Un testigo excepcional, Gonzalo Leal Echevarría, ingeniero de Minas que trabajó en la limpieza que se llevó a cabo en 1966 en la pedanía cuevana tras el accidente nuclear, cuenta su experiencia durante los primeros días tras el accidente. Lo que fue, lo que pudo haber sido y lo que nunca ocurrió.
Gonzalo Leal Echevarría (izda) junto a
Pérez Manzuco, ingeniero de minas que también participó en tareas
de limpieza en Palomares tras la caída de las bombas
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ALMERÍA HOY / 03·02·2019
- ¿Por qué tras el accidente le
mandaron a usted a Palomares?
- Yo trabajaba como ingeniero de minas
para la empresa nacional ADARO en Rodalquilar. Cuando ocurrió el
accidente, Navarro Garnica, el jefe de la región aérea que, por su
cargo, era también asesor del Ministerio de Industria al que
pertenecía ADARO, llamó al Instituto Nacional de Industria (INI)
para que les enviaran a alguien. Yo estaba allí y ellos sabían que
había trabajado en minas de plomo y oro, que conocía la geología
de la zona, y me señalaron para formar parte del equipo mixto
hispano-norteamericano.
- ¿Qué instrucciones le dieron?
- Me plantearon tres misiones. Una era
localizar el lugar adecuado para enterrar todo lo contaminado. Otra
fue buscar la cuarta bomba, porque los americanos tardaron un mes en
aceptar que estaba en el agua y la buscaban por tierra. Su idea era
que estaba enterrada y mi primera tarea fue convencerles de que era
imposible que una bomba de ese calibre caiga en tierra y no deje un
cráter o, por lo menos, una señal. Los que estaban allí sabían
muy poco de casi nada. Yo contestaba a todo lo que me planteaban,
pero hasta el día siguiente no se daban por enterados, porque sin el
beneplácito de la gente del Pentágono, con la que estaban en
contacto permanente, no se movían. Casi todos los que acudieron a
resolver el problema eran personal de segundo orden.
- Pero ¿a quién mandaron los
americanos para solucionar el problema que habían creado?
- Había tres equipos de trabajo
técnico. Uno de medicina nuclear liderado por un americano que sabía
mucho. En ese equipo la Junta de Energía Nuclear tenía al coronel
Vigón. Otro grupo para la construcción del depósito en donde iban
a enterrar los residuos, en el que había un español teniente
coronel de ingenieros experto en construcción, y, por parte
americana, el responsable de la construcción del aeródromo de
Torrejón. Y luego estaba la parte de información y asesoría
geológica que me encomendaron a mí y en la que no tuve ningún
compañero de EE.UU.
El depósito ideado en un principio
para enterrar los materiales contaminados no era un simple agujero en
la tierra. Se trataba de construir un enorme depósito subterráneo
que constaba de tres capas, una de un hormigón especial, una de un
plástico también especial para evitar la contaminación de aguas, y
otra tercera de plomo. Era una construcción muy complicada y cara.
Para su ubicación elegí el lugar que juzgué más oportuno por
estar compuesto por unas margas arcillosas muy impermeables. Ésa era
una de las soluciones posibles, pero no se llevó a cabo.
Otra de las tareas que me encomendaron
era organizar la extracción de la bomba en caso de que estuviera
enterrada. Di varias soluciones que se emplean en investigación
minera. La Tierra es como el cuerpo humano, lo que tiene dentro se
averigua con acciones técnicas desde fuera. Se usa la electricidad,
el magnetismo, rayos X, actualmente el radar, pero no podía usar
nada porque las características de las bombas eran ‘top secret’.
Preguntaba si eran magnéticas y la respuesta era ‘top secret’.
Quería saber su densidad y me contestaban ‘top secret’.
- Es decir, le pedían que
encontrara algo pero no le decían qué.
- Exactamente. Yo sabía que debían
pesar bastante porque se rompieron al caer y tenían que haber dejado
un cráter, como cualquier aerolito del tamaño de un puño, pero
ellos no creían lo que les decía. Les di dos soluciones. Un vuelo
rasante muy bajo tomando imágenes con fotografía continua de
infrarrojos, porque, a pesar de los días transcurridos, tenía que
haber una diferencia de temperatura bastante notable para detectarla
por ese procedimiento. Yo pensaba haber utilizado ese vuelo para,
además, obtener información arqueológica. Se podían haber hecho
cosas muy bonitas, pero no accedieron a ese vuelo.
La otra solución que aporté fue la de
aplicar la técnica ‘geohumana’. Les dije que los 300 señores
que tenían ahí se cogieran de la mano y peinaran la zona. Al día
siguiente, al subir un cambio de rasante a las 8:00 de la mañana, vi
una fila enorme de tipos paseando muy cerca unos de otros buscando
rastros de la bomba.
Ahí acabó mi trabajo. Estuve
veintitantos días y fui ajeno a lo que ocurrió después. No era
divertido estar allí. Yo estaba a punto de casarme. Otro que estaba
conmigo tenía 7 hijos y estaba encantado porque quería ver si
aquello de dejaba estéril.
- ¿Ha sufrido usted alguna
consecuencia en su salud?
- Voy a cumplir 80 años el próximo 7
de julio y estoy perfectamente sano. De mis compañeros, Francisco
Pérez Manzuco murió hace muy poco. Apareció el cáncer en su vida
muy recientemente, y falleció de una cirrosis vírica. El otro tiene
ahora mismo 87 años y cáncer de próstata. A esa edad, el 80% de la
población lo tiene.
- ¿Eran estrictos con las medidas
de prevención?
- Desde luego. Cuando entraba me
quitaba la ropa, me vestía con otra que, al salir, dejaba para
descontaminar. Me duchaba y me pasaban el detector geiger por todo el
cuerpo. En ocasiones, sobre todo en los zapatos y el pelo, daba
señales y me devolvían a la ducha y no salía de allí hasta que el
aparato marcaba cero.
- Dicen que existe material
radiactivo procedente del accidente de Palomares enterrado en alguna
de las minas de Sierra Almagrera.
- No lo sé, pero no creo que sea
cierto. En Sierra Almagrera hay cientos de kilómetros de galerías,
un verdadero enjambre y unos problemas de desagüe terribles. Además,
hay otras minas más cercanas a Palomares. Pero nunca se pensó en
medidas de ese tipo, sino en sacar todo el material contaminado y
meterlo en ese depósito inmenso.
- ¿Por que decidieron no
construirlo?
- Por motivos políticos. Ni España ni
los Estados Unidos sabían qué hacer y resolvieron el asunto en
términos políticos. Los EE.UU. tenían muy mala prensa y era la
primera vez que les pasaba una cosa tan grave. La primera vez que
ocurría un accidente en el que un material radiactivo puro como el
plutonio se había dispersado a merced de los vientos. Y la URSS
estaba pendiente de lo que sucedía. Desde el montículo que elegí
como emplazamiento del depósito que nunca se construyó veía toda
la bahía en la que había 17 buques de la 6ª flota americana y, un
poco más allá, otros tantos submarinos rusos viendo de qué podían
enterarse. Eso estaba perjudicando muchísimo a los EE.UU. Por otra
parte, España estaba empezando a inaugurar zonas turísticas y
Paradores Nacionales en todo el sureste durante aquellos días, entre
ellos el de Mojácar, y todo esto la perjudicaba en beneficio de
Italia, un país con un maravilloso turismo cultural, pero que no
hacía ascos al de sol y playa. Italia se estaba preparando para
recibir todo el turismo del Mediterráneo español. Y la prensa
inglesa se puso en contra de España. El embajador americano y el
ministro más afectado por el accidente, el de Turismo, llegaron a la
conclusión de que aquello había que terminarlo y levantar el vuelo.
Pero esto son sólo conjeturas mías. Nada más.
- ¿Confía usted en que el acuerdo
firmado recientemente entre España y Estados Unidos sirva para
limpiar de una vez Palomares?
- Ojalá que no haya que recordar a
Berlanga y su película ‘¡Bienvenido Mr. Marshall!’. Es para
reírse que pasen 50 años para que un presidente de los Estados
Unidos, Obama, diga, ‘hombre, vamos a indemnizarles a ustedes’.
Es tan chocante como lamentable. España debe trabajar y luchar como
sea para que esos daños sean reparados.
- ¿Hasta qué punto es
responsabilidad de todos los gobiernos españoles de los últimos 50
años?
- En 50 años hemos tenido toda clase
de gobiernos y no sólo no les ha importado, sino que estaban
convencidos de antemano de que era inútil exigir la limpieza de
Palomares. Es mi impresión personal.