siesta en verano pero no en invierno. Por la tarde salía de caza hasta la noche. Si tenía un rato jugaba a los naipes y a la nueve y media la cena, siempre la misma: sopa, un trozo asado de carne, un huevo fresco y una ensalada con agua, azúcar y vinagre. Después se retiraba a sus aposentos, rezaba y se acostaba. Tal era la vida diaria del monarca, norma nunca alterada, hasta el punto de que siempre, en cada instante, se sabía lo que hacía el rey.

Si hasta aquí hemos visto una pequeña semblanza del monarca en su vida personal, ahora toca verlo en la parcela política, la del gobierno del reino, donde dejó la impronta de ser un excelente gobernante. Carlos III fue un claro prototipo del Despotismo ilustrado, una corriente política con origen en la segunda mitad del siglo XVIII, el siglo de las luces, cuyo lema era ‘todo para el pueblo, pero sin el pueblo’; o sea, gobernar para mejorar la vida del pueblo sin que participara en el gobierno. Se trataba de un movimiento de carácter reformista propio de las monarquías absolutas europeas, basado en la Ilustración (corriente cultural e intelectual). Su fin era lograr la felicidad de los ciudadanos a base de que un buen gobierno promoviera medidas encaminadas a fomentar el desarrollo de la agricultura, industria, comercio, navegación, obras públicas, etc., y a levantar la consideración de las clases inferiores. En concreto, los objetivos principales del Despotismo ilustrado en España fueron la centralización administrativa, la regularización de la hacienda, la reforma económico social, el ideal de educar a la población y la supremacía de los bienes del Estado frente a los derechos de la iglesia católica. No obstante, a pesar del probado catolicismo de nuestros reyes, a lo largo del siglo XVIII, con la influencia francesa, penetró en nuestro país el filosofismo incrédulo fruto de la Enciclopedia y de la masonería.

El historiador español Juan Reglá Campistol escribe que el largo reinado de Carlos III (veintinueve años) es inseparable de los reformistas, los ‘cristianos ilustrados’, que ocupaban siempre el poder. Reglá divide el reinado en tres etapas: la inicial (1759 – 1766), con la mayor intensidad de la política reformista de su ministro Ensenada; la etapa siguiente en 1766 con la oposición reaccionaria que desembocó en el motín de Esquilache (Esquilache era un marqués y político italiano al servicio de Carlos III); y la tercera fase del reinado en la que se llevaron a cabo las grandes reformas (1766 - 1788).

Siempre se ha dicho que el mejor alcalde de Madrid ha sido Carlos III. Se sabe que cuando llegaron de Nápoles, él y su mujer quedaron anonadados ante el pésimo aspecto de la ciudad. Hasta el punto de que la reina se lamentaba al comparar Madrid con la ciudad de Nápoles, tan limpia y ajardinada. El rey le aseguró que enseguida se iniciaría un programa de reformas para lo que se dictaron reales ordenanzas a fin de acabar con la suciedad en las calles y la oscuridad nocturna, con prohibición de la estancia de los cerdos en la vía pública. Asimismo, se dictó una ordenanza contra la desvergüenza pública, advirtiendo de severos castigos. Luego puso en ejecución un ambicioso programa de obras: empedrado de las calles, construcción de la puerta de Alcalá, urbanización de los paseos del Prado y Delicias. Asimismo, se plantaron las fuentes de Cibeles y Neptuno y se finalizaron las obras del palacio real y otras en marcha. Llegaron arquitectos y escultores a mansalva, tales como Sabatini y Ventura Rodríguez.

En la primera etapa el rey, nada más comenzar su reinado firmó un indulto general de los presos. Enseguida se centró en reformar o transformar los aspectos económicos, urbanos y costumbristas. Dictó una serie de medidas para frenar la acumulación de riqueza por las clases ociosas, medidas que dañaban los a la aristocracia, a los gremios mayores y alto clero, cuya protesta al alimón de los tres estamentos produjo el motín de Esquilache (22 – 26, marzo, 1766), pues valiéndose de la subida del precio del pan soliviantaron a la población de Madrid que al grito de “¡Viva el rey y muera Esquilache!” se levantó en masa y cargó contra los encargados del orden, que debían cortar las alas o apuntar en picos los sombreros. Es bien cierto que Madrid presentaba un aspecto insalubre, calles sucias con inmundicias de todo tipo (era corriente ir por una calle y oír el grito de ‘agua va’ cuando desde una ventana se lanzaban aguas sucias o fecales al arroyo que surcaba el centro de la calle). Sin luces nocturnas, junto con una gran inseguridad. Para solucionar tal situación se empleó a fondo el marqués de Esquilache, empeñado en que se cumplieran las reales ordenanzas sobre los aspectos de la ciudad antes indicados, entre ellas la de suprimir la capa larga y el sombrero de ala ancha con el argumento de que el embozo permitía el anonimato y esconder armas. Tal fue la crudeza del motín que el rey se vio obligado a acceder a las peticiones del pueblo, de forma que las capas y sombreros siguieron como siempre. La derrota real causó un profundo malestar al monarca, que decidió dejar Madrid e irse a vivir al Real Sitio de San Ildefonso (Segovia).

El motín reveló la gravedad del problema de la distribución y propiedad de la tierra, que motivó la primera ley de reforma agraria, la que con sus medidas no logró impedir la excesiva concentración de la propiedad, como ha sucedido después. Ante la realidad del fracaso los ministros ilustrados echaron la culpa a la Compañía de Jesús (jesuitas), que fue expulsada de España y América en 1767, y suprimida por el papa, aunque no están claras las verdaderas razones de tan traumática decisión. Con los bienes procedentes de la Compañía de Jesús, el soberano resolvió construir escuelas en los pueblos más importantes. El rey sacrificó a Esquilache y nombró al ‘ilustrado’ conde Aranda, que siendo de la misma madera acabó con la resistencia de la nobleza a las nuevas directrices.

La tercera etapa del reinado de Carlos III (1766 – 1788) se distingue por las grandes reformas, pues no cabe duda que se trata de uno de los monarcas más reformadores de nuestra historia, para lo que se rodeó de ministros capacitados, como fueron los condes Campomanes y Floridablanca sobre los que giraron las reformas bajo el impulso y la supervisión del rey. En su tiempo se realizó una labor de colonización interior en las zonas despobladas como se hizo en Sierra Morena. Seis mil inmigrantes procedentes de Alemania y Flandes se establecieron en trece pueblos de nueva creación, entre ellos La Carolina (Jaén), cuyo nombre se debe a Carlos III. Se promocionó la vida agrícola e industrial, así como las obras públicas (carreteras, puertos, edificios). Aplicó el objetivo del Despotismo ilustrado sobre la educación para lo que reorganizó la enseñanza. Respecto a ultramar, envió expediciones científicas, mejoró la administración colonial, abolió las encomiendas y el repartimiento de indios a los colonos españoles y dictó la pragmática del comercio libre, que contribuyó al desarrollo mercantil de nuestros dominios de ultramar. En su reinado la moneda fue reformada y unificada y en 1785 se creó la bandera nacional, que en 1843 fue adoptada como tal.

En cuanto a su política exterior cabe destacar que, si en un principio se inclinó por la neutralidad en la guerra de los Siete años, lo convencieron para intervenir al lado de Francia y contra Inglaterra, lo que no era difícil debido a las humillaciones que recibió en Nápoles. y de las agresiones, contrabandos y otras vejaciones inferidas en las colonias de América, que el gobierno británico se negó a satisfacer y reparar a pesar de la buena voluntad de Carlos III.

En 1761 firmó en París el tratado de alianza ofensiva y defensiva con Francia, tratado al que se unieron después los Borbones de Nápoles y Parma, era el llamado Pacto de familia (el tercero) contra Inglaterra. Enseguida se produjo la ruptura con Inglaterra y Portugal que nos costó la pérdida de algunas posesiones y adquirir Sacramento. La paz de París (1753) puso fin a la guerra de los Siete Años, Inglaterra nos devolvió las posesiones y España devolvió Sacramento a Portugal, pero perdimos la Florida. En 1777 se resolvieron viejas cuestiones con Portugal con intercambio de posesiones en ultramar. Carlos III quiso recuperar Gibraltar y Menorca aprovechando su mediación amistosa entre Inglaterra y las colonias de ésta en Norteamérica que se le habían sublevado, pero al fin estalló la guerra con los ingleses, con buenos resultados para hacerse en Florida y Menorca y malos en cuanto a recuperar Gibraltar, aunque consiguió reconquistar Menorca.

En la madrugada del 14 de diciembre de 1788, días antes de cumplir setenta y tres años, falleció Carlos III. Dice el historiador Juan Balansó que, en cierto sentido, todos los españoles murieron un poco aquella fría mañana invernal.

Amable lector, creo que ha merecido la pena escribir este artículo sobre la figura de este buen rey, bastante desconocido por el gran público.