Tener éxito y que muchos te quieran


..

AMANDO DE MIGUEL

No es verdad que seamos tan católicos (en su original sentido) como para preocuparnos centralmente de los avatares y el porvenir de la humanidad en su conjunto.Solo nos interesa realmente una minúscula parcela del género humano, los contemporáneos nuestros con los que nos relacionamos de modo inmediato. Es decir, la humanidad se reduce en la práctica a unos cuantos miles de personas, puede incluso que a unas pocas docenas. Las cuales constituyen el círculo real, con un radio variable, de nuestros afectos y desafectos. Todo lo demás es retórica, literatura.

Definido así el espacio humano que realmente nos importa, ¿qué es lo que pretendemos en la vida? Naturalmente, aquí hay variaciones de todo tipo según sean las circunstancias de edad, nacionalidad, residencia, posición social, etc. Pero hay dos preocupaciones generales que llenan la biografía de casi todo el mundo. A saber:
(1) Tener éxito en los estudios, la profesión, los negocios, con los parientes o los amigos.
(2) Que la mayor parte de esas personas de nuestro círculo nos aprecien, nos quieran, tengan una buena impresión de nuestra conducta, los logros que podamos conseguir. El gran problema es que, siendo dos pretensiones legítimas y plausibles (merecedoras de aplauso), resultan incompatibles. Es decir, cuanto más seguros son los éxitos, menos aprecio vamos a conseguir. De ahí el viejo apotegma de que “el hombre feliz no tiene camisa”.

La fatídica correlación negativa que digo se debe a dos razones principales, aunque podría señalarse algunas más: (a) Opera aquí una especie de ley de las compensaciones por la que no se puede triunfar en todos los campos al mismo tiempo y con pareja intensidad. Es lo de “afortunado en el juego y desgraciado en amores”. Todo el mundo ha comprobado alguna vez esa cruel correspondencia, que también puede verse por el lado beneficioso. (b) La envidia es una de las palancas principales que mueven la sociedad. Consiste en que cada uno no se conforma con lo que tiene, sino que aspira a poseer el bien ajeno, aunque solo sea de forma simbólica o aproximada. Se trata de una virtud que sustenta el progreso en todos los órdenes, pero también un recóndito vicio que nos puede hacer bastante desgraciados. Lo peor es que la envidia, siendo tan general, no la reconoce uno para sí mismo; solo la proyecta en los demás. La envidia propia se puede vestir muy bien llamándola emulación.

Los dos principios dichos se aplican tanto a las personascomo a muchas empresas, instituciones o asociaciones de cualquier tipo. La consecuencia de todo ello es que los éxitos de verdad solo pueden ser parciales, momentáneos. En la vida como en la Bolsa todo lo que sube, alguna vez baja. Es claro que la salud perfecta y continua no existe, por mucho que se desee. No hay vejez sin alifafes, ni amistad sin defecciones, ni familia sin disensiones. No se puede dar el crimen perfecto sin remordimiento.

Ante el dilema que digo, angustioso como es, caben algunas salidas. Primera, no reconocer los hechos. Es lo que se llama la “táctica del avestruz”, aunque se trate de una leyenda, pues los avestruces no son tan tontos.Es más, puede que los avestruces hablen entre ellos de la “táctica de los humanos”. Segunda, mucho más noble, utilizar la inteligencia y el espíritu para preocuparnos del género humano en su conjunto a través de los ideales religiosos, políticos o culturales de todo orden. Tal ampliación no podrá ser nunca total, bastante hacemos con trascender un poco la referencia de las personas que nos rodean. He aquí un buen propósito para el año nuevo.