Qué es un rey para ti (I)

Sus infidelidades de vodevil, incluso lo hacían más simpático entre el populacho: al fin y al cabo tenía flaquezas y desvaríos. Y además era rey


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

CAPITULO I.- Dónde se presentan los personajes y sus circunstancias

El número de los monárquicos en España se va acercando cada vez más al de los partidarios de Diocleciano. Yo solo conozco uno: Luis María Anson. Y está bastante mayor. Sospecho que incluso dentro de la Casa Real no todos son monárquicos. El rey emérito, por ejemplo, esta últimamente haciendo muy republicanos méritos para deshacer a marchas forzadas el prestigio reverencial que ganó con la hoy menospreciada Transición y con su ungimiento democrático el 23-F, que lavaba aparentemente el pecado original de haber sido restaurado por Franco, ese hombre.

Sus infidelidades de vodevil, incluso lo hacían más simpático entre el populacho: al fin y al cabo tenía flaquezas y desvaríos. Y además era rey. Y especialmente era Borbón, casa donde los propensos a los devaneos han sido muchos más que los místicos. Iba de suyo pues. Y estas cosas en España no se critican sino que, antes bien, constituyen timbre de gloria si eres hombre.

Tentó su suerte cuando no fue capaz de mudar sus aficiones de juventud, sin observar que el viento había cambiado en la sociedad española: la caza, el boxeo y la tauromaquia, lenta e inadvertidamente pasaron de fiesta nacional a conducta sospechosa y reprobable. Los animalistas han ido creciendo lentamente, como la levadura, y ahora son una legión levantisca y combativa, que pretende el raro oxímoron de unos sanfermines sin toros.

Todo empezó a torcerse con el dramático caso del oso Mitrofán. Aquel pobre oso semi doméstico y alcoholizado que Don Juan Carlos tuvo a bien despenar en Rumania , en uno de los episodios más oscuros y peor contados de su biografía. No captó entonces la Casa Real que con las gestas cinegéticas no aumentaba la simpatía del pueblo, sino más bien lo contrario. El pueblo tolera, mal que bien, la caza de perdices pero, a medida que el animal aumenta de tamaño el animalismo sentimental desata con mayor virulencia su furia en las redes sociales.

Luego vino el episodio del elefante de Botswana, que aunque fue furtivo a la opinión pública, trascendió por las astracanadas subsiguientes. Es difícil ocultar un elefante. Solo le faltó arponear una ballena azul para consumar el desastre. Y no es seguro que no lo haya hecho.

La opinión pública consiente, como mucho, gracias a las prédicas de Rodríguez de la Fuente y a los animalistas anónimos, el exterminio de los mosquitos tigre o la avispa velutina, pero no cosas más grandes. El rey pidió perdón como un niño pequeño y dijo que no lo volvería a hacer más, sin especificar el qué. Y el pueblo, magnánimo, le volvió a perdonar

Ahora salen unas extrañas grabaciones, parecidas a las de Johnson y MacNamara en la guerra de Vietnam, en las que la amante desterrada, el expresidente de Telefónica, con el concurso al parecer de un siniestro comisario Villarejo, hablan del pecado mayúsculo del político español de nuestros días: la corrupción. Y nada menos que la corrupción de la institución más personalista que existe. Ya no hay faldas, ni osos ni toros.

Ahora empieza la caza mayor.

CONTINUARÁ