Preludios de la Guerra Civil Española


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ADOLFO PÉREZ

Hace un tiempo leí que un importante sociólogo afirmaba que los rescoldos de una guerra civil suelen tardar en apagarse del todo al menos doscientos cincuenta años después del conflicto. Por lo que se ve en el panorama nacional, en España vamos por ese camino cuando después de los ochenta y dos años que han pasado desde que comenzó la guerra civil el 18 de julio de 1936 anidan rencores y represalias en herederos de compatriotas nuestros de entonces.

En este artículo pretendo ser objetivo contando los preludios de aquella guerra sin alimentar rencores.

La victoria sobre Napoleón en la Guerra de la Independencia fue el origen de una clase militar deseosa de injerirse en la gobernación del país, lo que dio lugar a los pronunciamientos militares del siglo XIX, que cuatro de ellos se produjeron en el siglo XX, como son: dictadura del general Primo de Rivera (1923 – 1930); rebelión del general Sanjurjo (1932); sublevación de 1936 y Guerra Civil (1936–1939), más el golpe militar del general Armada y el teniente coronel Tejero (1981).

Como es sabido, el 14 de abril de 1931 se proclamó en España la segunda República a raíz de las elecciones municipales celebradas dos días antes. El estamento militar la acató, pero no todos con el mismo sentir, máxime cuando el nuevo Gobierno adoptó medidas que afectaban al status profesional de los mandos militares, de modo que apenas transcurridos dieciséis meses del nuevo régimen político, el 10 de agosto de 1932 una parte del ejército al mando del general José Sanjurjo se sublevó contra la República. Como la asonada militar fue un estrepitoso fracaso desde entonces se la conoció popularmente como “la sanjurjada”.

Desde el interior del Gobierno sabemos los destalles de lo acontecido en la “sanjurjada” gracias a los “Diarios 1932 – 1933” de Manuel Azaña Díaz, que entonces era el presidente del Consejo de Ministros y ministro de la Guerra. Cabe decir que el señor Azaña era una figura de un alto nivel intelectual, seguramente el político de más valía de su tiempo, por encima de la clase política de entonces, a la que en gran parte desdeñaba por mediocre.

Escribe el señor Azaña que veinte días antes de la asonada militar, el 22 de julio, sospecharon ya que el general Sanjurjo tramaba algo, de modo que en todo momento el Gobierno estuvo al tanto de lo que se urdía en algunos ambientes militares, hasta el punto de que permaneció tranquilo en su domicilio del ministerio, calle Alcalá, en la noche del motín. Cuenta en su diario que su mujer le preguntó si pasaba algo y él le contestó diciéndole que esa noche venían a asaltar el ministerio. Ella le dijo que si era una broma, a lo que él le aseguró que ya vería que no era tal.Aquella noche se distribuyeron las tropas alrededor del ministerio. El señor Azaña estaba en su despacho con sus ayudantes. Sobre las cuatro de la madrugada sonaron los primeros tiros por la calle Prim. El señor Azaña dice en su diario que sintió mucha pena por lo que sucedía. Tres horas después, a las siete de la mañana del día 10, todo estaba en calma, excepto en Sevilla que duró un día más.La rebelión había sido sofocada y presos los mandos militares sublevados. El general Sanjurjo, que estaba en Sevilla, es apresado cuando huía a Portugal, se le condenó a muerte, siéndole conmutada la pena por cadena perpetua; después, en 1934, fue desterrado a Portugal.

Si la rebelión de 1932 se conoce desde dentro del Gobierno por los diarios del señor Azaña, los planes del alzamiento nacional de 18 de julio de 1936, como así es conocido, los sabemos del lado de los militares sublevados cuando ya era presidente de la República el propio Manuel Azaña. Y de cuyos entresijos nos da cuenta el profesor Carlos Seco Serrano. Son varios los factores que desencadenaron el alzamiento militar,que empezó a gestarse en marzo de ese año, siendo su causa inmediata la anarquía que se vivía en el país gobernado desde febrero por el Frente Popular (coalición de izquierdas), que dio lugar a un ambiente irrespirable en el que la vida de las personas carecía de valor.La situación dio lugar a que los altos mandos del ejército reaccionaran apelando al Gobierno para que restableciera el orden ante la anarquía dominante en la nación.

Sin embargo, la respuesta del Gobierno a las apelaciones de los militares fue cambiar de destino de los jefes más prestigiosos del ejército. Así tenemos que los generales con destino en Madrid, como eran Francisco Franco, jefe del Estado Mayor Central del Ejército, y Manuel Goded, director general de Aeronáutica y jefe de la III Inspección del Ejército, fueron enviados respectivamente a Canarias y Baleares como comandantes generales con poca tropa a su mando; en realidad se trataba de un destierro encubierto. El general Emilio Mola,jefe de las Fuerzas Militares de Marruecos, fue destinado a Pamplona en calidad de gobernador militar. Este traslado fue un error del Gobierno debido a que se colocaba a este militar en un bastión muy católico y tradicionalista, un lugar muy adecuado para desplegar una conspiración antirrepublicana.

Pero antes de que se produjera la dispersión de los altos jefes del Ejército, y en un momento en que estaban todos en Madrid, el 8 de marzo de 1936 tuvieron una reunión para tratar del posible golpe de Estado, con la decisión tácita de que el jefe de la rebelión sería el general Sanjurjo. El golpe estaba previsto para el 20 de abril, quedando la trama de la conjura en manos de los generales José Enrique Varela y Luis Orgaz, destinados en Madrid. Pero no llegó a cristalizar pues el Gobierno sospechó de lo que se urdía y actuó con rapidez, de modo que al general Varela lo envió a Cádiz y al general Orgaz a Canarias. Antes de irse a Cádiz el general Varela hizo llegar la documentación de la conjura al general Mola, que así se convirtió en “director” del alzamiento. A partir de entonces el general se afanó desde Pamplona en conseguir apoyos para la causa.

Debe tenerse en cuenta que el alzamiento de 1936 y la guerra civil que le siguió no pueden situarse en la línea de los pronunciamientos anteriores,los cuales se llevaban a cabo solo por militares. Ahora se trataba de un levantamiento que implicó a amplios sectores de la población. Sin olvidar que intelectuales como Unamuno y Ortega y Gasset repudiaron el espectáculo que ofrecía la anarquía del Frente Popular, incluso Azorín muy pronto se sumó a la España nacional.

Se sabe que el general Mola no se engañó respecto a obtener un triunfo inmediato. Contaba con el fracaso en Madrid donde estaban los resortes del poder. Contaba también con el fracaso de Barcelona dado el escaso compromiso de la guarnición, y no confiaba en la Guardia Civil. Tampoco confiaba en Sevilla y Zaragoza que eran centros de zonas muy revolucionarias. De forma que se puso de relieve la enorme complejidad de los factores confluyentes en julio de 1936.

El general Franco, desde el primer momento en contacto con los conspiradores, estaba a la expectativa en Canarias. Envió al Gobierno un extenso memorándum requiriendo que pusiera fin al desorden existente y acabara con el trato arbitrario que, según él, recibían los cuadros de la oficialidad, pero no obtuvo respuesta al mismo.

Unas maniobras militares efectuadas a primeros de julio en el Llano Amarillo (Marruecos) permitieron a los oficiales complicados atar los últimos cabos de la conspiración y fijar para el día 18 la fecha del alzamiento.La espoleta que precipitó los acontecimientos fue el asesinato del líder de la oposición, José Calvo Sotelo, que en la madrugada del 13 de julio fue sacado de su domicilio por guardias de Asalto para matarlo. Ese crimen político acabó con los últimos obstáculos que encontró el general Mola para la sublevación, que se inició en Melilla el 17 de julio cuando los conspiradores, sabedores de que el general Manuel Romerales, comandante general de la plaza, estaba al tanto de lo que sucedía, se adelantaron y apresaron al general que fue fusilado. El estallido repercutió enseguida en Ceuta y en todas las fuerzas del protectorado de Marruecos.

Al día siguiente, y antes de que el Gobierno pudiera reaccionar, se alzaron todas las divisiones militares de la Península con arreglo al plan previsto: allí donde el jefe de la división formaba parte de la conjura se declararía de inmediato el estado de guerra y la ocupación de las centrales sindicales y edificios oficiales. Donde el jefe de la división fuera leal al Gobierno el golpe vino de uno de los subordinados inmediatos, caso del general Mola alzado en Pamplona. Otros lo hicieron fuera de su circunscripción militar como fueron los casos de los generales Queipo de Llano en Sevilla y Saliquet en Valladolid. Como se esperaba el golpe fracasó en Madrid y Barcelona. De inmediato el general Franco marchó en avión de Canarias al norte de África para comandar el ejército, que de forma dificultosa pero brillante lo trasladó en agosto a la Península con aviones primero y después, con cobertura aérea, pasaron las tropas el estrecho en convoyes de barcos.

Sin embargo, un hecho luctuoso cambió el rumbo político de los acontecimientos. Como estaba previsto, el general Sanjurjo iba a ser el comandante en jefe del bando sublevado. A tal fin el 20 de julio tomó una avioneta para ir a tomar el mando, pero la aeronave se estrelló al despegar y el general falleció. Esto dio lugar a que el general Mola creara la Junta de Defensa Nacional formada por los siete generales de más prestigio, presidida por el más antiguo, el general Cabanellas. La Junta coordinó la acción política hasta el 1º de octubre de 1936 en que se nombró en Burgos al general Franco jefe del Gobierno del Estado Español y jefe supremo del ejército. Cabe decir que el señor Azaña ya dudaba de él pues el 8 de febrero de 1933 escribe en su diario que el general Vera: “Me dice que el general Franco está muy enojado por la revisión de ascensos”. (…) y añade: “Voy a enviarlo a mandar Baleares donde estará más alejado de tentaciones.” (textual)

Las fuerzas militares quedaron divididas en dos bandos casi iguales. Y el mapa de las dos Españas, la llamada nacional y la republicana, en los primeros días de la guerra quedó así: los nacionales disponían de Castilla la Vieja; León; Galicia; Navarra hasta el Pirineo de Lérida; mitad norte de Extremadura (Cáceres); cuenca media y alta del Ebro, hasta Zaragoza; franja de Sevilla a Cádiz; Algeciras; protectorado de Marruecos; Canarias y Baleares menos Menorca. La zona republicana dominaba el resto, con Madrid, Barcelona y Valencia, junto con la cornisa cantábrica: Asturias, Santander y País Vasco. Hubo enclaves nacionales en zona republicana, tales como Oviedo, Gijón, Toledo; Córdoba, Granada y Santa María de la Cabeza.

Treinta y dos meses y catorce días duró la guerra fratricida entre españoles, hasta el 1º de abril de 1939 en que el general Franco anunció en su último parte que la guerra había terminado.