CIRUJANOS DE ALMERIA «Sigo teniendo un sentido romántico de mi profesión»

Rafael Rosado dirigió durante tres décadas al equipo de intervención quirúrgica del hospital La Inmaculada; cargo que simultaneó los últimos años con Torrecárdenas. Al menos 18.000 personas han pasado por sus manos




MIGUEL ÁNGEL SÁNCHEZ / 09·09·2018

Rosado es tan cercano como formal. No es hombre de excesos emocionales. Enseguida te das cuenta que estás ante una persona de verbo fácil con gran capacidad de comunicar sin perder ese rasgo serio que se agradece en un profesional de la medicina. Tras cuarenta años ejerciendo como cirujano, treinta de ellos como jefe de la Unidad de La Inmaculada y hasta del mismo Torrecárdenas, ya no volverá a operar. Deja amigos, 24.000 intervenciones registradas y el legado de haber sido uno de los pioneros en España de la laparoscopia; un técnica que permite recomponer el interior del cuerpo reduciendo riesgos y tiempo de hospitalización, y sin apenas secuelas externas.


- A ver, ¿un número aproximado de personas que ha intervenido a lo largo de su carrera?

- No las he contado. Una vez quise hacerlo y me perdí. De todos modos, es fácil calcularlas. 30 años en Huércal Overa, a dos operaciones programadas por día, más las extraordinarias, salen unas 18.000, a las que habría que añadir las de los 10 primeros años de cirujano en otro hospital. Puede que sean unas 24.000 en total, pero nunca me han preocupado esos números.

- ¿Entre tantas operaciones los pacientes acaban siendo números?

- Jamás vi números. Siempre personas. El enfermo que he tenido delante ha acudido a mí porque tenía un problema muy importante para él. Y no ves un número, ves a un ser humano y sientes la necesidad de transmitirle tranquilidad. Eso no te lo enseñan en la Universidad.

- Para ser de ciencias, le ha salido una respuesta muy humanística.

- Yo tenía, y sigo teniendo, un sentido romántico de mi profesión. Contaba con el ejemplo de mi padre, que fue pediatra durante unos años tan duros como los de la polio. Pude ver su lucha y el agradecimiento que recibía por parte de muchísimas familias. Ahora soy yo el que tiene la sensación de haber ayudado a la gente. Es la misma que siente la inmensa mayoría de mis compañeros de profesión.

- Dadas sus responsabilidades, la posibilidad de una muerte entre sus manos y el estrés al que supongo que todo eso somete, ¿nunca se planteó abandonar o cambiar de especialidad?

- Soy un optimista patológico. Nunca he tirado la toalla.

- ¿Ni siquiera se le ha pasado por la cabeza?

- Es verdad que hay ocasiones en que el resultado de tu esfuerzo no da el fruto que quieres. Te hace daño. Esa mala mañana se recuerda persistentemente, te la llevas a casa y los tuyos la perciben. Hace mella, pero la aceptas. Yo no he querido nunca luchar contra eso. Es el duelo cotidiano.

- Entonces volvería a ser médico cirujano.

- Volvería a serlo, sin duda.

- ¿Y ejercería aquí o preferiría hacerlo en otro sitio?

- Siempre pensé que es bueno conocer otras situaciones y formas de trabajo. Cuando yo estudiaba, EEUU era la meca, el no va más de todo y también de la medicina. Luego estuve allí y me di cuenta de que no era así. No saben más que nosotros ni emplean técnicas diferentes. Otra cosa es la tecnología de que se han dotado algunas instituciones privadas. Aquí tenemos la suerte de tratar a pacientes británicos y eso es bueno y constructivo. Es una manera de contactar con otros usos y formas de relación entre médico y paciente.

- En todas las profesiones existe una ética, pero en la suya parece más evidente el roce diario con sus límites.

- Es necesario establecer los límites y de eso se ocupa un comité. Todos los días se hace lo correcto. El trabajo del técnico aporta su parte. Si alguno falla, el trabajo en equipo acabará por superar el error. Hoy, los profesionales de la sanidad estamos en constante revisión y eso nos hace mejores. El error no es lo normal, por eso es noticia. Cada mañana se llevan a cabo más de cien mil operaciones en España. Todas saldrán a la perfección pero, algún día, es posible que se cometa un fallo, saldrá en todos los telediarios y hará mella.

- En cualquier caso, viendo su aspecto físico le queda a uno la sensación de que aún tiene tiempo para seguir trabajando al cien por cien. ¿Se marcha usted voluntariamente o su retiro es forzado?

- Estoy muy contento con mi trayectoria y cada vez más convencido de que es necesario saber irse, cerrar capítulos en el momento oportuno. Tras cuarenta años de profesión, treinta como responsable de cirugía en la Zona Norte de Almería, los últimos cinco simultaneados con Torrecárdenas, son muchos, sí, pero no ha habido cansancio. Quizás estaba en el mejor momento de mi carrera.

- ¿Y no le queda dentro el gusanillo de saber que podría seguir siendo útil?

- Es difícil de explicar. El momento de vértigo es insustituible, pero me he mentalizado para asumirlo.

- Al cabo de tanto tiempo de profesión, ¿se retira cansado? ¿cómo se siente?

- Físicamente no. He hecho mi trabajo. Estoy en paz y satisfecho. He procurado hacer bien lo que tenía que hacer y me atrevo a decir que lo he conseguido, porque he sentido el cariño de los compañeros y el de los pacientes al marcharme. Han intentado por todos los medios que me quedara. Los echaré de menos.

- También se ha jubilado recientemente Diego Ramírez. Hacían ustedes una buena pareja de cirujanos.

- Mi relación con Diego Ramírez es muy especial. Más que un compañero, yo le considero un hermano. Han sido treinta años trabajando juntos y compartiendo muchísimas satisfacciones. De hecho, puedo decir que uno de mis momentos más felices fue el del día de su doctorado. Lo máximo a lo que se puede llegar en una carrera en la que todo el mundo nos llama doctores aunque la inmensa mayoría sean licenciados.

- ¿A qué dedicó usted su tesis?

- La mía versó sobre el bypass intestinal y la hipercolestoremia familiar. Era un gran problema que afectaba a personas aquejadas de obesidad mórbida. El 50% de los afectados fallecía antes de los 50 años. Mi propuesta consistía en una forma de evitar que el colesterol fuera absorbido por el intestino delgado. La técnica ha ido evolucionando, pero la que hoy se aplica es muy parecida a aquélla. Obtuve el doctorado en Coloproctología en Francia. Después estudié la laparoscopia. Tuve la enorme suerte de coincidir con Philippe Muret, uno de sus promotores. Cuando conocí esa técnica, me di cuenta que era algo diferente y había que ponerla en práctica.

- Y lo hizo en Huércal Overa, uno de los hospitales pioneros en esa técnica.

- Así es. El de La Inmaculada fue el primer hospital de Andalucía en aplicar esa técnica y uno de los pioneros en España. No lo digo yo, es algo que está documentado. Fue en 1989 ó 1990. En Granada no se lo había planteado ninguno de los centros que allí había por entonces. Nosotros solicitamos su implantación y tuvimos el apoyo institucional necesario.

- ¿Quizás les dejaron experimentar porque se trataba de un hospital pequeñito en una esquina de Andalucía?

- El que tira del carro siempre es el profesional. La Administración pone filtros que, por otra parte, son necesarios. Con nosotros fueron muy sensibles. Es verdad que a los altos cargos les chirriaba que no se hubiera puesto en marcha aún en ningún otro hospital de Andalucía. Ahora no hay ninguno en el que no se haya implantado. Al menos, en su faceta básica. Nosotros, en La Inmaculada, reconstruimos el esófago sin abrir el tórax ni el abdomen. A pesar de que se practica en un tipo de cáncer que tiene una mortalidad elevadísima, hemos conseguido que se supere bien.

- Otro cirujano de la comarca pionero en esa técnica es el doctor Carlos Ballesta.

- Efectivamente. El doctor Ballesta es todo un personaje. Yo tengo una magnífica opinión acerca de él. Tiene un grupo de trabajo excelente y ha logrado un altísimo grado de desarrollo en sus técnicas de operación que ha prodigado en las clínicas que mantiene abiertas en Barcelona, Madrid y Granada.

- La medicina que ustedes estudiaron y la que hoy se ejerce, ha cambiado muchísimo.

- Han caído muchos mitos. Hubo un tiempo en que el pescado azul era anatema y ahora sabemos que es un magnífico alimento, aunque puede volver a caer en desgracia en cualquier momento. Lo mismo ocurre hoy con el azúcar, que es necesaria para el organismo, pero en su justa medida. En realidad, todo es cuestión de dosis.

- ¿Siguen existiendo mitos fomentados por los intereses de algunas empresas que hacen negocio con su cura, como el colesterol, por ejemplo, que parece ser el enemigo público número uno en la actualidad?

- El colesterol cuesta vidas. No se trata de un falso mito de moda, aunque es cierto que existen grandes intereses industriales a su alrededor. Pero no es un invento moderno, es que antes no lo conocíamos como ahora. Provocaba muchas muertes tempranas. Hay que mantenerlo dentro de sus límites. Sobre todo a partir de cierta edad.

- ¿Cuál es esa edad en que hay que empezar a cuidarse?

- Siempre hay que llevar una vida saludable. A partir de los 30 años, todos observamos que ya no estamos igual que antes, que nos cuesta algo más de trabajo hacer lo que conseguíamos con facilidad a los 20. No cuesta tanto mantenerse en forma y es muy importante. Sobre todo para quienes llevan una vida sedentaria.

- ¿Es importante mantenerse delgado?

- Estar delgado tampoco es un seguro de nada.

- ¿El cuerpo aguanta demasiado nuestros excesos?

- El cuerpo humano es una máquina extraordinaria y procura adaptarse.

- Hasta al tabaco.

- El tabaco es nocivo desde el minuto cero. Causa daño y no aporta absolutamente nada al organismo.

- Sin embargo, aún sabiendo lo pernicioso que es, se sigue fumando a pesar de las imágenes verdaderamente espeluznantes que se ven en las cajetillas.

- Es verdad. Da verdadero miedo verlas.

- Ya que menciona el miedo, ¿lo ha sentido alguna vez en el ejercicio de la profesión?

- El miedo ocurre antes o después, nunca en los momentos clave. Hay estudios que han medido las constantes biorrítmicas de cirujanos durante intervenciones que así lo evidencian. Yo he operado a familiares directos y no he experimentado nada diferente a lo vivido con otros pacientes.

- ¿Ni siquiera se ha alterado un poco cuando el que está sobre la mesa de operaciones es un familiar?

- Uno siempre tiene que hacer, en todo momento, lo máximo que sea capaz, con independencia de quién se encuentre en la mesa de operaciones. La fórmula consiste en tener un sistema de hacer las cosas y nunca dar la espalda al paciente. La mejor parte de todo el proceso llega cuando el enfermo deja de necesitar nuestra atención.

- ¿Era usted muy serio dentro del quirófano o usaba mascarillas y gorros tipo Ágatha Ruiz de la Prada?

- En eso he sido muy tradicional. En el quirófano, siempre he usado el verde. Cuando los visitadores de los laboratorios me han regalado aditamentos más excéntricos, los he regalado siempre, aunque entiendo que los pediatras vistan batas con muñequitos para ganarse la confianza de los niños.

- ¿Se han vuelto más fríos los quirófanos a medida que se han incorporado tantos avances tecnológicos?

- Es cierto que antes era más artesanal. Los integrantes del equipo sabían cómo tenían que hacer su trabajo y lo hacían. Hoy está todo monitorizado. El anestesista cumple con sus funciones y, al tiempo, se van registrando sus movimientos. Lo que está ocurriendo, las constantes vitales del enfermo y el resultado de las analíticas se van volcando en tiempo real en el ordenador del quirófano, que permanece siempre abierto. También ha cambiado el instrumental y las técnicas. Operaciones que antes dejaban una cicatriz de treinta puntos, hoy se resuelven sin abrir el abdomen. Esos avances y el control que hoy existe sobre cada uno de los movimientos que tienen lugar en cada operación han mejorado enormemente la seguridad y las garantías de éxito en las intervenciones quirúrgicas.

- ¿Suele haber buen ambiente en la sala de operaciones o están ustedes demasiado concentrados como para incluso hablarse?

- Es una obligación procurar un buen ambiente en el quirófano. Antes, el trato era mucho más formal. Tan estricto que se decía que una sala de operaciones era un santuario. Es muy importante conocerse y llevarse bien. Yo he visto el cariño en mis compañeros durante todo el tiempo de ejercicio de la profesión. También al irme.

- ¿Y la música? ¿qué importancia tiene? ¿hay disputas a la hora de seleccionar qué van a escuchar durante las operaciones?

- Que duda cabe que la música es una parte del trato entre las personas. En el quirófano procuramos llegar a un acuerdo y no recuerdo que nunca haya sido un problema. Eso sí, tengo mis límites y están en esa moda que hay de hacerlo todo aflamencado.

- ¿Se refiere al reggaeton?

- No, eso no es música. El reggaeton debería estar prohibido por ley. (Jajajaja).

- Después de tanto hurgar en el cuerpo humano, ¿ha llegado a encontrar el alma?

- Por respeto, prefiero no contestar a eso. Entre los pacientes, existe un patrón de miedo e incertidumbre inicial. Cuando la intervención ha salido bien, se vive un momento de euforia que luego deviene en preocupación. No todo el mundo se enfrenta de igual manera a una operación. Hay quienes mantienen un comportamiento admirable y los hay más rebeldes. Otros, en cambio, creen que se trata de una rutina más. ¿Podemos decir que detrás de cada una de esas diferentes actitudes está el alma? Lo cierto es que tras las distintas formas de comportamiento ante la vida, la muerte y la enfermedad existe algo inherente a la condición de cada persona, porque los cuerpos son todos iguales.

- ¿Ha conseguido resucitar a alguien?

- La muerte es cerebral y es irreversible, aunque hay momentos en que, tras una parada cardiorrespiratoria, hemos podido conseguir que la persona no llegue a morir. Pero eso no es la muerte. Muchos dicen que han estado a sus puertas y que han visto una luz intensa al final de un túnel, sin embargo, aunque cuenten esa experiencia, en realidad no han podido recordar nada. Ni tan siquiera la luz de los focos del quirófano. Hemos llegado a evitar en dos ocasiones el fallecimiento de una persona con una puñalada en el corazón, algo prácticamente imposible, pero sólo fue una cuestión de llegar a tiempo.

- Entonces, no existen la resucitación ni los milagros.

- Los milagros, no, pero la resucitación, en términos técnicos, es un procedimiento habitual. Es una técnica que se aplica al paciente cuando sufre una parada cardiorrespiratoria, salvo que haya dejado estipulado lo contrario por escrito, lo que es muy infrecuente.

- Decía Julio César que la mejor muerte era la inesperada.

- La mejor es la que sorprende al paciente dormido, que es, además, como le pilla en la mayor parte de las ocasiones. La gente teme al dolor y lo importante es morir sin sufrimiento.

- ¿De qué y cómo nos morimos en la comarca?

- Aquí nos morimos lo normal y de lo normal. Recuerdo la tesis de un compañero que estudiaba una posible relación entre el accidente nuclear de Palomares y determinados tipos de cáncer. La conclusión fue que no se podía determinar una mayor incidencia de los de tipo gástrico y colorrectal que en otras poblaciones próximas semejantes.

- ¿Cuál hubiera sido su actitud con la manera de llevar las cosas tras el accidente nuclear de Palomares?

- Yo habría sido muy crítico. Los datos de ahora son serios, no como los que se daban en la época del baño de Fraga. Es cierto que los índices de mortalidad no son diferentes entre Palomares y Guazamara, que fueron las poblaciones que usó para la comparativa el compañero, pero es que cuesta mucho trabajo probar que determinadas muertes sean efecto de aquellas causas y, por tanto, resulta muy complicado extraer conclusiones válidas.

- ¿Hay tantos problemas en la gestión sanitaria en el Levante como parece?

- Todo el mundo tiene voz, los sindicatos y demás agentes sociales también, pero la gestión clínica es una ciencia y los datos son tozudos. Cuando no salen, es síntoma de que existe un problema. Yo siempre he hecho todo lo posible para que mi equipo trabajara bien, porque los usuarios del sistema sanitario, la gente, quieren que resolvamos problemas.

- Los profesionales se quejan de que no disponen de suficientes medios y, encima, se recortan en verano, cuando se triplica la población en nuestra zona.

- Todos los veranos asistimos al espectáculo mediático del cierre de camas. Sin embargo, hay unos datos que poner sobre la mesa, y es que todos los trabajadores del sistema sanitario se van de vacaciones y quieren disfrutarlas en dos meses concretos. Además, un alto porcentaje de usuarios, cuando son citados en esos días para una operación, piden que se aplace para más adelante, porque ellos también están en su tiempo de ocio. Hablo de intervenciones programadas. Durante el verano, los hospitales están al 60% de ocupación, según la estadística, y un 60% no es un 95%.

- Esos datos están a disposición de todo el mundo?

- El cálculo se hace día a día y hora a hora. Los datos se pueden consultar a nivel interno en cualquier momento. La tónica general es que todo el mundo es bien asistido, aunque puedan existir picos puntuales de mayor demanda. Es importante saber que todos los ciudadanos pagan el sistema sanitario, por eso es esencial optimizar la disposición de recursos. Que no falten, pero que tampoco se malgasten de manera innecesaria.