Mansiones sin libros


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AMANDO DE MIGUEL

En las esperas de las consultas del hospital o del dentista me suelo entretener con las revistas llamadas “del corazón”, aunque no sé por qué se llaman así. Mi indagación favorita es la de contemplar las “lujosas mansiones” de los personajes más o menos famosos que se muestran en tales reportajes. Todavía no he logrado averiguar si sus propietarios cobran o pagan por tales exhibiciones de arquitectura elegante. Supongo que la verdadera función de esos alardes es dar envidia al personal.

Una primera observación es que no parece que en esos “casoplones” de las celebridades viva nadie. Diríase que el reportaje fotográfico se ha hecho antes de que la familia se instalara en la casa, como una especie de promoción del arquitecto o del decorador. Digamos que son como una especie de ”piso piloto” a lo grande, como se estila en las urbanizaciones de nueva promoción. Como es natural, impera el lujo, el diseño, la comodidad, pero todo con el efecto teatral de un decorado.

Lo que más me llama la atención de tales mansiones es que no suelen contener libros en ninguna habitación. Hay, sí, estantes o anaqueles, pero más bien para la exhibición de figuritas de adorno. De cuando en cuando se ven algunos libros, pero pocos y más bien de esos de regalo; no parece que los haya leído nadie. Alguna vez se muestra la Enciclopedia Espasa o el Aranzadi, colecciones hoy perfectamente inservibles. Es claro que se compraron como un elemento más de decoración.

Asombra que esas celebridades con tantas horas de ocio por delante (siempre parece que están de vacaciones) carezcan de libros. Ahora comprendo por qué los libros de lance han bajado tanto de precio. Simplemente, ya no existe la demanda lectora que había antes. Sospecho que hoy la lectura es más un hábito de ciertas clases modestas, así como hace un siglo era un rasgo de las clases empingorotadas. La diferencia está en que los ricos de antes heredaban los muebles, los inmuebles, mientras que hoy son más bien nuevos ricos y todo lo que tienen lo han adquirido para exhibirlo como símbolo de su éxito. Es lógico que desprecien un poco algo de tan escaso valor como los libros.

Vamos hacia una sociedad en la que el tiempo dedicado a la lectura se satisface con textos que no ocupen más de una cuartilla. Es la única forma de tragarse docenas de textos de una sentada. Confieso que yo soy supérstite de una clase social que necesita vivir rodeada de libros por todas partes. En los hoteles, cuando alguna vez los frecuento, no puedo dormir porque ya no hay libros en la habitación. Cierto es que suele haber una pantalla de televisión, pero casi nunca doy con el método de manejar el mando a distancia. No estoy familiarizado con sus iconos. Así que me vuelvo al soneto de Quevedo: “Retirado en la paz de estos desiertos,/ con pocos, pero doctos libros juntos,/ vivo en conversación con los difuntos/ y escucho con mis ojos a los muertos”.