La ilustración de los que mandan


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AMANDO DE MIGUEL

No es cuestión de implantar la divisa platónica de que los gobernantes sean filósofos, en el sentido que daban los griegos a esa categoría. Nunca ha funcionado tamaña exigencia. Pero en la España contemporánea siempre se ha agradecido la propensión de los que mandan a ostentar un nivel cultural por encima de la media de la población. Han sido muchos los ministros y jefes de Gobierno que han escrito libros. Es decir, se ve bien que los que mandan en cada momento sean mínimamente ilustrados. Que no consiste solo en acumular títulos académicos, puesto que la capacidad cultural se adquiere también leyendo con fruición, viajando con curiosidad o conversando con mentes lúcidas.

Pues bien, la condición anterior se ha cumplido con la clase gobernante de la Restauración, de la Dictadura de Primo de Rivera, de la II República, del Franquismo y de los primeros tiempos de la Transición. Mas de repente, durante los últimos lustros de la vida pública española, los que mandan se hallan muy lejos de pertenecer a las clases ilustradas. El caso de la infausta tesis doctoral del actual presidente del Gobierno es un caso llamativo y escandaloso.

La decadencia intelectual que digo es un efecto palmario de la progresiva degeneración del sistema educativo. Costó más de un siglo en llegar a la escolarización universal de la infancia española. Pero a partir de ese logro (en los amenes del Franquismo) las sucesivas reformas de la enseñanza han ido deteriorando seriamente la transmisión del saber. Es algo que en seguida se nota en las sucesivas generaciones de adultos. Es lógico que los gobernantes manifiesten la indigencia intelectual de su respectiva generación.

La consecuencia de un proceso tan lamentable no solo se detecta en la mediocridad intelectual de los que nos han gobernado durante los últimos lustros. Se nota igualmente en la escasa calidad de los productos culturales todos, empezando por los libros, las películas o las obras artísticas. Ya es triste que, de un corto tiempo a esta parte, las novedades en todos los ramos de la cultura sean tan adocenadas. La mediocridad empieza a ser la norma estadística. Cualquier profesor de mis años puede atestiguar lo que digo.

Cito como muestra el botón de un reciente programa televisivo con ocasión del segundo centenario del Museo del Prado. Magnífica ocasión para haber compuesto una obra ejemplar, algo así como la visita de Eugenio d´Ors al privilegiado museo con los medios técnicas actuales. En su lugar, ha salido un engendro, un auténtico bodrio, que además habrá costado un pastón al contribuyente. Baste decir que el protagonista del programa es el presentador, no los pintores o los cuadros. Es solo un minúsculo ejemplo negativo del argumento (ahora dicen “relato”) que aquí sostengo. No puede exigirse más refinamiento a la clase gobernante cuando las clases teóricamente ilustradas son tan nescientes.

Así pues, a nadie debe extrañar que la señora burgomaestra de Barcelona (típico ejemplar de la especie progresista) se gaste cien mil euros en la sedicente instalación artística de montaje del belén navideño del Ayuntamiento. He aquí el último bodrio del ludibrio del manubrio.