Imbéciles contemporáneos



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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Una diputada desconocida acaba de llamar, rompiendo las reglas de la llamada cortesía parlamentaria, “imbécil”, al diputado Rufián, que ejerce de bufón a tiempo completo, entreteniendo al personal con sus chascarrillos y humoradas, con sus camisetas jocosas y su tono circunspecto. Un alto dirigente de la Organización de Estados Americanos ha llamado igualmente “imbécil” al expresidente Zapatero, por sus defensas incomprensibles, ignoro si onerosas o gratuitas, del bananero y criminal régimen venezolano. “Bobo solemne”, lo llamó Rajoy, no sé si con ánimo injurioso o descriptivo.

No deja de ser un soplo de aire fresco el uso descarnado de palabras malsonantes en las alturas del poder, lugar de paños calientes y gaitas templadas, donde los rigodones versallescos ocultan tantas veces lo evidente; y donde emperadores desnudos pasean orgullosos sus vergüenzas sin que nadie, salvo los bufones, osen salirse de la corrección política.

En las tenebrosas cortes medievales solo al bufón le estaban permitidas las bromas y salidas de tono, pues su propia imbecilidad le protegía: “Los reyes no sólo acogen con placer las verdades, sino también hasta las injurias directas, y se da el caso de que aquello que dicho por un sabio se habría castigado con la muerte, produzca en labios de un tonto un increíble contento”, reflexionaba Erasmo de Rotterdam en su “Elogio de la locura”.

Algunos bufones profesionales, por ejemplo Albert Boadella, han pagado sin embargo el coste de sus bromas en la corte de Jordi Pujol, con el exilio del reino. Pero eso fue una excepción en la extensa historia de los bufones españoles y europeos, de costumbre malignos pero bienquistos.

¿Hasta qué punto el bufón debe ser un personaje singular en la Corte y puede permitirse la generalización de maneras y expresiones extravagantes, fuera del noble oficio de bufón?. ¿Es injurioso llamar “imbécil”,o “bufón” al que asume ese papel? ¿Corremos el riesgo de convertirnos todos, incluso los padres y madres de la patria en bufones irrespetuosos y maledicientes?

La injuria es un delito que, en sus propios términos, es difícil de perseguir, porque el sistema judicial no da para tanto. La definición penal de injuria en la anterior regulación era excesivamente extensa: toda expresión proferida o acción ejecutada en deshonra descrédito o menosprecio de alguien. Sería como tipificar el pestañeo

La regulación del art 208 del Código Penal vigente trata de perfilar el tipo penal y contener La avalancha de de denuncias que la anterior definición podría producir: “Es injuria la acción o expresión que lesionan (Sic. La gramática no es el fuerte del legislador) la dignidad de otra persona, menoscabando su fama o atentando contra su propia estimación. Solamente serán constitutivas de delito las injurias que, por su naturaleza, efectos y circunstancias, sean tenidas en el concepto público por graves, sin perjuicio de lo dispuesto en el apartado 4 del artículo 173.” Y sigue diciendo: ” Las injurias que consistan en la imputación de hechos no se considerarán graves, salvo cuando se hayan llevado a cabo con conocimiento de su falsedad o temerario desprecio hacia la verdad.

La injuria exige la unión de dos características: la expresión debe ser objetivamente injuriosa (por ejemplo, aunque no lo crea todo el mundo “putativo” no es una palabra injuriosa) y exige, además, lo que se llama el “animus iniuriandi”. Por ejemplo, llamar “maricón” a un compañero del Consejo de Ministros, no es una injuria, si el ánimo con el que se pronuncia la expresión, objetivamente injuriosa, se hace, por ejemplo, “jocandi causa”. Es decir, para reírnos un poco.

Este delito está íntimamente unido a otro: la calumnia, que según el artículo 205 del CP consiste en ” la imputación de un delito hecha con conocimiento de su falsedad o temerario desprecio hacia la verdad”. Es decir que en la calumnia obra la llamada “exceptio veritatis”: si acusa usted de corrupto a un corrupto, que lo denuncia por ello, y luego resulta probado que lo es, queda usted libre de la sombra de esta pena.

Si acusa usted a un imbécil de serlo, tampoco parece que pase gran cosa.