Dios de tejas abajo

La novela española es un género literario asaz moderno que, con el notabilísimo precedente del Quijote, llega a su culminación durante la última generación del siglo XIX y la primera del XX


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AMANDO DE MIGUEL

Trazas de Dios en las novelas de la edad de plata de la literatura española (1874-1936)

La novela española es un género literario asaz moderno que, con el notabilísimo precedente del Quijote, llega a su culminación durante la última generación del siglo XIX y la primera del XX. Ese es precisamente el límite temporal que me he marcado en el presente trabajo. Elijo dos fechas para señalar simbólicamente su comienzo (1874) y su final (1936). Ambos hitos corresponden a dos guerras civiles, la carlista y la franquista. Delimitan una época que será de “plata” para la literatura española en castellano, según la atinada expresión de José Carlos Mainer.

Sin embargo, corresponde a un tiempo atravesado de desaforada violencia: guerras coloniales, atentados políticos, huelgas salvajes, represiones sangrientas. Por ese lado la “edad de plata” sería más propiamente una «edad de hierro» para la convivencia de los españoles. Aun así, supieron darse un régimen de relativa tranquilidad política: la Restauración. Al tiempo, ese periodo de dos generaciones significa la incorporación de Españaal círculo de los países que iniciaron la revolución industrial con los primeros desplazamientos masivos de población.

La fecha de 1874 atestigua igualmente el fracaso de la primera intentona republicana, así como la de 1936 atestigua el desastre mucho más doliente de la II República. A los efectos de este trabajo, las dos fechas consideradas coinciden con la publicación de sendas novelas muy significativas: en 1874 Pepita Jiménez, de Juan Valera; en 1936 Los nietos de Dantón, de Manuel Bueno. Ambos relatos se centran, como es lo convenido en el género, en asuntos de amoríos, pero, no por casualidad, con tintes religiosos. Precisamente Manuel Bueno apunta que el sentimiento amoroso “es el único tal vez que, si no ha perdido pureza, recuerda el éxtasis místico” (Bueno 36: 188).

La feliz etiqueta de Mainer sobre la «edad de plata» se refiere al periodo 1902-1939. Yo lo amplío a un par de generaciones (1874-1936) por razones de conveniencia. No es solo que el último tercio del siglo XIX sea muy creador en todos los sentidos (político, económico, cultural, jurídico, etc.). Resulta que algunos grandes novelistas a los que en seguida me voy a referir viven literariamente en uno y otro siglo. Por ejemplo, Azorín, Baroja, Blasco Ibáñez, Palacio Valdés, Galdós, etc.

Un elemento de gran interés para los propósitos de este estudio es que, en el periodo considerado, se instaura la definitiva polarización política entre las derechas y las izquierdas. La cual se carga con un fuerte contenido religioso, el que distingue a los propagandistas de los revolucionarios.

Otro fenómeno característico de la época estudiada es que en ella se fija la lengua castellana como hoy se habla, un tanto alejada de los periodos precedentes. A ello contribuye precisamente la labor de los novelistas, que fueron también publicistas, ideólogos, articulistas en los periódicos y revistas; es decir, 'intelectuales', como se dijo a partir de 1898.

De los muchos millares de novelas que se podrían haber consultado como fuente de este trabajo, he seleccionado un centenar largo que cumplen ciertas condiciones. La fundamental es que el argumento y los personajes intenten retratar algún aspecto interesante de la sociedad española del momento. Anima mucho que el autor deje traslucir algunas experiencias autobiográficas. Aunque no sea fácil de determinar, viene bien que sea un relato que haya tenido una amplia difusión.

Las novelas consideradas no tienen por qué centrarse en un asunto religioso. Basta con que, a lo largo del relato, se encuentren 'trazas' del mismo. Empleo la expresión en el sentido de lo que se advierte en ciertos análisis clínicos o químicos cuando en un elemento principal aparecen señales de otros. Sería un tanto pretencioso decir que se busca la «presencia de Dios» en las novelas dichas. No se olvide que se trata de testimonios de los novelistas, un gremio particularmente escorado del lado de la secularización. Pero al tiempo su oficio consiste en dar cuenta de lo que siente y padece una sociedad mayormente católica, por lo menos de tradición.

Siempre se ha dicho que en las páginas del Quijote no hay nadie que asista a misa oa otras ceremonias litúrgicas, fuera de ciertas procesiones un tanto profanas. Aunque también es verdad que el personaje del cura del lugar resulta central en el argumento de la historia. En las novelas aquí consideradas son abundantes las situaciones que tocan el aspecto sagrado de la existencia, aunque solo sea por el costado ético. Se encuentran abundantes referencias a símbolos religiosos, sea para ensalzarlos, denigrarlos o simplemente describirlos como una especie de ruido de fondo del paisaje humano.

El género novelístico resulta atractivo porque trata de reflejar el drama de la vida y de la muerte a través de personajes de ficción, como un trasuntode los que autor ha conocido. Pero ese drama, casi siempre sobre un fondo de amoríos, difícilmente podrá evadir el aspecto religioso o ético. La esencia misma de lo sagrado es el drama de la vida y de la muerte.

Con todo, hay que registrar un constante sesgo en las novelas, a la hora de considerarlas como un espejo de la sociedad. Lógicamente, el novelista pretende suscitar emociones, pues se propone llegar al mayor número posible de lectores. Tal propósito significa inevitablemente una exagerada presentación de los personajes y las situaciones con el fin de lograr la máxima intensidad emotiva. Así que, más que un espejo, la novela es un juego de lentes que magnifica y distorsiona la realidad al resaltar los aspectos extraordinarios, fantásticos, sórdidos o pintorescos.A pesar de tales sesgos, resulta indiscutible que la sociedad española del periodo considerado aparece particularmente descoyuntada, desquiciada. Lo cual explica la tragedia de la guerra civil de 1936 y los sobresaltos posteriores. No es precisamente España un país aburrido.
Se podría pensar que los novelistas pertenecen a una casta muy particular y endogámica, como la de los artistas. Por tanto, sus testimonios no deben de ser muy válidos para dar cuenta cabal de la sociedad que retratan. No es así. El origen social y geográfico de los novelistas es muy variado. Además, cada uno de ellos hace un esfuerzo para imaginar ambientes que no son los corrientes. De esa forma, a lo largo de una generación, las historias registradas en las novelas abarcan multitud de situaciones, tipos humanos y ambientes. En definitiva, el conjunto de los novelistas constituye un cuerpo muy caracterizado de testigos para informar sobre la realidad social.

Más ardua es la dificultad que supone el hecho de que una buena parte de los novelistas llamados a declarar comparten una actitud escéptica respecto de la religión, la política y otras creencias. Su propósito básico es entretener a los lectores, soslayando los asuntos más trascendentales o serios. No obstante, por lo que respecta a este análisis, la cuestión religiosa, o por lo menos en su vertiente ética, acaba por aparecer, pues se encuentra en el ambiente.

Se podría argüir también la escasa validez de los testimonios de las novelas, al ser enunciados por personajes de ficción. Pero detrás de ellos hay una clientela de lectores que seguramente los hacen suyos. Además, las novelas consideradas, por lo general realistas o naturalistas, se corresponden bastante bien con la realidad social del momento. A su vez, los relatos influyen en el modo de ver las cosas que tienen los lectores de la época.

Se presenta una cuestión teórica de difícil resolución. La época a la que me refiero será de 'plata' por lo que se refiere a la creación literaria. Pero esta afecta a un reducidísimo elenco de personas: los escritores y demás “letraheridos”. La cuestión es: ¿cómo pueden llegar a influir las novelas, si la mayor parte de los españoles contemporáneos es analfabeta? Habrá que imaginar una especie de ósmosis cultural o ideológica, de tal modo que las ideas que producen o recogen los novelistas van permeando poco a poco en la población. En la época considerada no era raro que una novela fuera leída en voz alta para una pequeña concurrencia.

Algunos amigos me sugieren que el elenco de novelistas llamados a declarar debería ampliarse a los ensayistas y periodistas de la época. Debo resistirme a esa tentación por varias razones. La primera, para ser consecuente con el principio de “la navaja de Occam”, por el que el investigador debe restringir todo lo posible su campo de observación. Aunque la razón fundamental queda ya apuntada: muchos novelistas son también publicistas o intelectuales, aunque solo sea como colaboradores habituales de periódicos y revistas. Comprendo que los historiadores suelen consultar más bien las publicaciones de los ensayistas, políticos o ideólogos, pero, precisamente por eso, mi trabajo viene a rellenar el vacío que deja fuera a los novelistas. No debe olvidarse que, empezando por el Quijote, el género novelístico se vale de la artimaña de la ficción para evitar la omnipresente censura. El escritor se siente más libre de expresar ciertas opiniones críticas cuando las asignan a personajes de ficción. Es muy corriente que ciertos caracteres de las novelas expresen las opiniones, sentimientos o experiencias de los respectivos autores. Son así testimonios indirectos, proyectivos, de mucho valor.

Alguien podría objetar que las novelas se escriben para entretener, no para analizar la sociedad o propagar ciertas ideas. Por tanto, es lógico que apenas se interesen por la presencia de Dios en las conciencias. Es cierto, pero no lo es menos que muchos sesudos estudios de los historiadores o de otros científicos sociales tampoco se detienen mucho en analizar las cuestiones religiosas. Y sin embargo la realidad es tozuda. La sociedad española no solo es oficialmente católica (aunque solo sea por tradición), sino que la Iglesia católica es la institución más duradera e influyente. Otra cosa es que muchos españoles no se sientan católicos o de ninguna otra confesión religiosa. Pero la religión está ahí como parte inseparable de las esencias españolas de todas las épocas. Visto así, también interesa la posición de los indiferentes en estos asuntos, y más todavía la de los escépticos y los ateos. De todo hay en los caracteres retratados en las novelas.

No se espere en este texto una secuencia de un autor tras otro, pues no se trata propiamente de un trabajo de crítica literaria o de historia de la literatura. La variable dependiente, si se puede decir así, viene a ser el cuerpo de los testimonios que manifiestan alguna idea de Dios o de las cuestiones sagradas. Pueden emitirlos los novelistas mismos o, con más frecuencia, algunos de los personajes por ellos creados.

Roberto Barbeito me plantea que la intrigante cuestión que deben dilucidar los sociólogos de la religión es por qué unas personas se consideran creyentes o practicantes y otras no. El misterio es insondable, pues interviene un factor tan gratuito o azaroso como la gracia. Pero de tejas abajo cabe una cierta aproximación. Las creencias o prácticas de una persona adulta (sean políticas, religiosas o de cualquier otra índole) aparecen condicionadas por las que mantienen otras personas del círculo de sus afectos. El inconveniente de un razonamiento de ese estilo es que resulta circular. Es decir, no aclara la verdadera causa, el eslabón primero de la cadena. Pero resulta que en las ciencias sociales no podemos averiguar propiamente causas; nos contestamos con descubrir covariaciones, y aun así con muchas reticencias. Es lógico, pues las personas son libres y, además, bastante irracionales y complejas. Lo que ocurre es que el sociólogo puede analizar cómo emplean su libertad determinados sujetos según los ambientes en que se muevan. Ahí es donde entra la causación circular que digo. Parece coherente y tranquilizante suponer que una persona piense o actúe en asuntos fundamentales de la forma que corresponda a las otras que aprecia.

Otra cosa es la frecuencia con que se manifiesta el sentimiento religioso en una sociedad dada. Interviene la tradición, las costumbres y la influencia de ideólogos y predicadores, que son legión. De ahí la pertinencia de hacer una cala en los documentos de la época que corresponda analizar; en este caso las novelas por las razones susodichas. Me parece un menester tan prometedor como agradable.