"Violencia y poder son dos conceptos no naturales que se inventaron en El Argar"

El nacimiento de la violencia como instrumento al servicio del poder es otro de los descubrimientos que convierten el estudio de El Argar en algo apasionante para arqueólogos como Rafael Micó


Rafael Micó

ALMERÍA HOY / 23·06·2019

Rafael Micó es profesor de Prehistoria en la Universidad Autónoma de Barcelona. Trabaja en diversos proyectos de investigación sobre la ese periodo en el sureste de la península Ibérica y de las islas Baleares. Investiga también sobre teoría arqueológica y aspectos metodológicos como la cronología absoluta y periodización en arqueología, así como las relaciones de violencia y poder que se produjeron hace 4.000 años en la sociedad de El Argar .

“Es un tema –explica Rafael Micó- que nunca pierde interés ni actualidad porque, desgraciadamente, nuestra época está impregnada de múltiples formas de violencia que, en ocasiones, nos es difícil distinguir e identificar. Además, la historia de la humanidad genera constantemente nuevas formas de violencia. Conductas que hoy entendemos como violentas, el acoso o ciertas formas de violencia de género, no hace tanto tiempo no eran percibidas así. Son fenómenos que evolucionan y su percepción cambia, a pesar de que son tan trascendentes para la vida de las personas que hasta pueden acabar con ellas. La pregunta que nos hacemos es ¿cuándo comenzaron a existir esas conductas? ¿son algo natural en el ser humano o no? Curiosamente, en El Argar encontramos elementos para poder determinar cómo surgen determinadas formas de violencia que hoy en día se mantienen y conforman la vida de mucha gente. Por tanto, al igual que en otra serie de casos, El Argar nos proporciona la posibilidad de investigar la formación de determinadas formas de violencia, de poder y de relación entre las personas cuya influencia reconocemos importante hoy en día hasta el punto que conocer cómo surgieron puede ayudarnos a entenderlas mejor y, en algún caso, a superarlas”.

“Además de encontrar vestigios del pasado –añade-, los arqueólogos intentamos interpretarlos y explicarlos. Por eso, antes de emprender una excavación nos planteamos qué objetivos nos proponemos y qué nos interesa averiguar. En el caso de la violencia, tiene una especial connotación y presenta un especial problema. Ese concepto abarca desde una discusión algo acalorada o una cierta mirada hasta la explosión de una bomba atómica. El mismo término nos sirve para designar realidades muy distintas. El Argar introduce un elemento novedoso: las armas. Hasta ese momento existían herramientas y útiles con los que las personas podían matarse unas a otras: piedras, flechas… objetos que servían para cazar, para cualquier otra actividad o, simplemente, existían en la naturaleza y podían ser empleados para otros fines. Pero es en este momento de la historia de la humanidad cuando comienzan a diseñarse y fabricarse utensilios cuyo fin específico es el de agredir y causar daño a otros humanos. En El Argar se asiste a la invención en occidente de artilugios de fabricación muy costosa, hechos de metal, ideados exclusivamente para causar daño. Se acababan de inventar las armas. Y, por armas, no sólo hemos de entender los utensilios móviles, como alabardas, espadas cortas y largas, puñales o hachas, sino también fortificaciones como las encontradas en La Bastida o La Almoloya, e, incluso, la propia situación de los poblados en lugares de difícil acceso y en alto para poder divisar y vigilar el máximo territorio posible. Es decir, el aspecto defensivo prevalece sobre el bienestar. Eso es reflejo de la inseguridad dominante, de una amenaza. En definitiva, de una forma de violencia más o menos explícita ¿qué sentido tiene, si no es el de preservar la vida, vivir en un alto, lejos de los lugares de trabajo y de los abastecimientos?”

“Otro factor generador de violencia –sostiene Micó- era la propia diferenciación social, tan marcada y desigual como nunca se había dado hasta entonces tras los centenares de miles de años que llevaba la gente viviendo en grupos en la península. Esa desigualdad se mantenía gracias, entre otras cuestiones, a la coerción y violencia ejercida por la minoría dominante sobre el resto”.

“En El Argar –expone- se generó, además, una forma de violencia que podríamos llamar simbólica. Se llegó a prohibir a la gente hasta decorar sus cacharros. La decoración de la cerámica era usual desde su invención en el Neolítico y en la Edad del Cobre. En el mundo argárico no se ha encontrado ni un solo utensilio decorado, lo que podría entenderse como una prohibición de hacerlo. Una forma de atentar contra la libertad. Te pones delante de la vitrina de la cerámica argárica en el Museo de Almería y no sabes si estás realmente allí o viendo el expositor de vajillas del Ikea.. Ni una flor, ni un monigote, ni una sola raya. Este elemento, por sí solo tal vez no indique mucho, pero unido a todo lo demás pinta una sociedad bastante opresiva”.

“En cualquier caso -afirma-, es muy interesante investigar este tipo de circunstancias en el pasado, porque ayudan a encontrar la clave para leer de otra manera las cosas que nos rodean, que nos son tan familiares que pasan desapercibidas a nuestro ojos. Es más, muchas de las cosas importantes que nos facilitan la vida tal y como la conocemos, como pueden ser las cañerías, ni siquiera están a la vista. Nosotros intentamos establecer la relación existente entre los objetos que encontramos y las relaciones sociales que existían entre la gente. Algunas de esas relaciones nos parecen fantásticas, pero, otras, pensamos que deberían cambiar para que todos viviéramos mejor, más tiempo y más felices”.

“Violencia y poder –concluye Micó- son dos conceptos que hoy también notamos, que sabemos que nos influyen y, también, que no son naturales, que se han inventado en algún momento. Ese momento fue El Argar y, por eso, es una época tan apasionante para estudiar y conocer. Nos puede ayudar a conocer qué pasa en el mundo actual”.