No me toques la pirola, Salmán


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JAVIER IRIGARAY

Te lo pido por Alá y por la Empresa Nacional Bazán. Puedes colgarme de los pies y fusilarme también, cortarme las manos sin piedad y llevarte a mi chica ye-yé, pero Salmán, rey de Arabia Saudita, hijo de la gran puta, no me toques la pirola más, podía haber escrito Julián Hernández.
Pero no. La cosa no empezó en un chalet en una fiesta de la jet set, que diría a grito pelado Miguel Costas, sino en el consulado Saudí en Estambul pero, desde entonces, siento una enorme aprensión cuando me dispongo a preparar la merienda o una cena rápida.

Ahora que sé, como todo el mundo, que Almería será el pecado capital de la gastronomía española durante el año que viene, he de confesar que entre mis más grandes debilidades culinarias -aunque muy por detrás del huevo frito- está la mortadela con aceitunas. Sí, esa fiambre de origen boloñés elaborada a base de carne de cerdo finamente picada sazonada con harina, pimiento y ajo.

A mí, particularmente, me gusta una variante propia de España y Portugal -que tenemos muchas cosas en común en Iberia- que añade, como ya he apuntado, aceitunas sin hueso, y embutirla, cortada a rodajas, en un cacho de barra de pan previamente untado con sobrasada.

Además de contundente y harto sabroso, el bocado así preparado marida de manera excelente con un enorme abanico de bebidas, desde la más modesta cerveza en oferta de vuestro supermercado de confianza hasta el Aurum Red de Las Pedroñeras, amén del Valdepeñas con gaseosa y los mejores vinos de Serón, Alboloduy, el Levante almeriense o la comarca del Bierzo.

Sin embargo, he de confesar que, desde que tuve noticias del espeluznante final del colega JamalKhasoggi, no puedo evitar sentir un escalofrío trepándome hasta por venas que no tengo cada vez que contemplo esas redondas e inocentes lonchas tan sonrosadas ellas. El periodista, como supongo ya es sabido, fue asesinado por funcionarios saudíes en presencia del cónsul que representa los intereses de esa tiranía en Estambul. Así acabó por admitirlo el gobierno.

Khasoggi fue mutilado poco a poco, dedo a dedo, en vida, durante siete agónicos y larguísimos minutos, para, después, ser descuartizado y cortado en rodajas con el fin de facilitar la disolución de su cuerpo en ácido. Aunque reconozco que aún no he tenido ocasión de vivir -o morir- esa experiencia, la imagino bastante desagradable y un tanto molesta pero, particularmente, a mí me turba mucho más la obscena exhibición de poder imposible de esconder detrás de tanta sangre.

¿Que molesta el mensajero? Se le trocea.
¿Que resultan incómodos los rebeldes en Yemen? No pasa nada, se asan a sus niños a bombazos cuando van en autobús a clase.
¿Que se sorprende a una mujer en pleno éxtasis adúltero? Se lapida.
¿Que se aman paisanos del mismo sexo? Se les corta la cabeza.
Ya sé que reprobáis y condenáis con vehemencia en la barra del bar todas esas formas de conducirse del tirano saudí, pero sólo hasta que os tocan la nómina, como a la presidenta de Andalucía, al alcalde de Cádiz o a ese ejército de soldadores gaditanos de la antes conocida como Empresa Nacional Bazán, que no dudan en convertirse en cómplices del descuartizador del desierto por un puñado de euros a fin de mes, que lo moral y los principios tienen un precio y la ética se torna hética a cambio de salarios vergonzantes.

Que os aproveche. Vosotros seguid poniendo el culo al dios del petróleo, pero luego no busquéis a nadie cuando veáis la cimitarra alzarse sobre vuestros cuellos infames de mierdas con patas, porque, para entonces, igual ya todos hemos sido decapitados.