No estaba enfermo, no me importó

Alguien dijo, queridísimos hermanos, que el tiempo pone a todo el mundo en el lugar que merece, mas yo os miro a los ojos y me gustaría creer que no


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SAVONAROLA

Ese acomodo en que todo pasará por sí solo, se trata, las más de las veces, mis discípulos dilectos, de un reflejo condicionado por la impotencia, cuando no un amago de autojustificación miserable de las consecuencias de nuestra inacción. Cuando algo no nos gusta, amados míos, nos resulta desagradable o injusto, siempre acudimos a la idea del destino como justiciero. Sin embargo, esto sólo es una manera más de cerrar los ojos para no contemplar aquello que no podemos controlar.

Esto nos hace sentir que todo está bien y que nuestra felicidad, o el reflejo de ella, no se encuentra en peligro.

Digamos que creer en un mundo justo por sí es una manera de autoengaño que nos lleva a deshacernos de aquello a lo que no queremos mirar, y a permitir que ocurra todo aquello que quienes sí actúan o medran para llegar a gestionar los intereses que afectan a todos, hacen o no. Nos gusta y necesitamos creer en el devenir de las cosas por sí mismas, como parte de un guión escrito que todos los actores interpretan con fidelidad, para que todos vivamos en armonía y con tranquilidad. Pero, las más de las veces, queridos, n8uestros deseos están lejos de ser así.

En cualquier caso, no podemos esperar que lo bueno nos llegue si nos quedamos contemplando la vida sin actuar. Lo realmente eficaz es el esfuerzo y la lucha cotidiana y, aún así, nada nos garantiza el éxito. Ni siquiera la suerte. Recordad que, en medio de la oscuridad, más eficaz que quejarse es encender una cerilla.

Vais a permitir a este anciano y cansado fraile, hijos míos, que tenga a bien parafrasear un poema que muchos atribuyen a Bertolt Brecht, aunque lo cierto es que fue escrito por un pastor luterano llamado Martin Niemöller.

Niemöller fue un anticomunista feroz, hasta el punto de apoyar, en un principio, la ascensión de Adolf Hitler al poder. Pero cuando Hitler insistió en la supremacía del Estado sobre la religión, Niemöller se desilusionó y se convirtió en el líder de un grupo de clérigos alemanes opuestos a Hitler. En 1937 fue arrestado y finalmente confinado en Sachsenhausen y Dachau. Al acabar la Guerra, fue liberado en 1945 por los aliados y continuó su carrera en Alemania como clérigo y como voz principal de la penitencia y de la reconciliación para el pueblo alemán después de la Segunda gran conflagración mundial.

Fue entonces cuando pronunció un discurso que, más tarde, plasmó en forma de poema, y del que existen numerosas versiones diferentes. Es un modelo popular que describe los peligros de la apatía política y, si me lo permitís, os voy a presentar de otra forma:

«Primero se fueron los oftalmólogos, y no dije nada
porque yo no tenía problemas en la vista.
Después se marcharon los otorrinos, y no dije nada
porque escuchaba todos los sonidos a la perfección.
Luego jubilaron a los cirujanos, y no dije nada
porque no tenía ninguna operación pendiente de realizar.
Finalmente, me detectaron un tumor pequeño,
pero creció y creció hasta acabar conmigo,
porque ya no había nadie para tratarme».

Vivimos, amadísimos hermanos, una edad plagada de bellos y grandes sepulcros blanqueados. Vemos inmensos y aseados edificios públicos que a todos nos maravillan por su magnificencia, mas en entrando en ellos, tan sólo encontramos el eco hueco de nuestros pasos por sus interminables pasillos. Sin embargo, no llegamos a ser conscientes de que no van a llenarse solos.

No negaré que algunos de ellos son fruto de la soberbia de quienes los emprendieron. Son esos espacios cuya presencia únicamente se justifica como soporte de placas de mármol con el nombre grabado de los próceres que los mandaron erigir. Sin embargo, otros son el albergue de los servicios básicos que nos permiten ser, crecer, vivir o morir con dignidad.

Entre esos, amados míos, uno de los principales, pues nos va la vida en ello, es el de la Sanidad. Según los datos que aporta la Junta de Personal del área norte de Almería, que conoceréis algunas páginas más adelante, estamos en la cola de Andalucía, que ya es la última de España, en todos los parámetros en que se mide la clasificación de prestaciones sanitarias. No sólo somos el farolillo rojo en cuanto a camas y enfermeros por habitante, sino que, además, nos faltan especialidades y facultativos en las más de ellas.

No obstante, y sin restar un ápice de gravedad a lo dicho, diré que lo que más inquieta a los representantes de los trabajadores del sector, amén de a mí mismo, es la indolencia y la apatía con que la población asume esa merma, cuando no ausencia, de los deberes de toda Andalucía con los habitantes de estas santas tierras, que sois vosotros.

¿De qué sirve que una o dos gargantas clamen por la dimisión de la gerente que no gestiona y resuelve los problemas que acucian a la sanidad y acaban necesariamente redundando en la salud vuestra? Se me antojan pocos decibelios para traspasar los gruesos muros de un despacho y, al remate, ¿qué más da, si pondrán a otra que no oirá lo que nadie grita?

¿Nunca os habéis cuestionado que si os mandan a curar a Granada es porque allí pueden hacerlo? ¿Y no os planteáis que allí pueden hacerlo porque la ciudad entera sale a la calle ante el peligro de que no sea así? Yo os miro a los ojos y quiero pensar que la cola del mundo no es lugar en que el tiempo os ha puesto por ser el que merecéis, pero sé que vivís del agua y no lucháis por ella. Es lógico, quizás, que no queráis pelear por una sanidad mejor, porque vuestra conducta indica que estáis deseando morir. Y a fe que, a base de apatía e indolencia, acabaréis por conseguirlo. Vale.