Consejos del vicario de Vera a Felipe II para defender de la piratería al Levante almeriense

La expulsión de los moriscos que habitaban nuestra costa provocó el auge de una vieja industria, la piratería, que repobladores y quienes quedaron intentaron combatir


Castillo de San Andrés, en Carboneras. FOTO: Miguel Castillo

ALMERÍA HOY / 13·10·2019

Coincidiendo con las capitulaciones de las últimas plazas del Reino de Granada y la expulsión de la población musulmana, el Mediterráneo vivió desde el siglo XVI hasta prácticamente la totalidad del XVIII el auge de la piratería, una “industria” que, si bien no era nueva, sí que vivió un tiempo de esplendor en un mar que pasó, de su denominación romana de “nostrum”, nuestro, a ser conocido como “mar maldito”. A sus efectos no escapó la costa almeriense ni, tampoco, la de Levante, y su combate contó con el vicario de Vera, Francisco López Tamarid, como un actor principal.   

Nuestras playas suponían un importante enclave estratégico, pues eran la entrada perfecta para las agresiones de corsarios y piratas hacia el interior en sus incursiones en busca del saqueo y la captura de esclavos que vender en los mercados africanos, así como eran, también, puerto de emigración ilegal de moriscos y lugar para el avituallamiento.

Esta situación estratégica y la extrema peligrosidad estaba presente en las decisiones de las administraciones civil y militar, como lo demuestran dos informes que envió al rey Felipe II el vicario de Vera Francisco López Tamarid, clérigo de origen morisco.

Para López Tamarid, el sistema defensivo debía basarse en la buena actuación de guardas y atajadores y en una adecuada red de torres que jalonasen la costa, es decir, que funcionase el sistema tal y como lo hacía antes del levantamiento de los moriscos, y se construyesen nuevas torres.

El vicario de Vera estaba muy sensibilizado por el terrible azote que sufrían las costas y fue el primero en prevenir que serían los propios moriscos del Reino de Granada huidos a Berbería, buenos conocedores del terreno, quienes “vendrán a cativar los christianos que poblaren el dicho reino”.

No se equivocaba el cura. Los corsarios norteafricanos actuaban en las costas españolas guiados por moriscos emigrados que eran solicitados para un trabajo bien remunerado y se enrolaban en sus filas. Aunque esta emigración hacia el Norte de África era un fenómeno generalizado en toda España, en el Levante almeriense alcanzó particular importancia, sobre todo en la década de 1560, debido a la proximidad y a la facilidad con que podían hacerlo desde sus calas.

Con frecuencia, estas huidas eran masivas. A veces aldeas enteras, como Teresa, hoy un despoblado en el término municipal de Turre, que sus habitantes, en su totalidad musulmanes, huyeron en 1569 hartos de soportar una presión fiscal que los hacía, en la práctica, esclavos del rey Felipe.

Es muy probable que algunos de estos moriscos tomaran parte en el ataque de El Dhogali a Cuevas del Almanzora en 1573. Tal vez el asalto más importante de todo el siglo XVI. Por cierto, El Dhogali fue uno de esos moriscos españoles huidos a  Marruecos.

Los informes de Tamarid precisan el modo de actuar de corsarios y piratas. Según el sacerdote, para pasar desapercibidos de las galeras de la Armada Real usaban unos pequeños navíos, llamados fragatas, que sacaban a tierra y ocultaban con ramas y atocha, de tal manera que era imposible divisarlas desde las galeras, y entraban y salían siempre de noche.

Además, la costa del Levante, que históricamente había estado mal guarnecida, desde la guerra de los moriscos y la posterior despoblación, quedó completamente desolada, desapareciendo todo vestigio defensivo. Durante la guerra, la zona se convirtió en un inmenso puerto de entrada y salida de turcos y moriscos.

El propio López Tamarid advertía en su informe al rey que “conviene que, luego quitados los monfíes –moriscos desterrados-, poner las guardas do solían estar, en el ynterin que se hazen las torres...”, para lo cual cree necesario que vigilen la costa algunas galeras y una o dos cuadrillas de soldados de Almería recorran el litoral.

Tamarid conocía muy bien las ordenanzas sobres los guardas de costa, pues en sus informes repite literalmente algunas, como la prohibición de tener perro, hurón o lazos para cazar, debiéndose ocupar exclusivamente en “atalayar y atajar la tierra”.

Una de las principales causas del mal funcionamiento de las guardas era su escasa retribución y la irregularidad de las pagas. López Tamarid insiste en la necesidad de que se cobren mensualmente y advierte sobre la corrupción de los pagadores, algo muy frecuente en la época: “...que sean pagados cada fin de mes como solían, porque por retener el dinero de las guardas los reçeptores y grangear con ellos, se yvan y dexavan las estançias solas, y también que no les den los bastimentos –abastecimientos- a precios exçesivos”.

Informaba el vicario de Vera que solía haber tres guardas, “pagadas por los moriscos del Reino” y no estaban en torres porque no las había, sino que andaban por el campo y la sierra cambiando las estancias constantemente para no ser apresados por los corsarios.

La vigilancia del servicio de las guardas era llevada a cabo por los requeridores, señalando las ordenanzas de 1501 sólo uno para la costa de Mojácar y Vera. Aunque la ordenanza establecía que los requeridores habían de visitar las guardas dos días y dos noches a la semana, en la práctica no se cumplía, y Tamarid solicitaba al rey la necesidad de que se hiciera la visita al menos “una vez a la semana”.

Los requeridores eran también los encargados de cobrar los impuestos, sobre todo a los moriscos, para subvencionar el sistema de guardas de la costa. En 1568, este cargo lo ostentaba el vecino de Almería Gerónimo de Castillejo, quien subarrendó la cobranza en Vera a los veratenses Ginés Albarracín y Diego Pérez. La sublevación morisca trastocó el sistema de cobro y la recaudación era nula, pero Tamarid manifiesta que los receptores de Vera se quedaron con el dinero y propone que se les cobre para costear las guardas.

Es evidente que la actuación de guardas, atajadores y escuchas era simplemente de vigilancia y prevención. La defensa estaba a cargo de soldados, sobre todo de caballería por su mayor movilidad, encuadrados en el ejército real. 

Cañones que no alcanzaban el mar 

Aunque en las proximidades de Vera y Mojácar existían algunas torres de vigilancia que databan de la época nazarí, no ocurría así en el resto de la costa. López Tamarid aconsejó la construcción y localización de una serie de atalayas y castillos que juzgaba necesarios.

A pesar de que fue tan explícito en sus informes que señalaba los materiales con que se cuenta en la zona para su construcción, cal, arena, piedra, agua y madera de acebuche, quién debía sufragarlos, en el caso de los que había que erigir en el Levante era el Marqués del Carpio, e incluso a qué maestros y peones de Almería, Vera, Mojácar, Purchena y Baza había que contratar, en esos años sólo se levantó el Castillo de San Andrés, completándose el sistema defensivo propuesto por el vicario de Vera en el siglo XVI bien entrado el XVIII, prácticamente cuando el problema por el que fue ideado había dejado de existir. Sobre la pericia de su diseño, cabe resaltar que la torre erigida en Mesa Roldán resultó inútil como batería, fin para el que, además de vigía, fue diseñada, pues los cañones de la época ni tan siquiera alcanzaban el mar desde su posición.