Cadena perpetua

En tiempos de pasteleos, juegos de manos, componendas y temor reverencial a los púlpitos del Sr. Roures, quienes tienen convicciones sólidas merecen un respeto ante la furia irracional de la masa, siempre propensa a estallidos de furia tumultuaria y adicta al linchamiento. Especialmente si los que las sostienen lo hacen contra sus propios intereses y contra la mayoría. Mayoría cuya opinión, en ciertos otros asuntos, no parece importar demasiado


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JUAN LUIS PÉREZ TORNELL

Hay que reconocer, que duda cabe, el coraje del que se enfrenta al sentimiento general llevado por la sincera convicción de que él tiene razón y la mayoría está equivocada: «Etiam si omnes, ego non», que decía el Evangelio. Cosa que, por lo demás, y contra el criterio perenne del populismo, es perfectamente posible.

En tiempos de pasteleos, juegos de manos, componendas y temor reverencial a los púlpitos del Sr. Roures, quienes tienen convicciones sólidas merecen un respeto ante la furia irracional de la masa, siempre propensa a estallidos de furia tumultuaria y adicta al linchamiento. Especialmente si los que las sostienen lo hacen contra sus propios intereses y contra la mayoría. Mayoría cuya opinión, en ciertos otros asuntos, no parece importar demasiado.

En ese sentido es admirable la posición del PSOE, PODEMOS Y PNV contra la cadena perpetua, dulcificada con el eufemismo de “prisión permanente revisable” o algo así, que se configuró recientemente para aplacar las iras de una sociedad española que veía estupefacta, una y otra vez, como asesinos y violadores especialmente abyectos son acogidos por la sociedad que los apartó y, a veces, demasiadas veces, vuelven antes de tiempo, como la burra, al trigo. Algunos delincuentes, expertos penalistas, incluso alardean de que “en siete años ya estoy en la calle”. Y lo malo no es el alarde de fanfarronería, sino que a veces es verdad.

Hay determinados crímenes que no se entierran con el periódico del día.

La muerte del niño Gabriel en las Hortichuelas tardará en olvidarse, por la especial crueldad de las circunstancias que la han rodeado. Coincide en el tiempo con el debate sobre la derogación de esta prisión permanente revisable que actualmente contempla nuestro Código Penal para determinados supuestos, especialmente enervantes. Dicen los medios en estas circunstancias que no debe legislarse —ni debatirse— en caliente. Y probablemente es cierto, pero ¿cuándo existe la frialdad precisa para ajustar las penas a las demandas sociales?. Los casos de la crónica negra van acumulándose, como los granos en un reloj de arena, como las gotas de agua en el vaso de la memoria colectiva de una sociedad.

Si Europa, o esos países de nuestro entorno a los que admiramos de modo algo untuoso (Inglaterra, Francia, Alemania) son nuestro referente ¿no deberíamos imitar, como intentamos hacer torpemente en otros ámbitos, su legislación penal? ¿El mito de la reinserción social alcanza a cualquier clase de delitos y de delincuentes?.

Tanto PODEMOS como el PSOE saben que en este caso el populismo, que tanto les favorece en otros temas, juega en contra de su sólida decisión de mantener, contra viento y marea, unos postulados ideológicos, sólidamente anclados en un ideario pétreo que, en este caso, es claramente minoritario.

Honor al que pone sus ideas por encima de sus intereses y de las mudables opiniones de la masa: “Estos son mis principios…pero si no os gustan…tengo otros”.

Respecto al PNV, tiene deudas que pagar a los que durante tantos años movieron los árboles para que ellos recogieran las nueces.